Franqueza desconcertante

Luego de opinar que a su juicio “los argentinos son una manga de ladrones, del primero a último”, el entonces presidente uruguayo Jorge Batlle tuvo que trasladarse a Buenos Aires para pedir perdón, con la humildad debida, al presidente interino Eduardo Duhalde por haberse expresado de manera tan despectiva. ¿Se sentirá obligado a seguir los pasos de Batlle el actual mandatario uruguayo José “Pepe” Mujica? Es posible, pero no es demasiado probable. Aunque el izquierdista Mujica acaba de dar a entender que comparte plenamente los sentimientos del ex presidente conservador al afirmar que “lo grave fue haberlo dicho y que se lo hayan grabado, no haberlo pensado”, además de señalar que entre los muchos problemas de la Argentina, un “país cortado en dos”, están “un proteccionismo feroz”, un “dólar inflado” y un Estado engordado “que funciona mal”, para no hablar del “fanatismo” de los asambleístas gualeguaychuenses, sorprendería que el ex guerrillero tupamaro procurara suavizar el impacto de sus palabras arrodillándose frente a su homóloga, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Si sólo fuera cuestión de las opiniones de un político anciano que está acostumbrado a hablar sin pelos en la lengua y que es notorio por su negativa tajante a respetar las normas diplomáticas habituales, lo dicho por Mujica podría atribuirse a nada más que su archiconocida excentricidad, pero sucede que muchos dirigentes uruguayos, tanto de izquierda como de derecha, piensan del mismo modo. Parecería que, a pesar de los estrechos lazos culturales entre Uruguay y la Argentina, les cuesta entender nuestras vicisitudes políticas, acaso porque nunca fueron seducidos por un fenómeno tan agresivamente populista y nacionalista como el peronismo. Así las cosas, es comprensible el desconcierto que sienten no sólo los europeos, norteamericanos y asiáticos sino también los chilenos y brasileños cuando tratan de analizar lo que está sucediendo aquí, ya que nuestras particularidades políticas les son aún más ajenas. Si bien escasean los gobernantes extranjeros que estén dispuestos a arriesgarse hablando con la sinceridad insólita que es la marca de fábrica de Mujica, no hay motivos para suponer que, a diferencia de él, muchos se sientan impresionados por los logros del “modelo” kirchnerista que por lo común imputan al viento de cola y a los beneficios pasajeros que fueron producidos por la devaluación brutal del peso a comienzos de la gestión de Duhalde. Antes bien, tomarán dicho “modelo” por otra manifestación de la propensión nacional a protagonizar desastres periódicos adoptando políticas inflacionarias, manipulando las estadísticas, “engordando el Estado” y sobreprotegiendo a la industria sin intentar hacerla más competitiva. De todos modos, la frustración que sienten los uruguayos es lógica, ya que, habitantes de un país pequeño que por ser un socio menor del Mercosur depende mucho de la evolución económica de los integrantes mayores, les es muy difícil defenderse contra las repercusiones regionales del estallido del “modelo” de turno. También se han visto perjudicados por los esfuerzos de los asambleístas de Gualeguaychú, con el apoyo del gobierno de Néstor Kirchner, por castigarlos económicamente con el propósito de obligarlos a abandonar el proyecto industrial más grande de la historia de su país. Si bien sería un error muy grave de su parte caer en la tentación de responsabilizar a la Argentina por su propio atraso, a menos que Uruguay logre distanciarse más de su vecino problemático seguirá sufriendo las consecuencias de nuestras crisis esporádicas. Conscientes de esta realidad, algunos dirigentes políticos uruguayos quisieran que su país eligiera una estrategia parecida a la chilena, que lo mantendría alejado de los bloques comerciales regionales para estar en condiciones de aprovechar mejor las oportunidades brindadas por la globalización. Aunque pareciera que Mujica, atraído por el sueño de “la unidad latinoamericana”, preferiría no salir del Mercosur, las declaraciones sumamente críticas que formuló acerca de la política económica argentina y del estupor que le produjo el grado de conflictividad que vio reflejado en el velorio de Néstor Kirchner, de ahí la alusión a un país “cortado en dos”, hacen pensar que podría optar por la alternativa así supuesta.


Luego de opinar que a su juicio “los argentinos son una manga de ladrones, del primero a último”, el entonces presidente uruguayo Jorge Batlle tuvo que trasladarse a Buenos Aires para pedir perdón, con la humildad debida, al presidente interino Eduardo Duhalde por haberse expresado de manera tan despectiva. ¿Se sentirá obligado a seguir los pasos de Batlle el actual mandatario uruguayo José “Pepe” Mujica? Es posible, pero no es demasiado probable. Aunque el izquierdista Mujica acaba de dar a entender que comparte plenamente los sentimientos del ex presidente conservador al afirmar que “lo grave fue haberlo dicho y que se lo hayan grabado, no haberlo pensado”, además de señalar que entre los muchos problemas de la Argentina, un “país cortado en dos”, están “un proteccionismo feroz”, un “dólar inflado” y un Estado engordado “que funciona mal”, para no hablar del “fanatismo” de los asambleístas gualeguaychuenses, sorprendería que el ex guerrillero tupamaro procurara suavizar el impacto de sus palabras arrodillándose frente a su homóloga, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Si sólo fuera cuestión de las opiniones de un político anciano que está acostumbrado a hablar sin pelos en la lengua y que es notorio por su negativa tajante a respetar las normas diplomáticas habituales, lo dicho por Mujica podría atribuirse a nada más que su archiconocida excentricidad, pero sucede que muchos dirigentes uruguayos, tanto de izquierda como de derecha, piensan del mismo modo. Parecería que, a pesar de los estrechos lazos culturales entre Uruguay y la Argentina, les cuesta entender nuestras vicisitudes políticas, acaso porque nunca fueron seducidos por un fenómeno tan agresivamente populista y nacionalista como el peronismo. Así las cosas, es comprensible el desconcierto que sienten no sólo los europeos, norteamericanos y asiáticos sino también los chilenos y brasileños cuando tratan de analizar lo que está sucediendo aquí, ya que nuestras particularidades políticas les son aún más ajenas. Si bien escasean los gobernantes extranjeros que estén dispuestos a arriesgarse hablando con la sinceridad insólita que es la marca de fábrica de Mujica, no hay motivos para suponer que, a diferencia de él, muchos se sientan impresionados por los logros del “modelo” kirchnerista que por lo común imputan al viento de cola y a los beneficios pasajeros que fueron producidos por la devaluación brutal del peso a comienzos de la gestión de Duhalde. Antes bien, tomarán dicho “modelo” por otra manifestación de la propensión nacional a protagonizar desastres periódicos adoptando políticas inflacionarias, manipulando las estadísticas, “engordando el Estado” y sobreprotegiendo a la industria sin intentar hacerla más competitiva. De todos modos, la frustración que sienten los uruguayos es lógica, ya que, habitantes de un país pequeño que por ser un socio menor del Mercosur depende mucho de la evolución económica de los integrantes mayores, les es muy difícil defenderse contra las repercusiones regionales del estallido del “modelo” de turno. También se han visto perjudicados por los esfuerzos de los asambleístas de Gualeguaychú, con el apoyo del gobierno de Néstor Kirchner, por castigarlos económicamente con el propósito de obligarlos a abandonar el proyecto industrial más grande de la historia de su país. Si bien sería un error muy grave de su parte caer en la tentación de responsabilizar a la Argentina por su propio atraso, a menos que Uruguay logre distanciarse más de su vecino problemático seguirá sufriendo las consecuencias de nuestras crisis esporádicas. Conscientes de esta realidad, algunos dirigentes políticos uruguayos quisieran que su país eligiera una estrategia parecida a la chilena, que lo mantendría alejado de los bloques comerciales regionales para estar en condiciones de aprovechar mejor las oportunidades brindadas por la globalización. Aunque pareciera que Mujica, atraído por el sueño de “la unidad latinoamericana”, preferiría no salir del Mercosur, las declaraciones sumamente críticas que formuló acerca de la política económica argentina y del estupor que le produjo el grado de conflictividad que vio reflejado en el velorio de Néstor Kirchner, de ahí la alusión a un país “cortado en dos”, hacen pensar que podría optar por la alternativa así supuesta.

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