«Neoprene», una novela que transcurre en las rutas patagónicas

La escritora y periodista Marina Arias acaba de reeditar Neoprene, el primero de los tomos de su saga de Mariana y Christian. Una “road novel” caliente ambientada en la Patagonia de los años 90.

En marzo vuelve a las librerías y en formato pocket una perlita que estaba inhallable: la nouvelle Neoprene, celebrada ópera prima de Marina Arias publicada inicialmente en 2005, que adquirió mayor relevancia al convertirse en el germen y el primer volumen de la Saga de Mariana y Christian.  


Con la Argentina noventosa como telón de fondo, una chica y un chico veinteañeros se suben impulsivamente a un micro fantaseando con huir hacia un lugar remoto de la Patagonia… Pero este rapto de rebeldía pronto se transforma, para ambos, en una travesía significativa signada por vínculos azarosos y explosivas experiencias sexuales que cambian el rumbo de todo lo que imaginaban.

En esta estupenda road novel publicada hace dieciocho años, Marina Arias echa por primera vez a las rutas a sus emblemáticos personajes, Mariana y Christian —quienes la acompañarán en sus tres novelas siguientes—, al tiempo que se revela como una cronista lúcida y una de las voces narrativas más originales de su generación.

En 2023, TUTUCA publicará en edición de bolsillo el resto de la saga: las novelas Mochila (2014), Bondi (2016) y Fioruchi (2020).

P – Reeditaste Neoprene, que es tu ópera prima, pero también una obra que deparó un universo literario: una saga de cuatro tomos… ¿Cuál fue el puntapié de esta historia que tiene como protagonistas a Mariana y Christian?
R – Lo que yo quería contar era una asignatura pendiente amorosa entre dos compañeros de la secundaria que se ven envueltos en un viaje unos cinco o seis años después. Ese fue el motor y el deseo escritual del libro. 

P – ¿Cuándo te diste cuenta de que estos personajes te pedían más desarrollo? ¿Cómo fue el camino hacia la saga?
R – Empecé a escribir Neoprene a principios de los 2000 y se publicó en 2005. Todo previo a la explosión de las redes sociales. En 2012 se me volvieron a aparecer Mariana y Christian, supongo que debido a que yo también, gracias a las redes sociales, había empezado a saber de gente que no veía hace décadas. Pensé que ellos también podían reencontrarse gracias a Facebook. Así empecé a imaginar Mochila, la segunda novela de la saga: como un reencuentro no del todo planeado a partir de una red social, y una segunda oportunidad para esta historia de amor. 


Y al comenzar la escritura me pasó lo mismo que con Neoprene, como si los personajes se volvieran independientes de mis decisiones conscientes. Cuando escribo sobre Mariana, en algún momento lo que ella hace y dice se vuelve inexorable, como si tuviera vida propia. 

De igual modo, dos años después de la salida de Mochila en 2014, se me volvieron a aparecer los dos, esta vez atravesando la crisis típica los cuarenta. Finalmente, en 2020, escribí Fioruchi porque sentí que no había explorado lo suficiente la relación de Mariana con su amiga Jimena. Me interesaba pensar esas amistades de adolescencia que perduran toda la vida. Y yo escribo para eso: para buscar respuestas a cosas que me resultan enigmáticas o no tengo claras. 

P – ¿Por qué una “road novel”? ¿Qué ingredientes te aportaba esta estructura narrativa a la hora de contar el devenir interno de estos protagonistas?
R – Me encanta la estructura de un viaje para contar una historia porque podés ir dejando personajes a la vera de la ruta sin preocuparte por cómo van a seguir sus vidas. Me resultó muy liberador que la historia de amor de Mariana y Christian empezara así. Además amo Puerto Pirámides, es uno de mis lugares preferidos del mundo, así que me gustaba transportarme a esa geografía mientras estaba escribiendo la novela.

P – Neoprene transcurre en plena Argentina neoliberal de los 90, cuando ambos personajes asoman a la vida adulta. ¿Qué te interesaba contar de ese contexto histórico en el que también vos eras jovencita? 
R – Creo que la ficción siempre está tramada con su contexto histórico y, al mismo tiempo, cuando una es contemporánea, no es del todo consciente de esto. Cuando escribí Neoprene no me propuse en absoluto “retratar” los años del neoliberalismo argentino. Además, no creo que se pueda “retratar” o “reflejar” cuando se escribe ficción. Una escribe y esa escritura hace sentido con un montón de cosas. 


Pero un día me di cuenta de que Neoprene tocaba puntos neurálgicos en ese sentido; fue cuando el primer editor, Ulises Cremonte, me señaló que le encantaba algo que le dice a Mariana un mozo de Sierra de la Ventana: que la estación de trenes está abandonada “porque ahora hacen todo los camiones”. Y en verdad, a la luz de los años, en Neoprene está presente la precariedad laboral, esos trabajos que se cobran en negro y día a día, o el hecho de que Christian se tenga que ir a trabajar al exterior como científico.

P – Hoy en día el “amor romántico” está bajo la lupa y empezamos a hablar de otras modalidades vinculares… pero no era así hace casi veinte años, cuando escribiste este libro. ¿Te sentís un poco visionaria habiendo imaginado a Mariana tan en sintonía con las chicas feministas de ahora? 
R – En una presentación de Neoprene hace unos años, el periodista José Cornejo, de la Agencia Paco Urondo, comentó que era muy interesante que Mariana practicaba (o vivía, mejor dicho) cierto feminismo no “antihombre”. Ella goza, elige con quién quiere estar, lo logra y nunca se deja apurar por nadie. En ese sentido, puede ser que se haya adelantado a cierto revisionismo sobre las posturas más radicalizadas al que estamos asistiendo más en estos días.

P – En Neoprene hay varias escenas de sexo muy ratoneras, pero escritas más en clave porno que erótica. ¿Por qué elegiste un registro tan explícito?
R – El registro no fue pensado, me surgió durante la escritura. Soy de quienes creen que se escribe también con los dedos, no solo con la cabeza. Hay cosas que surgen en el acto de escribir y esas escenas salieron así. En general, no me gustan los eufemismos y tampoco me propuse que fueran escenas eróticas ni rosas, sino más bien desangeladas, como suele ser el sexo real, ¿no? El sexo es parte de la historia entre Mariana y Christian, pero tampoco quise que estuviera subrayado. Fue más una actitud escritural de “al pan, pan, y al vino, vino”.

P – Esta novela se publicó hace dieciocho años… ¿Por qué reeditarla ahora junto con el resto de la saga?
R – Neoprene se publicó por primera vez hace dieciocho años y nuevamente en 2017 con una tirada boutique corta de la editorial Malisia, pero mucha gente se había quedado con ganas de leerla después de Mochila. Y otras personas me decían que querían regalar los cuatro libros juntos. Al tratarse de novelas cortas, me pareció interesante reeditarlas como una unidad estética que permitiera abordarlas en su conjunto.


Marina Arias creció en Haedo. Publicó las novelas Fioruchi (Ediciones Tutuca, 2020), Bondi (Club Hem, 2017), Neoprene (Malisia, 2016) y Mochila (Club Hem, 2014) que forman la saga sobre Mariana y Christian, y los libros de relatos Cuentos blancos (Desde la gente, 2018) y Hacia el mar (EDULP, 2008). Relatos suyos integran varias antologías (Audiocuentos, Cuentos a la calle) y han sido publicados en medios gráficos y digitales (Página 12, Excéntrica, Desconocida, Hamartia). 

Es Doctora en Comunicación, profesora de escritura de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata, y Codirectora del Laboratorio de Ideas y Textos Inteligentes Narrativos (LITIN). Además es columnista literaria en FM La Patriada y cocreadora del catálogo digital de autores latinoamericanos contemporáneos narrativargenta.wordpres.com. En abril publicará por Ediciones Pixel su primer libro de poemas: La felicidad ajena.


Extracto de Neoprene



Compartimos un extracto de Neoprene, “road nouvelle” de Marina Arias publicada originalmente en 2005 por Editorial Universidad de La Plata -EDULP- y reeditada ahora en marzo por Ediciones Tutuca. 

Además de tratarse de su ópera prima, la obra adquirió gran relevancia tras convertirse en germen y primer volumen de la Saga de Mariana y Christian, también compuesta por las novelas Mochila (2014), Bondi (2016) y Fioruchi (2020). En 2023, Ediciones Tutuca publicará la saga completa en formato pocket.


EXTRACTO:

El micro arranca; por detrás de la nube de polvo aparecen Mariana y Christian. El cruce de rutas está desierto.

 –En un toque se nos va a hacer de noche, chabón–dice Mariana–. ¿Por qué no seguimos hasta Madryn como nos dijo Omar, me querés decir? 

–No aguantaba más al pajero ese. 

–¿De qué hablás? 

–El gordo del fondo, Mariana. ¿No te diste cuenta cómo te miraba? Y encima, el hijo de puta recién se había puesto la valija arriba de las piernas. Dos minutos más y yo lo iba a tener que cagar a trompadas, por eso decidí que nos bajábamos. 

Señala una ruta de ripio que se abre hacia el este y apura el paso: 

–Es para allá–dice. 

Mariana lo sigue. 

–¿En serio lo hubieras cagado a trompadas?–dice. 

–Sí–contesta él sin prestar atención y señala algo en el campo—. 

Mirá, un zorrito gris. Es el patagónico, éste. 

El animal los observa un segundo y sale disparando a campo abierto. Mariana insiste:

–¿Qué? ¿Te pusiste celoso? 

–No, Mariana. Me molestan los viejos verdes; eso. Nada más. 

–Dale… –le hunde dos dedos en las costillas y Christian siente un incendio en la columna vertebral–. Te dio un poco de celos, reconocelo. 

–Te estoy diciendo que no, Mariana.

Ella acerca la boca a su oreja y en voz baja le dice: 

–Qué trucho que sos, chabón; si yo sé que te dio cosa. 

Christian gira la cabeza y aprieta la de Mariana entre sus manos. Cierra los ojos y la besa. Le entreabre los dientes con la lengua; ella pega un respingo y suspira. Las lenguas se acarician y reconocen la boca del otro; después se empujan desesperadas. Christian tiembla por la excitación, cruza los dedos por detrás de la nuca de Mariana; las manos son suaves, cuidadosas. Los brazos de Mariana cuelgan inertes; el aliento de Christian la marea. Una mano le roza el lóbulo de la oreja y se desliza un poco hacia sus tetas. 

Entonces Christian suelta la cara de Mariana que tarda en abrir los ojos. 

El silencio del desierto les pesa. 

–Sí que te dio celos, chabón… –dice ella finalmente. 

–Ya te…–Christian carraspea–… te dije que no. 

Empiezan a caminar. Christian mira hacia delante y Mariana se demora en encender un cigarrillo. Ninguno puede sostener la mirada del otro.

El guardia del observatorio de Península bosteza; a ambos lados del camino el mar brilla iluminado por el último sol del día. Una combi blanca se acerca a paso de hombre; el conductor inclina la cabeza hacia el parabrisas. 

–Buenas–dice. 

–Buenas–masculla el guardia y con un toque en su visera lo autoriza a seguir viaje. El conductor agradece con la mano y acelera. 

–De paso conmigo no pagan la entrada–dice hacia el asiento trasero–. Porque ahora los del municipio se avivaron y a los turistas les cobran como cinco dólares. 

Mariana asiente con interés; Christian lo estudia desconfiado. A pesar de estar muy bronceado se nota que el tipo es rubio por el celeste aguado de los ojos y por las arrugas tirantes de una piel que sufre el sol. Tiene puesta una camisa con las mangas arrancadas que le marca los músculos del pecho. Los brazos son gruesos, las manos enormes. El nombre es Iván.

–¿Y cuando no hay ballenas qué hacés, Iván?–pregunta Mariana mientras estira el cuello de su remera para rascarse un hombro. 

–Hago…–la mira por el espejo retrovisor–… excursiones por tierra. Turistas hay todo el año, acá. 

–¿Y vivís de eso?–pregunta Mariana. 

–Sí, sobrevivo. Acá en Pirámide se gasta poca plata. Iván la estudia en el espejo y se moja los labios con la punta de la lengua.   

La playa de Puerto Pirámide es una bahía chica. La arena es gruesa y blanca a la luz de una luna creciente, casi llena. Iván se apoya sobre la puerta de la combi y mira a Mariana correr hacia la orilla; ella grita, se levanta las botamangas de los pantalones y mete los pies en el agua. Christian se tira en la playa con las piernas y los brazos abiertos: el corazón le late fuerte. Cruza los brazos debajo de la nuca y mira hacia el mar: con el agua hasta las rodillas, Mariana tira patadas y se ríe cada vez que la espuma le moja la cara. 

Más tarde, los tres se sientan en la escollera. Christian estudia las estrellas. Mariana fuma bajo la mirada de Iván; se frota los brazos y dice: 

–Che, qué frío de cagarse, ¿no? 

Iván le saca el cigarrillo de entre los labios y pega una pitada: 

–Hagamos una cosa: esta noche quedensé en mi casa y mañana ven qué hacen. 

–Joya, Iván–dice Mariana–. ¿En serio no tenés drama? 

–No, está bien–dice el rubio. 

Entrecierra los ojos y agrega: 

–Mucho lugar no tengo, pero nos vamos a arreglar.

Christian vuelve a la tierra y lo mira serio. 

La casa de Iván es de madera y está construida sobre pilotes de cemento. El terreno está lleno de materiales: bolsas de arena, una mezcladora, una pila de tablones atados con soga. Sobre los escalones de la entrada hay canto rodado suelto. Una bombita amarilla ilumina apenas la entrada. Iván abre la puerta de mosquitero. 

–¿Y?–les dice a Mariana y Christian que esperan al pie de la escalera–. Vamos, suban. 

Por dentro, la casa de Iván parece una casilla de barrio marginal. El comedor es chico y tiene un entrepiso donde se alcanza a ver una cama. 

Mariana deja la mochila sobre una silla y se toca el estómago. 

–Che, yo estoy cagada de hambre–dice–. ¿Hay algún veinticuatro horas? Iván le sonríe. –Ahora me fijo qué tengo en la heladera–dice mientras abre una ventana. 

–No, loco, no te lo decía por eso–dice Mariana avergonzada–. Te lo preguntaba de verdad. 

–Bueno, hagamos una cosa–Iván le guiña un ojo–. Fijate vos a ver qué podés inventar de cenar. 

Después gira hacia Christian: –Y vos, vení–dice–. Dame una mano para traer las colchonetas y un par de frazadas.  


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