La Justicia en el banquillo


El mensaje fue claro; aquí manda la política y sería mejor que buscaran otro oficio aquellos magistrados que fantasean con subordinarla a la Constitución.


Hacete amigo del juez, aconsejaba el Viejo Vizcacha, pero eran otros tiempos. En los que corren, le conviene al juez hacerse amigo de un político o política que sea capaz de defenderlo contra aquellos integrantes de la gran familia judicial que anteponen las pasiones partidarias o intereses personales a su eventual respeto por la ley.

Es lo que acaba de recordarles a los jueces la Corte Suprema al fallar mayoritariamente, con algunos matices cosméticos para que lo que hizo pareciera ecuánime o, si se prefiere, salomónico, en contra de la estabilidad de Leopoldo Bruglia y Pablo Bertuzzi, que por casualidad entienden en causas protagonizadas por Cristina.

El mensaje era claro; aquí manda la política y sería mejor que buscaran otro oficio aquellos magistrados que fantasean con subordinarla a la Constitución, comenzando con el presidente del máximo tribunal, Carlos Rosenkrantz, que, a diferencia de sus colegas más politizados, insiste en reivindicar los principios que supuestamente rigen cuando de la Justicia se trata. Quiere que la Corte Suprema se ubique por encima del siempre barroso escenario político con la esperanza de que, andando el tiempo, los jueces y fiscales se sientan debidamente respaldados y terminen acostumbrándose a prestar más atención a lo que dice la Constitución que a las presiones de sus padrinos.

En esta empresa, Rosenkrantz cuenta con el apoyo de buena parte de la ciudadanía ya que escasean los convencidos de que el Poder Judicial sea algo más que un apéndice del Ejecutivo de turno, cuando no un instrumento en manos de quienes tienen recursos suficientes como para conseguir fallos que de un modo u otro les beneficien, pero desgraciadamente para él, en este ámbito importa mucho más la opinión de una minoría reducida de políticos profesionales que la de la gente común.

¿Es factible una Justicia apolítica? Hay que dudarlo. En todos los países los jueces, fiscales y otros vinculados con el Poder Judicial suelen sentir la influencia de las corrientes ideológicas y culturales en boga. A su manera, evolucionan con el resto de la sociedad.

Así y todo, no es lo mismo desempeñarse como un militante político resuelto a congraciarse con los poderosos de turno, como hacen demasiados en la Argentina, o por una cuestión de dignidad actuar con cierto grado de independencia a fin de asegurar que todos, incluyendo al jefe de Estado si resulta necesario, se subordinen a la ley.

Se teme que la decisión de cuatro jueces de la Corte Suprema de abandonar a su suerte a Bruglia y Bertuzzi sirva para intimidar a muchos magistrados que el Poder Ejecutivo actual quisiera alejar de causas que involucran a Cristina y sus familiares y de otras que podrían tener repercusiones políticas.

De por sí, la sospecha de que estamos en vísperas de una purga generalizada sería suficiente para que quienes tienen motivos para suponerse vulnerables se esforzaran por no hacer nada que podría perjudicarlos.

Clima de nerviosismo

Acaso exageran los que creen que la Corte haya abierto una puerta para que los kirchneristas se apropien por completo de la Justicia, pero al relativizar la inamovilidad de los jueces, el fallo ha generado un clima de nerviosismo que no podrá sino incidir en la conducta de los reacios a enfrentarse con el poder político.

Aunque es normal que de vez en cuando jueces se las arreglen para frenar iniciativas gubernamentales, algo que sucede con frecuencia llamativa en Estados Unidos, no lo es que los encontronazos más violentos se deban a la voluntad de una figura eminente de echar al basurero un número impresionante de causas de corrupción que, de ser otras las circunstancias, le hubieran supuesto algunos meses, quizás años, entre rejas.

De no existir las acusaciones nada anecdóticas que enfrentan Cristina y distintos miembros de su entorno, los Poderes Ejecutivo y Judicial seguirían conviviendo como en el pasado sin que muchos legos se sintieran perturbados por los conflictos esporádicos que se daban entre los dos.

Si no fuera por esta realidad fea, al país no le sería tan difícil dejar atrás la tristemente célebre “grieta” para afrontar en mejores condiciones los desafíos enormes planteados por la pandemia, una economía ruinosa y una multitud de lacras sociales angustiantes, pero parecería que a Cristina no le interesa un indulto ni nada parecido porque lo mínimo que quiere es que virtualmente todos la declaren la víctima inocente de una campaña vil de persecución política.

Es de prever, pues, que las grietas sigan ampliándose y profundizándose, sin que el Poder Judicial, encabezado como está por una Corte Suprema que ha perdido el respeto de una proporción sustancial de la población, esté en condiciones de desempeñar el rol de mediador imparcial.


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