Interlocutores confundidos
Al gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no le importa en absoluto lo que piensan de su “modelo” los economistas ortodoxos o, desde luego, los técnicos del Fondo Monetario Internacional, ya que a su entender se trata de personas de ideas muy parecidas a las reivindicadas por los responsables del esquema “neoliberal” de los años noventa. Con todo, acaso debería preocuparle la convicción generalizada de que las estadísticas confeccionadas por el Indec no guardan relación alguna con la realidad. Si bien es poco probable que “el mundo” sancione a la Argentina por no respetar los convenios internacionales en la materia, expulsándola del G20 como quisieran algunos, por tratarse de un organismo informal sin reglas claras, el país ya se ha visto perjudicado por la manipulación flagrante de estadísticas fundamentales por parte de las autoridades económicas. No sólo es cuestión de la costumbre oficial de subestimar de manera grosera la tasa de inflación, sino también de la sospecha de que se han falseado los números correspondientes al crecimiento, la balanza comercial y así largamente por el estilo, con el propósito de hacer creer que, merced a la gestión de Cristina, el “modelo” económico sigue avanzando con rapidez envidiable. La inquietud motivada en la comunidad internacional por tales dudas puede entenderse, ya que la manipulación por el gobierno griego de las estadísticas económicas desató la crisis fenomenal que están experimentando los países de la Eurozona. Felizmente para el resto del mundo, la Argentina se ha aislado tanto de los mercados financieros internacionales, que el eventual impacto de la decisión del en aquel entonces presidente Néstor Kirchner de embellecer las estadísticas confeccionadas por el Indec no tendría repercusiones muy graves en el exterior, aunque podría perjudicar a nuestros socios del Mercosur como Uruguay y, en menor medida, Brasil. En cambio, el impacto interno del intento de engañar a los agentes económicos tanto nacionales como extranjeros, y a la ciudadanía en su conjunto, ya ha sido muy fuerte. Debido a la actitud desafiante del gobierno de Cristina, el país no puede conseguir financiamiento en los mercados internacionales y por lo tanto no le es dado emprender muchas de las obras de infraestructura que necesita. Aun más grave, si cabe, ha sido la falta de interés de los inversores extranjeros en comprometerse con una economía que, si no fuera por el default, la situación escandalosa en que se encuentra el Indec y la reputación pésima de sus dirigentes políticos, estaría entre las más promisorias del mundo entero; hay buenos motivos para prever que los precios de los commodities se mantendrán muy altos, de suerte que es más que probable que el fuerte “viento de cola” que tantos beneficios nos ha supuesto siga soplando por muchos años más. Aunque Cristina es consciente de que al país le convendría reconciliarse con los mercados y con los acreedores del Club de París, el gobierno no ha sido capaz de tomar las medidas necesarias para lograrlo. Los anuncios oficiales en torno a su hipotética voluntad de cumplir con sus compromisos no se han visto seguidos por acción alguna, tal vez porque acatar las reglas requeriría medidas antipáticas o porque a los encargados de manejar distintas áreas de la economía les resulte difícil ponerse de acuerdo. Sea como fuere, no cabe duda de que la evidente falta de profesionalismo de tantos funcionarios, además de la confusión ocasionada por un estilo de gobierno en que presuntos subordinados que se destacan por su “lealtad” dan órdenes a quienes en teoría son sus superiores, ha contribuido bastante a hacer más problemática la relación del país con sus interlocutores internacionales. A esta altura, los familiarizados con las excentricidades kirchneristas sabrán que les sería inútil tratar de negociar con el ministro de Economía, Hernán Lorenzino, ya que importaría más la opinión del viceministro Axel Kicillof, cuando no aquélla del secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, pero sería comprensible que algunos perdieran paciencia con el esquema complicado y cambiante así supuesto, para llegar a la conclusión de que, dadas las circunstancias, sería mejor dejar las cosas como están a la espera de que, andando el tiempo, la clase política argentina consiga formar un gobierno coherente.
Al gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no le importa en absoluto lo que piensan de su “modelo” los economistas ortodoxos o, desde luego, los técnicos del Fondo Monetario Internacional, ya que a su entender se trata de personas de ideas muy parecidas a las reivindicadas por los responsables del esquema “neoliberal” de los años noventa. Con todo, acaso debería preocuparle la convicción generalizada de que las estadísticas confeccionadas por el Indec no guardan relación alguna con la realidad. Si bien es poco probable que “el mundo” sancione a la Argentina por no respetar los convenios internacionales en la materia, expulsándola del G20 como quisieran algunos, por tratarse de un organismo informal sin reglas claras, el país ya se ha visto perjudicado por la manipulación flagrante de estadísticas fundamentales por parte de las autoridades económicas. No sólo es cuestión de la costumbre oficial de subestimar de manera grosera la tasa de inflación, sino también de la sospecha de que se han falseado los números correspondientes al crecimiento, la balanza comercial y así largamente por el estilo, con el propósito de hacer creer que, merced a la gestión de Cristina, el “modelo” económico sigue avanzando con rapidez envidiable. La inquietud motivada en la comunidad internacional por tales dudas puede entenderse, ya que la manipulación por el gobierno griego de las estadísticas económicas desató la crisis fenomenal que están experimentando los países de la Eurozona. Felizmente para el resto del mundo, la Argentina se ha aislado tanto de los mercados financieros internacionales, que el eventual impacto de la decisión del en aquel entonces presidente Néstor Kirchner de embellecer las estadísticas confeccionadas por el Indec no tendría repercusiones muy graves en el exterior, aunque podría perjudicar a nuestros socios del Mercosur como Uruguay y, en menor medida, Brasil. En cambio, el impacto interno del intento de engañar a los agentes económicos tanto nacionales como extranjeros, y a la ciudadanía en su conjunto, ya ha sido muy fuerte. Debido a la actitud desafiante del gobierno de Cristina, el país no puede conseguir financiamiento en los mercados internacionales y por lo tanto no le es dado emprender muchas de las obras de infraestructura que necesita. Aun más grave, si cabe, ha sido la falta de interés de los inversores extranjeros en comprometerse con una economía que, si no fuera por el default, la situación escandalosa en que se encuentra el Indec y la reputación pésima de sus dirigentes políticos, estaría entre las más promisorias del mundo entero; hay buenos motivos para prever que los precios de los commodities se mantendrán muy altos, de suerte que es más que probable que el fuerte “viento de cola” que tantos beneficios nos ha supuesto siga soplando por muchos años más. Aunque Cristina es consciente de que al país le convendría reconciliarse con los mercados y con los acreedores del Club de París, el gobierno no ha sido capaz de tomar las medidas necesarias para lograrlo. Los anuncios oficiales en torno a su hipotética voluntad de cumplir con sus compromisos no se han visto seguidos por acción alguna, tal vez porque acatar las reglas requeriría medidas antipáticas o porque a los encargados de manejar distintas áreas de la economía les resulte difícil ponerse de acuerdo. Sea como fuere, no cabe duda de que la evidente falta de profesionalismo de tantos funcionarios, además de la confusión ocasionada por un estilo de gobierno en que presuntos subordinados que se destacan por su “lealtad” dan órdenes a quienes en teoría son sus superiores, ha contribuido bastante a hacer más problemática la relación del país con sus interlocutores internacionales. A esta altura, los familiarizados con las excentricidades kirchneristas sabrán que les sería inútil tratar de negociar con el ministro de Economía, Hernán Lorenzino, ya que importaría más la opinión del viceministro Axel Kicillof, cuando no aquélla del secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, pero sería comprensible que algunos perdieran paciencia con el esquema complicado y cambiante así supuesto, para llegar a la conclusión de que, dadas las circunstancias, sería mejor dejar las cosas como están a la espera de que, andando el tiempo, la clase política argentina consiga formar un gobierno coherente.
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