Es enfermero en el hospital de Roca y se fue de la casa de sus padres para cuidarlos

Lucas Morales, de 22 años, se recibió en 2018 y cursaba la licenciatura cuando se desató la pandemia. Hace nueve meses que trabaja en el Hospital López Lima en la ciudad del Alto Valle y desde el primer día abandonó la casa de sus padres porque son pacientes de riesgo. Alquila un monoambiente. Y cuando los visita, los "abraza" así.

La pandemia y la nueva normalidad obligaron a la sociedad a modificar de lleno las formas de actuar y relacionarse con el otro. Si bien el cambio fue general para evitar la propagación del virus, quienes deben estar más atentos a estos detalles son los trabajadores de la salud que conviven y están en contacto día a día con el coronavirus.

La utilización de barbijos, mantener la distancia, lavarse las manos y evitar el contacto, entre ellos los abrazos, son algunos de los cambios sociales a los que todos debieron adaptarse aunque para médicos, enfermeros y personal sanitario incluso se vieron obligados a adoptar un nuevo estilo de vida.

Eso le ocurrió a Lucas Morales, un joven enfermero de 22 años del hospital Francisco López Lima, que cuando lo llamaron en abril para sumarse al equipo de trabajo en Roca debió abandonar la casa donde se crió y vivía con sus padres para cuidarlos, ya que ambos son pacientes de riesgo por ser monorenales.

En 2018, Lucas se recibió de enfermero en la Universidad Nacional del Comahue y estaba cursando la licenciatura en Enfermería en el momento que llegó la pandemia. Un viernes de abril le avisaron que debía presentarse a trabajar en el hospital el siguiente lunes y no lo dudó.
Ese día salió a buscar alquiler y el domingo se mudó.

“Era la decisión que tenía que tomar para cuidar a mis viejos», dice Lucas. Foto: Juan Thomes.

Se fue de la tranquilidad de la chacra donde vivía y aprendió a caminar para irse a vivir a un pequeño monoambiente en el barrio El Porvenir.


“Era la decisión que tenía que tomar para cuidar a mis viejos. Soy el tercer hijo, el mimado de la familia, y los primeros meses fueron complicados. Siempre cuesta adaptarse, me enfrenté con muchas inseguridades propias dentro del hospital porque tener una vida a a cargo es una responsabilidad inmensa, al principio fue duro”, comenta sobre sus primeras semanas como enfermero, con el agregado de que cuando volvía a su casa ya no tenía a sus padres para darle el abrazo de bienvenida.

“Ahora lo llevo mejor. En agosto exploté cuando mi viejo tuvo algunos síntomas. Por celular le decía a mi familia que todos viven con alguien y todos pueden recibir un abrazo, pero si a ellos les pasa algo, ¿a quién voy a poder abrazar yo cuando esto termine?”, explica.

Rosa, su mamá, desde la otra punta de la mesa agrega: “Desde que se fue las pocas veces que nos vimos no me deja abrazarlo. Yo muero por hacerlo pero no quiere saber nada. Apenas vino cuatro veces a visitarnos, nosotros le llevamos comida, mucha, pero siempre con distancia”.

Como todo chico, cuando va a ver a sus padres lleva la bolsa con la ropa para lavar. Foto: Juan Thomes.

En la chacra donde viven sus viejos, se respira tranquilidad y cariño. Tanto Rosa como Samuel, su papá, son monorenales porque ambos le donaron un riñón, en diferentes momentos a otro de sus hijos. Más allá de la distancia social y el sacrificio Samuel infla el pecho cuando habla de su hijo.


“Es un orgullo para mi saber que un pibe de 22 años está poniendo el pecho en una situación así, con las ideas tan claras y sus convicciones, aunque no lo podamos ver ni disfrutar tanto como antes”.

“Estoy contento con mi laburo, jamás en mi vida me había imaginado vivir una situación como esta. No era lo que mi mente proyectaba para mí, ni me sentía capaz pero al ver los resultados me empecé a enamorar cada día más de lo que hago”. Lucas habla con satisfacción por su trabajo y esfuerzo diario, aunque haya tenido que adaptarse a esos raros abrazos nuevos.


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