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Psicopedagogía: Inclusión, ¿una palabra forzada?

En esta oportunidad, la psicopedagoga Laura Collavini reflexiona sobre el uso de la palabra “inclusión” en el colegio.

Redacción

Por Redacción

Tanto se habla de inclusión que ya el termino me aburre. Ya sé, no debería decir “me aburre”, no es apropiado a un profesional hacer referencia de este modo a una instancia tan importante como esta. Lo voy a volver a decir: Me aburre. Tal vez lo exprese de esta manera por hartazgo, rebeldía o soberbia. O todo junto. Y voy a ser aún más desafiante. Me pongo en el otro lado, el de la oveja negra. Mentimos cuando hablamos de inclusión. No existe.


Se enuncia algo de lo que no estamos preparados, no sé a cuanta gente de verdad le interesa y con qué herramientas contamos. Tengo mucho para ejemplificar.

¿Hablamos de inclusión con colegios que se caen a pedazos? Con falta de bancos, gas, luz, herramientas de trabajo ¿A quién incluimos en esas condiciones? Patios sin juegos ni sombra. ¿Para quiénes se piensan? ¿Se piensan?

¿Hablamos de inclusión para quienes? Para los millones de niños y adolescentes que pasaron dos años sin sus escuelas y que les cuesta hoy en octubre de 2022 organizarse en una carpeta o cuaderno, que les resulta más fácil pegar o llorar que decir qué les pasa. ¿De ellos hablamos cuando decimos “inclusión”? O nos referimos a los miles de niños y adolescentes sin diagnosticar. Que sufren depresión, angustia, que se intentaron suicidar.

¿A los docentes que no tienen herramientas para contener las mil y una instancias que suceden dentro del aula? Porque hoy los niños no responden a un grito de “callados”. Son otros niños.

Ya sé que cuando la educación hace referencia a esta palabra mentirosa lo hace para armar cientos de planillas diciendo cómo van a implementar las estrategias acordes para tal persona. Luego hay que monitorear, observar si se cumplen, reuniones con supervisión, padres, equipo externo, etcétera. La mitad de lo propuesto suele no cumplirse.


No lo afirmo con el cien por cien para dejar el beneficio de la duda. Pero en general todo funciona sin tanta planilla y con buenas conversaciones entre partes que tienen muchas ganas de acompañar a ese estudiante a lograr lo mejor de sí mismo.

Docentes que se cuestionan, padres que preguntan y se comprometen, equipo externo que trabaja con intensidad y, sobre todo, esa alma bella de niño o adolescente que lo que más quiere es encontrar un lugar en este planeta tierra, tratando de descifrar qué se le pide que haga, cómo hacerlo y descubrirse. Palabra mágica si las hay. Esta no me aburre. Me despierta emoción.

Creo, considero, pero la verdad es que me gustaría subirme a alguna montaña alta donde pueda ser escuchada por todos y decir que ya basta de considerar que todos somos iguales y que al diferente hay que incluirlo. Si algo vemos es que todos somos diferentes y que hacemos un gran esfuerzo por sentirnos igual a algo que no sabemos bien qué es.

Con estas aclaraciones tal vez puedan comprenderme un poco más. Si tienen a algún niño, niña, “niñe, niñu, niñi” o adolescente compartiendo alguna instancia podrán tomar sus conclusiones.

Los contenidos escolares pasaron por escasas modificaciones en los últimos 50 años, comparando con las que se atraviesan en la vida real. Antes se veían cuadernos en las oficinas, comercios y cualquier lugar, ahora es uso casi exclusivo del colegio.


¿De qué hablamos cuando mencionamos la palabra inclusión? ¿De la discapacidad mental, emocional, motriz, alimentaria?

Me surge otra pregunta. Suele pasar, debe ser que no me convencen los discursos cerrados. Cuando una persona puede aprender los contenidos escolares sin dificultad, tener amigos, expresa sus ideas, ¿a qué le ayuda el colegio? ¿Puede descubrirse como persona? ¿Puede encontrar sus potenciales, gustos, debatir de sexualidad, tener herramientas para abrir una cuenta en el banco o ver cómo seguir después del secundario?

Creo que cuando hablamos de inclusión sería menester hablar de exclusión. Mirar a ambos extremos. Re plantear los sistemas absurdos, caducos. Si las personas en desarrollo del 2022 no tienen las mismas necesidades que en el siglo pasado… ¿Por qué insistimos en continuar algo que no nos sirve, que trae aparejado sufrimiento?

Me aburre la palabra inclusión porque es mentirosa. ¿Qué opinan?

Por Laura Collavini (laucollavini@gmail.com).-


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