Historias del último operador del celuloide en el cine Rex

Amado Fiad trabajó durante 40 años en el cine. De día era embalador en la cooperativa Curú Leuvú. Con solo 15 años proyectó en Roca la película “Eva Perón inmortal”.

Amado tenía sólo 12 años cuando comenzó a trabajar en el cine Rex de General Roca. Era el niño que entre película y película caminaba con un cajón, sujetado por tirantes, entre los asientos, ofreciendo caramelos.
La empresa que manejaba el cine por esos tiempos era “Esteban Hermanos”.


Pero ese no era el único trabajo del inquieto Amado, ya que por las tardes repartía verduras en bicicleta, trabajando para un comercio de calle España y Tucumán. Por las mañanas estudiaba en la Escuela Primaria N°32.
“Vendiendo caramelos ganábamos mucha plata”, recuerda el hombre que ya va por los 82 años con una gran vitalidad y una memoria privilegiada. Puede recordar escenas de películas que han quedado en la memoria de mucha gente.


Cuenta que por aquellos años, década del 50, se pasaban dos películas por noche. “En los intervalos, la gente aprovechaba y salía a fumar y era donde yo con mi compañero entrábamos a vender. Nos daban el 10% de lo que vendíamos”.


Aparentemente su estatura jugó a favor y los dueños del cine le fueron dando alguna responsabilidad. De caramelero pasó a “acomodador”, ayudando a las personas a llegar al lugar donde les correspondía por número de asiento. Su entusiasmo era tal que en los momentos libres se escapaba hasta la sala de proyección.

“Recuerdo que un día pusimos una alfombra roja en el cine porque venía la cantora mapuche Aimé Paine”.

Amado Fiad


“El encargado me daba permiso para subir. Era un hombre chileno de apellido Orellana. A veces me pedía que lo ayude a dar vuelta los rollos, a pegar las películas cuando se cortaba el celuloide. Lo hacíamos con acetato. Yo tendría unos 15 años”, relata.


Tanto observar y practicar reparando cintas, colocando las tortas con películas en la máquina y sobre todo aprendiendo a regular el haz de luz, hicieron que en cierta ocasión, que faltó el operador, buscaran salvación en el joven principiante. “Me preguntaron si me animaba a hacerlo yo. Enseguida dije que si. ‘Mirá que viene la gente de la CGT’ me advirtieron. La película que se proyectaba ese día era ‘Eva Perón inmortal’. Eso me dio un poco de miedo. La sala estaba llena. Primero pase ‘La fuerza ciega’ y luego la de Eva”, cuenta.


Aquella proyección fue todo un éxito y como premio le regalaron una caja de granadina.
Luego del logro, Amado fue enviado a Buenos Aires a capacitarse durante una semana donde terminó de aprender los secretos para una buena proyección.
El pago por cada proyección era de $10 y Amado solía terminar a la una de la madrugada.


Recuerda que su esposa le preparaba una vianda para que él comiera mientras se pasaban las películas. “Siempre la cena fue un bife, un huevo y ensalada. Todas las noches comía lo mismo”, dice riendo.
Amado se entusiasma cuando cuenta su historia que también es la de la Argentina reflejada en el séptimo arte. “El haz de luz de la máquina era alimentado por dos electrodos que forman un arco voltaico y por allí pasan 24 cuadros por segundo”, explica con ademanes.


Por su memoria pasan los títulos de películas, como si fuese una cinta proyectada por ese haz de luz que le dio vida a las películas y a su propia vida, como las históricas del lejano Oeste,: “El bueno, el malo y el feo” o , “El santo de la espada” y hasta las eróticas de Coca Sarli, hasta llegar a éxitos como “Rey León”, “Chatrán”, etc., siendo estas de las últimas que proyectó.
“En trasnoche pasábamos las de la Cocas Sarli y la sala se llenaba”, cuenta entre risas.


En 1969, con 33 años, se casó y tuvo dos hijos. “Los dos nacieron un sábado por la noche, cuando yo pasaba películas, así que no estuve allí. De día trabajaba en el galpón de empaque que estaba cerca de casa, la cooperativa Curú Leuvú, donde hoy está la terminal de colectivos. Empece sellando cajones y llegue a embalador. Eso fue allá por el ‘58. Trabajé hasta 1991, cuando quebró”, rememora sin dudar.
En el año 2000 fue despedido del cine. “Después de más de 40 años me echaron. Yo había reclamado por mi aguinaldo y ya estábamos en abril. Un día fui a trabajar normalmente y la dueña me dijo: váyase, no lo quiero ver más. Yo no entendía nada. Lamentablemente así terminé con toda una trayectoria en el cine”, manifiesta con cierto dolor.


El hombre alto, viste una camisa azul de grafa y dedica sus días a otras pasiones que le quedaron de chico, como el cultivo de verduras. En el fondo de su patio tiene una pequeña huerta donde el verde de las plantas inunda el terreno, aunque su color preferido es el blanco y negro de antiguas fotografías que siguen proyectándose en su mente con imágenes y sonidos de un tiempo que se fue.


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