«Es difícil haber nacido en el cuerpo equivocado»

Desde hace diez años ejercen la prostitución. Desde que tienen conciencia, se sienten mujeres pero en cuerpos de hombres. Dos travestis de Roca hablan de las parejas y de la soledad.

La silueta se recorta en una esquina mal iluminada. Un auto se acerca despacio y estaciona. Se abre la puerta del acompañante y la joven dice «hola, cobro 20 pesos y soy travesti».

Generalmente la cita se concreta en sectores «establecidos». Las paradas de los travestis suelen estar en un sector y el de las prostitutas en otro. Es decir que quien busca una oferta sexual, no se sorprende con la aclaración.

Pero a principios de la década del «90, cuando los primeros travestis comenzaron a ejercer la prostitución en las calles de Roca y en gran parte de las localidades del Alto Valle, las reacciones eran muy distintas.

«Fue muy difícil. La gente no estaba acostumbrada a ver travestis ni prostitutas en la calle como ahora. Tenías que estar sí o sí en un lugar bastante oscuro. Si sabían que eras travesti, generalmente te insultaban o pasabas un mal rato. En esa época no sólo me tuve que ganar la calle, sino también el respeto. Pero me acuerdo que cuando empecé fue una verdadera revolución», asegura Carla, uno de los primeros travestis que trabajó en Roca.

«Ahora la situación cambió. Voy a todos lados y en ningún lugar me cierran las puertas. Pero ganarme un lugar me costó. Con el tiempo pude demostrar que siendo travesti, podés ser más gente que muchos. Alguien puede ser muy hombre o muy mujer, pero una basura como persona», asegura.

La forma de vestirse tiene, para Carla, mucho que ver con el respeto que se gana. «Algunos travestis muestran todo, y para mí está mal. No hace falta estar totalmente desnuda. Podés estar bien vestida, sugerir sin mostrar, y sos más sexy. Pero muchos no lo entienden así», dice.

Piú tiene su esquina frente al canalito, y asegura que el tema de evitar el rechazo «tiene que comenzar por una».

«Para que no te rechacen, tenés que empezar por no rechazarte vos misma. Lleva tiempo. A algunos gran parte de su vida y otros no lo asumen nunca. Desgraciadamente nacimos en un cuerpo de hombre. Es decir, un cuerpo equivocado. Cuando te empezás a formar, te da mucha bronca y es difícil asumirlo».

Piú empezó a ejercer la prostitución hace más de diez años, aunque los primeros ocho los hizo en Neuquén, y luego volvió a Roca. Por aquella época alternaba la calle con los estudios. Tras la escuela primaria, llegó el secundario, y finalmente un curso de peluquería cuyo diploma guarda orgullosa. Es el as en la manga para el día de mañana. «Con eso espero ganarme la vida más adelante», dice.

Como todas quienes ofrecen su cuerpo a cambio de dinero, tienen que estar siempre de buen ánimo. «El que puede llegar a tener problemas o preocupaciones es el cliente. Una tiene que estar radiante. A veces tenés miles de dramas, pero a la hora del trabajo quedan a un lado», dice Carla.

La época más difícil es el invierno. Las temperaturas bajo cero o la lluvia no perdonan y calan hasta los huesos. «Te tenés que cuidar muchísimo. No te podés enfermar. Tengo una casa que mantener y el dinero lo preciso. ¿Cómo hago si tengo que estar cinco días sin salir a trabajar? La verdad es que el invierno es una tortura», reconoce.

El tema de las esquinas o paradas es una parte fundamental de los códigos que manejan travestis y prostitutas.

En Roca parecen estar los límites bien marcados. Sin embargo, quien tiene una esquina, la defiende como tesoro. «Nos costó mucho ganarnos las paradas. Hemos caído en cana, porque siempre caemos primeros (en relación con las prostitutas)», asegura Piú.

«Yo no tuve muchos problemas porque trabajé en whiskerías y en la calle alternadamente. Cada una tiene su parada y se respeta. Yo no molesto a nadie, pero a mí que no me molesten. Por ahí se quieren parar al lado tuyo y no es así, no las dejo», agrega Carla.

El nivel socioeconómico de los clientes es variado, aunque la mayoría responde a la clase media. «Algunos clientes te pagan, pero no para tener relaciones. Lo único que quieren es hablar, que los escuches. Es como que vienen a descargarse de sus rollos. Para una resulta un poco extraño, porque a la hora del trabajo somos un objeto sexual. Todo el que te mira es para hacerte algo. Sin embargo hay casos como los anteriores», cuenta Carla.

El frío empieza a apretar en Roca. Un auto que se acerca, y parte con Carla o Piú con rumbo desconocido. En el auto viaja también la ilusión de llegar a fin de mes para pagar las cuentas y si se puede, que algún objetivo anhelado empiece a tomar forma.

Tal vez Piú pueda empezar a comprar los elementos para poner su peluquería.

Tal vez Carla pueda juntar la plata para tener aquella tienda que tanto desea.

Tal vez sea una historia parecida a la de los cerca de veinte travestis que trabajan en Roca.

Mientras tanto, el frío sigue apretando.

Hugo Albizúa

halbizua@rionegro.com.ar

El riesgo siempre está latente

En los tiempos que corren, la palabra inseguridad pasó a ocupar un lugar más que importante. Y los riesgos se potencian en una actividad como la prostitución callejera, en la que quien ofrece su cuerpo se sube con un desconocido sin saber lo que puede pasar.

«Generalmente no subo a cualquier auto porque yo trabajo con clientes. Hay algunos que los tengo desde hace ocho años. Nunca tuve problemas, porque desde el vamos les aclaro que soy travesti. Tiene mucho que ver cómo sos como persona. Si te hacés la fantasma te van a tratar como fantasma. Y no es así, ¡si vos estás trabajando!», asegura Carla.

Sólo una experiencia la asustó y mucho. «Una vez me pasó que un tipo me quiso robar la cartera, pero pude salir corriendo. Si te tiene que pasar algo, te va a pasar en cualquier lado… en tu casa, en el trabajo. De todos modos, una no trata de correr riesgos innecesarios y trata de ir a los mismos lugares. Además, entre nosotras somos muy solidarias», manifiesta.

Si bien reconoce que con la Policía no hay mayores problemas, sí se queja de ser siempre la primera en caer detenida cada vez que hay algún operativo de identificación.

Una regla que es de oro

Además de la posibilidad de un asalto o algún acto violento, quienes ejercen la prostitución callejera son concientes que si no se toman los recaudos necesarios, el mayor peligro al que están expuestos es el sida.

Y en ese punto no hay concesiones. El uso del preservativo es una regla de oro que aseguran no quebrantar jamás.

«Algunas veces, un cliente te pide tener una relación sin preservativos, incluso te ofrecen más dinero. Pero aceptarlo es una decisión inconciente. Es jugar con la vida de una. No podés jugarte de esa manera. En la mayoría de los casos, que son pocos, lo terminan entendiendo. En otros no, y el cliente se va, aunque nunca me pasó que se vayan enojados», asegura Carla.

Al filo del precipicio

Por otra parte, tienen que presentar periódicamente los estudios sanitarios de HIV y otras enfermedades de transmisión sexual.

«No podés caminar al filo del precipicio. Es tu vida la que está en juego». señaló.

Una infancia nada fácil

Para cualquier adolescente tiene que ser muy difícil asumir que se siente atraído por su mismo sexo. Pero debe serlo mucho más cuando el tema se toca por primera vez con los padres.

Piú tiene diecinueve hermanos y la mayoría varones. Y tal como ella dice, «mi viejo es «chapado» a la antigua».

«Soy travesti desde que tengo noción. Siempre me gustaron los hombres. En la escuela estaba todo bien, pero por ahí te chocabas con algún zarpado. Muchas personas me cargaban cuando era chica y ahora las tengo de cliente. Son varios compañeros de colegio primario y secundario», dice con una sonrisa.

Cuando llegó la hora de hablarlo con la familia, reconoce que no fue nada fácil. «Con el tiempo se fueron dando cuenta que estaban equivocados en algún aspecto. Pero les costó como a toda familia. A mi viejo le costó mucho más, a mi mamá no tanto. Pero por suerte mi padre se acostumbró. Gracias a la televisión y a los informes se la va abriendo más la mente», asegura.

¿Pero hace diez años no era tan común como ahora?

«Ahora hay un poquito más de aceptación, pero no te creas que mucho más. Ves a gente que le gusta la onda, dan cincuenta vueltas para concretar la cita, y resulta que llaman más la atención dando vueltas que si paran de una vez».

El caso de Carla no es muy distinto. «Soy travesti porque siempre me sentí mujer. No es porque pasó algo. Y creo que la única forma de identificarme es esta». Reconoce que «siempre me di cuenta que me gustaban los hombres. Lo que pasa es que antes no se podía. No fue fácil tener que decirlo, especialmente a mi viejo, porque al hijo lo quiere como hombre».

Al recordar aquel momento asegura que «mi papá no lo podía creer. Yo tenía cerca de 13 años. El es mayor y muy machista. Una vez me dijo que podía hacer mi vida pero que no me vista de mujer. «Hay muchos que les pasa lo mismo y no se visten de mujer», dijo.


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