La amenaza a la vida animal no es el zoo

“Hay quienes creen que los zoos mantienen cautivos en el infierno a animales que podrían ser devueltos al paraíso de la naturaleza. La realidad es bien diferente. No existe tal paraíso. Las pruebas son escalofriantes”, sostiene el director de “Río Negro”, Julio Rajneri.

OPINA JULIO RAJNERI

La Sala II de la Cámara Federal de Casación ha declinado su competencia en el caso de un hábeas corpus presentado por un grupo de ecologistas para lograr que una orangutana perteneciente al zoo de la Ciudad de Buenos Aires sea enviada a un sedicente santuario en Sorocaba, Brasil. El caso ha pasado a la Justicia Contravencional de la ciudad.

El recurso se inscribe dentro de una campaña de intensidad poco común que supone el cuestionamiento de la existencia misma de los zoológicos, en la que participa gran cantidad de personas bien intencionadas, seguramente con los más nobles propósitos, pero que, como suele ocurrir en estos casos, tienen una información insuficiente.

El mundo de la vida animal en la naturaleza está seriamente comprometido. Cada vez con mayor frecuencia, se extinguen especies. Y cada vez son más las que ingresan en la categoría de riesgo inminente.

Entre las causantes de esta tragedia planetaria no figuran los zoos. Hay muchos que cumplen una función destacada en la preservación de las especies más amenazadas. Otros, por cierto, no muestran ninguna preocupación al respecto. Y existen también aquellos que tienen sus animales en condiciones inaceptables. Pero sus ejemplares desde hace varias décadas proceden de otros animales en cautividad y están sometidos a las reglas internacionales del Cites, que hace virtualmente imposible incorporar al comercio un ejemplar capturado en la naturaleza.

La campaña contra los zoos desvía la atención de la verdadera causa del problema: el crecimiento de la población mundial. Las necesidades de millones de personas que se incorporan a los miles de millones existentes suponen la búsqueda de nuevas tierras para cultivar alimentos, devastar bosques para vender la madera, contaminar ríos con los desechos de las ciudades. Es decir, destruir el hábitat donde sobreviven cada vez más precariamente las especies amenazadas.

Hay quienes creen que los zoos mantienen cautivos en el infierno a animales que podrían ser devueltos al paraíso de la naturaleza. La realidad es bien diferente. No existe tal paraíso. Las pruebas son escalofriantes.

Tomemos el caso de los chimpancés. Hace un siglo, su población ya disminuida alcanzaba el millón de ejemplares. Hoy no llega a cien mil. En Guinea y Sierra Leona desaparecieron dos tercios de la población original. En Costa de Marfil, el 90%. En Guinea Bissau y Senegal sólo quedan algunos centenares de sobrevivientes. Y se los considera extinguidos en Benín, Burkina Faso y Togo.

Las causas son las de siempre: deforestación, incorporación de tierras al cultivo y la caza furtiva para el mascotismo y el consumo humano. Lamentablemente, el chimpancé figura en la dieta de la mayoría de los habitantes de esos países y los esfuerzos para cambiar ese hábito de consumo han resultado hasta ahora infructuosos.

No es más esperanzador el destino de los gorilas. Entre 1980 y 2000, la mitad de los gorilas de Gabón desapareció víctima del ébola y la caza furtiva. En el Congo el gorila de las tierras bajas se redujo también a la mitad y el ébola, en su momento de mayor intensidad en el pasado, mató a 5.000 ejemplares en pocos meses. Hoy se enfrentan con un nuevo brote. Todavía es más estremecedor el caso de Nigeria, cuya población actual en Cross River -unos 200- es apenas el 2% de la población originaria.

Pero los más críticamente en peligro de extinción son los orangutanes. El cultivo de la palma para el aceite en Borneo y Sumatra está reduciendo los bosques naturales con tanta intensidad que los especialistas calculan que no quedará ningún ejemplar en la naturaleza en un plazo de 20 a 30 años.

No existe una sola estrategia de conservación, aunque ninguna en particular ni todas en conjunto parezcan suficientes.

El primer combate se libra contra la caza ilegal, persiguiendo a los cazadores furtivos y tratando de persuadir a los nativos que consumen su carne de cambiar su dieta.

La segunda vía son los zoológicos, que están siendo revalorizados en su función de conservación, con éxitos como el del oso panda, que desde sus centros en Chengdu y Bifengxia, China, realizan convenios con zoológicos como el de San Diego para transferir reproductores y conocimientos.

La tercera vía son los santuarios, como los que existen en el río Congo, en el lago Victoria, en Uganda, para chimpancés o para los gorilas de las montañas en el Parque Nacional Virunga (Congo), que pueden ser exitosos pero limitados.

Un santuario supone un lugar natural, bosques cerrados, animales en libertad limitados por cursos de agua y alejados de la presencia humana. No resulta adecuado llamar santuarios a emprendimientos como el de Sorocaba, que pueden cumplir un rol estimable pero tienen a los animales en cautividad y lejos de sus países nativos.

La declaración de Kinshasa, suscripta en el 2005 por la mayoría de los países del mundo, recomienda y propicia el mantenimiento de los grandes monos en sus países de origen.

Es comprensible la pasión que despiertan estos parientes cercanos. Ellos comparten el 98,5% de su ADN con los humanos modernos. Algunas autoridades científicas consideran que los chimpancés, bonobos y humanos deben ser categorizados en el mismo género, Homo, porque es posible que se hayan separado hace unos 6 ó 7 millones de años y están más relacionados entre sí que con los restantes monos.

Esta categorización científica puede tener enorme impacto jurídico en cuanto a los derechos que pueden adjudicárseles. La mayoría de los países, con la excepción de Estados Unidos y Gabón, considera contrario a la ética su uso para la investigación biomédica. Hay intentos en varios países por utilizar remedios jurídicos como el hábeas corpus para obtener su libertad. Algunos pretenden equipararlos con un ser humano.

Conviene ser cautos. Investigaciones y experiencias científicas con chimpancés han concluido que su inteligencia equivale aproximadamente a la de un niño de tres años. Pero su fuerza puede ser la de cuatro o cinco adultos juntos. Sus colmillos son intimidantes y, si bien su conducta suele ser apacible y sociable, sus estallidos de furia descontrolada son tan imprevisibles como peligrosos.

Algunas de esas implicancias jurídicas pueden ser consideradas un avance positivo. Pero por el momento son secundarias frente a la amenaza de que los grandes simios puedan desaparecer por el avance del hombre.

JULIO RAJNERI

Nota publicada en “La Nación” el 14 de enero de 2015

JULIO RAJNERI


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