Ignorancia, mala consejera

Cuando hace unos días le preguntaron a Alberto Fernández por los derechos humanos en Cuba, el presidente de la Argentina volvió a tropezar, probablemente abrumado por los dos flagelos que han deteriorado su imagen a niveles inéditos: la situación sanitaria y la económica.


Entre los más de 100 mil fallecidos por Covid y la pobreza que no para de crecer por la inflación y la falta de trabajo, esta vez el Jefe del Estado ha confesado que él no sabía muy bien qué estaba pasando en la isla, más allá de haber llamado bloqueo al alicaído embargo estadounidense, al compás de la propaganda del régimen castrista.


Parece ser que el Presidente no había tomado nota de que mucha gente salió en Cuba a la calle a quejarse como nunca antes, que hubo represión y que se encarceló a periodistas y a youtubers por difundir las movilizaciones y que tampoco había registrado los excesos represivos y el corte de Internet para silenciar a la población. Su comentario sobre el desconocimiento de la situación cubana sonó más que extraño, ya que él mismo hizo muchas otras veces apreciaciones contundentes y hasta apresuradas sobre situaciones vividas en otros países de Latinoamérica.


Siempre con una mirada bien lejana del supuesto desconocimiento actual, el Jefe del Estado aplaudió antaño manifestaciones en las calles de Chile y de Colombia y criticó de inmediato la intervención de las fuerzas de seguridad, mientras que a la inversa en el caso de Nicaragua dijo que no podía opinar sobre el encarcelamiento de opositores a Daniel Ortega para no meterse en los asuntos internos de otro país. Pese a esta última excusa, felicitó a un candidato que aún no había sido ungido como presidente electo en Perú y en relación a los derechos humanos en Venezuela miró rápidamente para otro lado a la hora de acompañar en los foros internacionales el crítico informe de Michelle Bachelet sobre el gobierno de Nicolás Maduro.


Este claro giro de la política exterior, que implica nada menos que haber entregado la bandera de los derechos humanos, ha sido consistente con la tarea del Gobierno de usar la improvisación como método para virar.
Así, el Presidente desdeña todo aquello que no convalide las actuales posturas ideológicas y se ocupa de reforzarlas con hechos: la Argentina abandonó el Grupo Lima, un conjunto de países críticos de la crisis política, económica y humanitaria de Venezuela, pero se sostuvo dentro del académico Grupo de Puebla, un conglomerado de izquierda que se dice progresista y que reinvindica la Unasur, con México como aliado principal.


El punto más grave del minué de declaraciones presidenciales es que hay demasiadas cabezas detrás de la política exterior: el ministro Felipe Solá, el canciller en las sombras Gustavo Béliz y el asesor y amigo de Fernández, el político chileno Marco Díaz-Ominami, a quienes hay que sumarle la vigilancia cargada de prejuicios ideológicos de la vicepresidenta. Esta ensalada en el manejo de las relaciones externas, de la cual el presidente de la Nación es constitucionalmente responsable, le quita a la Argentina aún más peso en el mundo. Expertos en estas cuestiones recomiendan para un país que tiene tantos problemas estructurales y que está a punto de caerse del mapa jugar de modo pragmático con todas las naciones que puedan ayudar. La crítica que predomina es que, por estas horas, la diplomacia de la equidistancia ha sido archivada y reemplazada por las amistades ideológicas.


Si lo de Cuba resultó ser un atajo sólo para ajustar el discurso con Cristina Fernández quien tiene, como buena parte del kirchnerismo duro, una visión muy particular de los derechos humanos de acuerdo a quien los vulnere, eso no se sabe. Sin embargo, los dichos presidenciales dan para hacer un ejercicio bien interesante ya que, si se los tomara a pie juntillas y se mirase la relación argentina con el resto del mundo, la misión de la Cancillería quedaría ciento por ciento desvirtuada.


En definitiva, todo indica que la eventual ignorancia que expresó el Presidente sobre lo que ocurre en el país caribeño es aquello que hoy se observa como el fundamento más claro de la política exterior de la Argentina.


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