Viedma: Magalí Pardal, la chef que impulsa los sabores simples
Chef y docente. Está dedicada a eventos gastronómicos y su pasión es enseñar. Además defiende y pregona cocinar con amor.
La chef y docente Magalí Pardal, nacida en Stroeder y formada en la comarca Patagones-Viedma, habló sobre su pasión por la cocina simple y honesta, su trabajo en eventos, la docencia gastronómica y el valor de cocinar con productos locales. Una historia de raíces, dedicación y amor por lo que hace.
Desde el sur bonaerense, esta cocinera y docente cultiva una gastronomía sensible, de raíces familiares, sabores honestos y compromiso con el territorio. En esta entrevista, habló de su historia, su presente entre eventos y aulas, y de una filosofía de cocina donde lo simple, bien hecho, tiene sabor a verdad.
Magalí nació en Bahía Blanca, pero solo porque quiso llegar antes de tiempo. Su historia, su ADN, su cocina y sus recuerdos pertenecen a Stroeder, ese rincón de la provincia de Buenos Aires donde se crió entre mesas largas, domingos de tuco y abuelas cocineras.
“Mi papá no cocina nada, pero mis abuelas eran tremendas”, dijo la chef. De ellas heredó no solo recetas sino algo mucho más profundo: el sentido de cocinar como acto de amor.
Desde chica coleccionaba revistas, recetas, hacía cursitos, se metía en cuanto taller hubiera. Más tarde estudió en Bahía y luego en Viedma, donde completó la carrera profesional en Gastronomía. Hoy, además de ser cocinera y emprendedora, da clases de manipulación de alimentos, pastas y alfajores regionales. Y sobre todo, vive y piensa la cocina con una pasión que contagia.
Siempre supe que quería dedicarme a esto. Nunca imaginé otra cosa. No concibo la cocina como algo accesorio: es lo que me sostiene y me da sentido”.
Magalí Pardal, chef.
La mesa, punto de encuentro
Hoy Magalí reparte su tiempo entre eventos gastronómicos y formación profesional. Junto a su pareja, Diego Sosa también cocinero, lideran Morena Eventos, un proyecto integral donde se ocupan desde la producción hasta el servicio, con foco en la calidad y la experiencia. “Somos compañeros dentro y fuera de la cocina. Tuvimos años en los que él era mi jefe y yo era la más exigida de todas”, bromeó. “Pero hicimos un gran equipo”.
La casa que comparten funciona también como cocina, centro de operaciones y punto de encuentro. Reciben clientes, hacen reuniones, cocinan, prueban recetas. “Nos gusta que vean cómo trabajamos, que se sientan parte de lo que hacemos”.
Lo simple, bien hecho
Si hay algo que define su estilo culinario es la claridad. “Soy clásica. Me gusta lo simple. Que la carne tenga gusto a carne, que las verduras no estén tapadas. Sal, pimienta y punto. No hay que invadir los sabores, hay que respetarlos”.
Esa mirada se traduce en platos como la tarta de frutos secos y miel con productos regionales, con la que ganó un reconocimiento en la Fiesta de los Frutos Secos. “No tiene nombre, pero sí tiene identidad. La siguen pidiendo. La receta es mía, y lo que más valoro es haber logrado estandarizarla, mantenerla firme en el tiempo”.
Cocinar, enseñar, transmitir
La docencia es otra de sus pasiones. Hoy recorre distintas localidades del partido de Patagones dictando cursos de formación profesional, apostando por una gastronomía que se enseñe, se aprenda y se sostenga. “Transmitir lo que uno sabe, ver que el otro se entusiasma y se abre un camino… es muy gratificante”.
En qué anda la gastronomía neuquina, hoy
Insiste en que hay muy buenos cocineros en la comarca, y que el desafío es sostener los proyectos. “Falta confianza, constancia. El emprendedor muchas veces arranca con fuerza, pero cuesta sostenerse en el tiempo. Ahí está la clave: en persistir”.
Cocina con identidad
Magalí es una defensora de los productos locales. Usa miel, nueces, hongos, vegetales de la zona, y cree que hay un universo de ingredientes patagónicos aún por descubrir. “Tenemos mar, río, monte… y mucha gente que produce cosas increíbles. Hay que integrarlas a la mesa cotidiana, animarse a elegir lo propio”.
Esa conciencia también se conecta con sus raíces. Stroeder, cuna de colonias alemanas del Volga, mantiene viva la tradición de recetas como el strudel o el ribicú. “Son platos humildes, nacidos de la escasez, pero llenos de historia y de sabor. Y se siguen cocinando. Yo los enseño, me los siguen pidiendo”, comentó orgullosa.
El fuego como lenguaje
Cuando se le pregunta qué significa cocinar, Magalí no duda: “Es la entrega de uno. Pensar qué le gustaría al otro, salir a comprar, elegir el producto, prepararlo con cariño… todo eso, antes de que el plato llegue a la mesa. Para mí, eso es amor”.
Y agrega: “La cocina no es solo alimentarse. Es compartir, es ritual, es afecto. Es sentarte a tomar algo mientras cocinás, charlar, preparar con tiempo. Todo eso es cocina”.
El futuro está en lo que arde
Magalí no sueña con tener un restaurante. Su deseo es seguir en los eventos, seguir formando, seguir cocinando con y para otros. “Mientras el cuerpo aguante, queremos seguir haciendo lo que nos gusta. Cargar ollas, discos, mecheros a las 8 de la mañana… y seguir disfrutando”.
Con una mirada clara, una cocina sin artificios y una entrega total en cada cosa que hace, Magalí Pardal representa esa clase de cocineros que no necesitan títulos rimbombantes para dejar huella. Porque en su cocina, cada plato es un gesto. Y cada gesto, un abrazo.
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