Fake news: «La culpa no es del troll, sino de quien le da de comer»

“Fake news, trolls y otros encantos”, coescrito por los investigadores Natalia Aruguete y Ernesto Calvo, analiza el modo en que los protocolos de la información cambiaron vertiginosamente en los últimos cinco años, sobre todo a partir de las redes sociales.

Las fake news se mimetizan en las redes con las noticias tendenciosas y sesgadas de los medios, favorecidas por la agenda caprichosa que imponen los canales de televisión o los diarios y divulgadas por usuarios y empresas que tratan de sacar rédito sin consultar la veracidad de las mismas, según detallan en el libro «Fake news, trolls y otros encantos» los investigadores Ernesto Calvo y Natalia Aruguete, quienes describen cómo los protocolos de la información cambiaron vertiginosamente en los últimos cinco años.


En el libro, que acaba de ser publicado en formato digital por Siglo XXI Editores, los autores remarcan la distinción entre una «fake new», que tiene el propósito político de atacar/acallar al otro, y una «noticia falsa», que atiende a un contenido cuya falsedad no necesariamente es voluntaria ni maliciosa.


Natalia Aruguete es doctora en Ciencias Sociales e investigadora del Conicet. Su línea de investigación se centra en el estudio de las agendas política, mediática y pública. Es colaboradora en Página 12 y en Le Monde Diplomatique.

P: ¿cómo fue la planificación del libro?

Natalia Aruguete: La génesis data del momento del #RuidazoContraElTarifazo, a mediados de 2016. En el marco de ese evento político nos propusimos analizar las formas que tomaba la relación entre medios de comunicación tradicionales y usuarios de a pie, en la dinámica de la conversación en redes sociales. En particular nos centramos en Twitter, que es una red pública que devuelve el universo completo de interacciones alrededor de un asunto determinado. Con el tiempo fuimos estableciendo cruces teóricos y empíricos singulares y enriquecedores entre la ciencia política y la comunicación política.

Hasta entonces, Ernesto (Calvo) había estudiado cómo los usuarios votan en las redes sociales a partir de sus decisiones y elecciones sobre a quién seguir y qué mensajes compartir. Yo, en cambio, venía analizando el poder de los medios tradicionales de forjar determinadas temas de agenda y encuadres mediáticos en la opinión pública, pensada como un todo homogéneo. En los distintos casos confirmamos la fragmentación y heterogeneidad de esos públicos.

P: ¿En qué consistió la escritura a cuatro manos?

N.A: Ese cruce teórico se fue consolidando conforme avanzamos en distintos casos de análisis con resultados muy divergentes acerca del rol de los medios y las decisiones de los usuarios de aceptar, propagar y, por ende, conformar encuadres locales en distintas regiones de la red. Esos resultados parciales, publicados inicialmente en revistas académicas, convergieron en este libro, que se compone de tres grandes ejes de discusión dentro de los cuales se disponen los capítulos: la actitud de los usuarios en redes sociales; la conformación de encuadres mediáticos; la estructuración de diversas rotaciones en la red en función del tipo de evento en cuestión.

El objetivo del iniciador de una fake news suele ser el de vaciar de contenido el terreno discursivo -enlodar la conversación y desvirtuarla- al atacar, intimidar y amedrentar al opositor y lograr que se llame a silencio.

Natalia Aruguete.

P: ¿Cuál es el objetivo principal del creador o difusor de una fake news?

N.A.: El objetivo del iniciador de una fake news suele ser el de vaciar de contenido el terreno discursivo -enlodar la conversación y desvirtuarla- al atacar, intimidar y amedrentar al opositor y lograr que se llame a silencio. Cierto es que no siempre una fake news se inicia desde la mala intención del emisor. Por eso distinguimos entre fake news, que tiene el propósito político de atacar/acallar al otro, y noticia falsa, que atiende a un contenido falso que pudo no haber estado verificado pero dicha falsedad no necesariamente es voluntaria ni maliciosa. En esas ocasiones, donde el contenido falso es involuntario y producto de nuestros sesgos cognitivos, se requiere de la existencia de autoridades en la red que garanticen la propagación de esa información falsa bajo una estrategia de tierra arrasada, dado su algo grado de jerarquía.

P: Por otro lado, ¿por qué los receptores les dan crédito a las fake news?

N.A.: Efectivamente, el estudio de las fake news no debe centrarse de manera excluyente en las iniciativas del emisor así como en las estrategias de las autoridades en la red, que capitalizan políticamente la difusión de fake news. Es central el rol de los usuarios que recepcionan esos mensajes y que, movidos por sus creencias previas, comparten información que es coherente con la idiosincrasia y el «mundo de la vida virtual» que predomina en la comunidad a la que pertenecen. En definitiva, esos usuarios de bajo rango son la garantía de que una fake news sea circulada y se propague. Por eso solemos decir: la culpa no es del troll sino del que le da de comer.

P: ¿Las ideologías y las creencias facilitan la eficacia de los fake news?

N.A.: Todos actuamos en la vida social a partir de creencias y convicciones, y nos movemos en función de determinadas definiciones -siempre sesgadas- de la realidad. En redes sociales, tenemos la tendencia a convivir entre iguales, en tanto pertenecemos a comunidades de valores que nos hermanan. Toda circulación e interacción con mensajes en redes sociales está fundamentalmente explicada, no solo por sesgos cognitivos, sino además por el impacto afectivo de los mensajes.

P: ¿Los haters funcionan con mayor fuerza desde la máscara, el anonimato o la deshumanización de la víctima?

N.A.: Las autoridades en la red -sean actores institucionales, celebrities o instituciones mediáticas, o cuentas fake que suelen actuar como trolls- no son una invariante. Aun cuando los actores con peso fuera de las redes tengan más chances de ser autoridad en el terreno virtual, no son siempre ni necesariamente los mismos con peso discursivo. Adquieren jerarquía virtual, en parte, en función del tipo de conversación que se arme en los distintos eventos que analicemos en el marco de un contexto determinado. Una autoridad cuyo propósito es «deshumanizar a su víctima» virtual tendrá mayor eficacia siempre que el diálogo en las redes sociales se polarice. En cambio, en aquellas conversaciones virtuales en las que se tienda a un mayor consenso -como vimos en los casos donde se promueven agendas de género: #AbortoLegal o #MiraComoNosPonemos-, para esas autoridades perniciosas será más difícil estructurar discursos que alcancen terreno y altos niveles de difusión.


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