“Es la gestión… Scioli”

Es la economía, estúpido” es la famosa frase que utilizó Bill Clinton durante la campaña presidencial norteamericana de 1992 para aludir a que la principal preocupación del electorado era la situación económica. Desde entonces la frase se repite en todo el mundo como si se tratara de una verdad revelada de la ciencia política. En esta línea, es evidente que en la competencia por la presidencia de la Argentina la economía tiene también su papel preponderante. Sin embargo, hasta la fecha no parece ocupar el rol central que le asigna esa sabiduría pragmática y de entrecasa, quizá porque los argentinos se han acostumbrado a la insuficiente performance económica que ha tenido la democracia desde su restauración en 1983, repetida con creces bajo la presidencia de Cristina Kirchner, y descuentan que cualquiera sea el candidato ganador tendrán que enfrentar un durísimo escenario económico. Pero precisamente porque han sufrido en carne propia crisis económicas desconocidas en otras regiones y porque reciben servicios públicos de mala calidad es que comienzan a asociarlas con una pobre gestión de gobierno. En la Argentina, el latiguillo de Clinton tiene su versión autóctona: “Es la gestión, estúpido”. Sometidos al imperio de una prolífica tribu de aprendices de brujos, la ineficacia y la corrupción en la gestión son la moneda corriente que el kirchnerismo ha prodigado a un ritmo aún mayor que la emisión monetaria descontrolada de estos días. Un ejemplo mayúsculo de esta carencia de gestión lo representa el gobierno de la provincia de Buenos Aires, en manos de Daniel Scioli. Basta analizar que la provincia activa es la que menos invierte en obras y equipamiento –apenas un 2,2% del presupuesto anual, muy alejado del elevado 32,1% que invierte San Luis o del robusto 18,3% que dedica la Ciudad Autónoma de Buenos Aires– para comprender el estado lamentable de las rutas, las carencias de los hospitales, el deterioro de las escuelas públicas, el abandono a su suerte del conurbano o, como ha quedado de manifiesto con las recientes inundaciones, la no realización de obras hidráulicas en zonas que han sufrido este flagelo de modo recurrente en los últimos años. Basta recorrer la provincia para comprobarlo. Por tanto, tampoco se requiere de un grado especial de lucidez contable para referirnos con mayor propiedad que la propaganda oficial a la provincia pasiva, que acumula un extraordinario pasivo social con sus ciudadanos. En las democracias que progresan el poder no se acumula por sí mismo. Todo lo contrario: en ellas la clase política lo persigue para ponerlo al servicio de los ciudadanos, quienes controlan su ejercicio mediante la posibilidad de optar entre partidos políticos. En esas democracias con visión de futuro los disensos no impiden continuar la labor del gobierno anterior: son sociedades acumulativas de gestión. En cambio, en sociedades inestables y sujetas a crisis recurrentes el retraso permanente es moneda corriente. Los políticos que presiden estas sociedades buscan acumular poder y más poder en la creencia de que con ellos se inicia la historia; como todo lo anterior no sirve, sólo se concentran en acaparar poder para someter a aquellos que no opinan igual: son sociedades acumulativas de poder. En la Argentina, hace mucho tiempo que el peronismo perdió sus bríos revolucionarios y se convirtió en una máquina rudimentaria de acumulación de poder. No importa que un día se recueste en la derecha política y otro se revuelque en los brazos dulces de la izquierda; poco le preocupan a la mayoría de sus dirigentes las cuestiones ideológicas y menos aún sienten remordimientos por ser capaces de formar parte con similar fervor del menemismo y más tarde del kirchnerismo: el objetivo no es plasmar un plan de gobierno a largo plazo, sino mantenerse en el poder. En total coherencia con el postulado histórico del peronismo, Scioli es la encarnación pura de conquistar el poder a cualquier precio. Estarán quienes creen que su estilo político más moderado lo diferencia de la patología del travestismo peronista que no se plantea límites ideológicos ni de acción política cuando de alcanzar la suma del poder se trata. Nosotros opinamos, por el contrario, que bajo la aparente mansedumbre de Scioli se oculta un omnívoro apetito de poder en línea con la voracidad de Menem o de los Kirchner. Toda su carrera política, signada por vejaciones y humillaciones por parte de Néstor y Cristina Kirchner, no se explica si se olvida esa vocación desmesurada que esconde Scioli bajo su afabilidad interpersonal. Se dirá que todo gran político está movido por una gran ambición del llegar al poder y que donde falta esta condición no existe un político con mayúsculas. Esto es parcialmente cierto. Ha sido la actitud autoritaria del peronismo la que ha hecho creer a la sociedad argentina que sin la pretensión del poder total y absoluto no se puede gobernar. Pero esta creencia no existe en otras regiones donde los políticos son tanto o más ambiciosos pero ello no conlleva que consuman todas sus energías en mantener el poder. Saben que finalmente la sociedad los juzgará por los resultados de su gestión. Scioli pertenece a la estirpe de los políticos que son incapaces de comprometer un anuncio sobre sus planes de gobierno. Seguramente porque es muy poco lo que tiene para mostrar luego de ocho años en la gobernación bonaerense. Por eso, gobernador Scioli, ¿para qué quiere ser presidente? ¿Para repetir en la Nación la pobre gestión que ha mostrado en la provincia? (*) Socio del Club Político Argentino

Alejandro Poli Gonzalvo (*)

“El peronismo perdió sus bríos revolucionarios y se convirtió en una máquina rudimentaria de acumulación de poder”.


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