Fernández aún no ha decidido quién es


Si en efecto llamó a la unidad, ¿cómo se explica el mensaje en las redes sociales de su vocero, que llamó al día siguiente “inútil” y exigió “silencio” al expresidente Macri?


Alberto Fernández hizo una interesante puesta en escena el jueves en el quincho de Olivos por el Día de la Independencia. Parado frente a un atril, en el centro de la imagen, el presidente se rodeó de titulares de las cámaras de la industria, el comercio, la construcción, los bancos nacionales y entidades agropecuarias -en el caso más sorprendente, el de la Sociedad Rural Argentina-, y de uno de los secretarios de la CGT. Un canto al diálogo intersectorial. “Aquí estoy yo y el gobierno de la Argentina”, dijo, y saludó a los gobernadores conectados a distancia. Llamó “querido” a Kicillof y “mi amigo” al opositor Rodríguez Larreta, en una apuesta a la sociedad con la provincia y la Ciudad de Buenos Aires en la contingencia de la pandemia. “Vine a terminar con los odiadores seriales. No vengo aquí a instalar un discurso único. Sé que hay diversidad y la celebro y la propicio. Lo que necesito es que sea llevada con responsabilidad. El odio y la división nos paraliza”, dijo.

Fernández buscó transmitir un mensaje conciliador. Sin embargo, su discurso no fue leído de esa manera por todos. Descontemos a la prensa alineada; los dos principales diarios nacionales tuvieron una mirada opuesta sobre el contenido de su mensaje, como podía leerse en sus portadas y sitios web. Esos diarios están editados por periodistas profesionales y rigurosos. Pero entendieron cosas diferentes.

Unos enfocaron en el concepto de “odiadores seriales”, lo asociaron a un sector de la oposición y concluyeron que se trató de un discurso “duro”, confrontativo. Los otros dijeron en cambio que el presidente había retomado el mensaje y los gestos de unidad para enfrentar la crisis (es un dato que no debería escapar a quienes piensan que la prensa independiente actúa en pendant: incluso las opiniones divergían entre los columnistas del mismo diario).


No se trata de si busca dividir a la oposición. El problema del presidente es de origen. Fernández ha debido desdecir toda su actuación pública de una década para poder acceder al lugar de hoy.


¿Cómo ocurrió esto? Podría tratarse o bien de que el presidente no habla con claridad o de que ha dejado de ser verosímil. Tal vez sea una mezcla de ambas cosas.

Hay otros casos en las últimas semanas acerca de cómo Fernández genera confusión. El de la intervención a la cerealera Vicentin es uno. Decreto y proyecto de expropiación un día. Diálogo y negociación el otro. Al siguiente, enmienda al gobernador de Santa Fe, un componedor. En días sucesivos, otra vez conciliador y otra vez confrontativo. Resultado: nadie sabe bien qué quiere hacer Fernández con Vicentin. Otro ejemplo es la reestructuración de la deuda: el acuerdo hacia el que se encamina el gobierno nada tiene que ver con la fraseología sobre la sostenibilidad y sustentabilidad de la que hablaba el ministro Guzmán.

Volvamos al 9 de Julio. Si en efecto Fernández llamó a la unidad, ¿cómo se explica el mensaje en las redes sociales de su vocero y secretario de Comunicación, que llamó al día siguiente “inútil” y exigió “silencio” al expresidente Mauricio Macri? Si lo autorizó el presidente es preocupante. Si no lo hizo, es grave.

No se trata simplemente de si busca dividir a la oposición. El problema del presidente, entendemos, es de origen. Fernández ha debido desdecir toda su actuación pública de una década para poder acceder al lugar que ocupa hoy. No hace falta que recordemos en detalle cuál era su evaluación en esos años de los gobiernos de Cristina Kirchner. Aunque basta con decir “deplorable”.

El presidente carga con ese lastre. Y es razonable que genere desconcierto. Cuando Fernández se ofrece como facilitador, despierta la desconfianza (y algo más) de los seguidores de la vicepresidenta, la líder del sector que hegemoniza el Frente de Todos. Y cuando el presidente cumple con sus compromisos con la vicepresidenta, como vienen ocurriendo sostenidamente en los últimos meses, agita la desconfianza de quienes esperaban ver con la llegada al poder de Fernández y del peronismo a una expresidenta en retirada.

Fernández aún no ha decido quién es. O quién va a ser. La pandemia del coronavirus sigue prolongando esa decisión. Pero la encrucijada está cada vez más cerca.


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