Eterna batalla

La peña

jorge vergara jvergara@rionegro.com.ar

La tan combatida berenjena está por las nubes, los ninguneados zapallitos están imposibles de comprar y los prestigiosos tomates, tal vez los que se llevan todas las preferencias, este invierno no hicieron la diferencia. No, no es una columna del Mercado Central ni un relevamiento de precios creíble. Es simplemente una cuestión más del folclore doméstico y las modas que rodean a las frutas y verduras. Hablar de rúcula es hacerlo de una especie bien cotizada siempre, pero en cambio hablar de acelga no implica mayores erogaciones. Es que la acelga siempre estuvo por el piso, nunca fue reconocida como prestigiosa y cualquiera que la planta consigue buenos resultados. En cambio, la rúcula se caracteriza por ser siempre escasa y por lo tanto más cara. A lo largo de nuestras vidas siempre hemos combatido a las verduras, salvo casos muy especiales donde las madres se empeñaron en enseñarnos sobre las bondades de comer zanahoria, te hace fuerte y te ayuda para la vista, decían, aunque el mismo verso lo repetían cuando hablaban de berenjenas o de zapallitos. No sé por qué los chicos son una especie de enemigos de las verduras. Es una de las luchas de los padres intentar que las coman, pero muchas veces se convirtieron en luchas perdidas porque nunca lograron que comieran más que tomates o choclos, que imagino serán los preferidos de los chicos. Recuerdo de chico que las que estaban últimas en mi ranking eran las berenjenas. Me caían simpáticos los rabanitos por el color imponente, pero ese idilio sólo duró hasta que los probé. Los morrones no eran mis preferidos, pero no me resultaban terribles. Los zapallitos más o menos y la lechuga siempre me gustó. Pero con los años las cosas fueron cambiando, a tal punto que las berenjenas empezaron a gustarme y descubrí las bondades de otras verduras que siempre ignoré. La lucha por las verduras formó y forma parte del intento en cada hogar por sumar nutrientes que a esta altura de las circunstancias nadie discutiría, pero que no ha tenido mayores éxitos. Un adolescente tuvo la suerte de ser elegido para jugar al fútbol en un club reconocido, tal vez un paso más adelante que el común de los clubes. Este adolescente era de los que no conocía el gusto del zapallo, la batata o la achicoria. Viajó a Buenos Aires y a los pocos días le dieron la dieta a seguir para poder afrontar la competencia intensiva, paso previo a ser un profesional. Desapareció de su menú la pizza, reducida a una vez cada quince días o en el mejor de los casos una vez a la semana. En cambio, verduras y frutas todos los días. En principio pensó en dejar de lado su sueño porque no se bancaba las verduras. Hasta remolacha lo hicieron comer. Sin embargo, su amor al fútbol pudo más y aprendió a degustarlas, porque en realidad era eso lo que no sabía. En definitiva aprendió en un mes en un club a comer las verduras que en más de una década sus padres no habían podido lograr. Esa lucha es folclore hogareño, cotidiano, duro y complejo. “Si no comés la lechuga no comés milanesa”, suelo escuchar a algunas madres. “Si no terminás toda la verdura no hay fútbol” o “si dejás todo el zapallo no hay computadora”. Directamente se llegó a la extorsión para lograr que los chicos coman más que tomates o choclos. Y aún así son pocos los que pueden exhibir el privilegio de haberlo conseguido. Claro, si eso pasa con las reconocidas mundialmente como doña remolacha, doña acelga, don zapallo y muchos dones más, imagínese qué dirán sus hijos si la idea es comer nabo, por ejemplo. Sería otra batalla de ésas de nunca acabar. O si les dijera que coman rabanitos o repollo con ese aroma que lo caracteriza. En fin, siempre la ensalada será una lucha y los tomates parecen ser los únicos que ganaron la batalla.


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