Las desventajas del optimismo

En lo que hace a la política, el clima predominante es, como ha sido el caso desde hace mucho tiempo, de crispación debido no sólo a la agresividad del gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y la frustración que sienten todos los opositores sino también a la combatividad reciente de ciertos “luchadores sociales”, pero en lo relacionado con la economía impera un grado de optimismo poco común. Con escasas excepciones, los gurúes locales pronostican una tasa de crecimiento muy saludable, si bien no tan vigorosa como la que según las cifras oficiales se registró en el 2010; anticipan la llegada de una “lluvia de dólares” proporcionada por las exportaciones del campo que, dicen, servirá para mitigar muchos problemas y confían en que la inflación se mantendrá en su nivel actual sin que haya peligro de un estallido hiperinflacionario. Los economistas no son los únicos convencidos de que el boom de consumo que estamos disfrutando continuará por mucho tiempo más. Los empresarios de los lugares turísticos del país esperan batir récords en la temporada estival que ya ha comenzado y parecería que los dueños de los centros comerciales más importantes comparten su optimismo. ¿Son tan promisorias las perspectivas como suponen muchos economistas o sólo se trata de una burbuja parecida a muchas otras que el país se las ha arreglado para protagonizar? Puede que en esta ocasión hayan acertado quienes prevén que nos aguarda un año económico relativamente tranquilo a pesar del impacto que con toda seguridad tendrá la campaña electoral, pero aun así convendría cierto escepticismo, ya que el optimismo excesivo estimula el conservadurismo de los que por motivos políticos, sectoriales y personales son reacios a intentar reformas destinadas a mejorar sustancialmente la productividad. Después de todo, no podemos darnos el lujo de olvidar que en otras oportunidades el escenario ha cambiado con rapidez desconcertante y podría hacerlo nuevamente, lo que sucedería si la situación internacional, que dista de ser estable, se modificara de golpe. Aunque la economía se ha expandido de manera espectacular a partir del bajón que siguió al derrumbe de la convertibilidad y el default, no se ha hecho mucho más eficiente. Gracias a la incorporación de tecnologías avanzadas en los años noventa del siglo pasado, el campo es internacionalmente competitivo, de ahí la “lluvia de dólares” desatada por la exportación de soja, pero por desgracia la industria no ha experimentado una revolución productiva equiparable. Para sobrevivir, muchas empresas dependen más de su relación con el gobierno que de la calidad o el precio de sus productos. Y, como hicieron dolorosamente evidente los apagones que acompañaron la primera ola de calor veraniego y la falta de nafta provocada por el paro de petroleros de Santa Cruz, el sistema energético no estará en condiciones de dar abasto si el crecimiento económico sigue por mucho tiempo más. Para que el país deje atrás el ciclo ya tradicional de períodos de boom que llegan a su fin en medio de una crisis descomunal que margina a otra franja de la población, con el resultado de que el boom siguiente beneficie a menos personas que el anterior, será preciso mejorar la eficacia de miles de empresas grandes y pequeñas, además de un sector público a un tiempo costoso y, por lo general, inoperante, lo que no ocurrirá hasta que todos se acostumbren a pensar más en el mediano plazo y en el largo. También será necesario hacer un esfuerzo mancomunado por revertir la decadencia del sistema educativo. A la Argentina no le será dado cerrar la brecha enorme que la separa de los países más prósperos a menos que una proporción decididamente mayor de sus habitantes alcance un nivel educativo comparable tanto con el de Europa y América del Norte como con el de China y otros países de Asia oriental. Puesto que en este ámbito fundamental hemos perdido terreno últimamente frente no sólo a los asiáticos sino también a nuestros vecinos latinoamericanos, cualquier movimiento político interesado en el futuro del país haría de la educación una prioridad, pero si bien los dirigentes de todos los partidos dicen entender esta verdad de Perogrullo, la realidad es que muy pocos parecen tomar el tema lo bastante en serio como para proponer medidas concretas encaminadas a producir mejoras auténticas.

Fundado el 1º de mayo de 1912 por Fernando Emilio Rajneri Registro de la Propiedad Intelectual Nº 860.988 Director: Julio Rajneri Co-directora: Nélida Rajneri de Gamba Editor responsable: Ítalo Pisani Es una publicación propiedad de Editorial Río Negro SA – Martes 4 de enero de 2011


En lo que hace a la política, el clima predominante es, como ha sido el caso desde hace mucho tiempo, de crispación debido no sólo a la agresividad del gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y la frustración que sienten todos los opositores sino también a la combatividad reciente de ciertos “luchadores sociales”, pero en lo relacionado con la economía impera un grado de optimismo poco común. Con escasas excepciones, los gurúes locales pronostican una tasa de crecimiento muy saludable, si bien no tan vigorosa como la que según las cifras oficiales se registró en el 2010; anticipan la llegada de una “lluvia de dólares” proporcionada por las exportaciones del campo que, dicen, servirá para mitigar muchos problemas y confían en que la inflación se mantendrá en su nivel actual sin que haya peligro de un estallido hiperinflacionario. Los economistas no son los únicos convencidos de que el boom de consumo que estamos disfrutando continuará por mucho tiempo más. Los empresarios de los lugares turísticos del país esperan batir récords en la temporada estival que ya ha comenzado y parecería que los dueños de los centros comerciales más importantes comparten su optimismo. ¿Son tan promisorias las perspectivas como suponen muchos economistas o sólo se trata de una burbuja parecida a muchas otras que el país se las ha arreglado para protagonizar? Puede que en esta ocasión hayan acertado quienes prevén que nos aguarda un año económico relativamente tranquilo a pesar del impacto que con toda seguridad tendrá la campaña electoral, pero aun así convendría cierto escepticismo, ya que el optimismo excesivo estimula el conservadurismo de los que por motivos políticos, sectoriales y personales son reacios a intentar reformas destinadas a mejorar sustancialmente la productividad. Después de todo, no podemos darnos el lujo de olvidar que en otras oportunidades el escenario ha cambiado con rapidez desconcertante y podría hacerlo nuevamente, lo que sucedería si la situación internacional, que dista de ser estable, se modificara de golpe. Aunque la economía se ha expandido de manera espectacular a partir del bajón que siguió al derrumbe de la convertibilidad y el default, no se ha hecho mucho más eficiente. Gracias a la incorporación de tecnologías avanzadas en los años noventa del siglo pasado, el campo es internacionalmente competitivo, de ahí la “lluvia de dólares” desatada por la exportación de soja, pero por desgracia la industria no ha experimentado una revolución productiva equiparable. Para sobrevivir, muchas empresas dependen más de su relación con el gobierno que de la calidad o el precio de sus productos. Y, como hicieron dolorosamente evidente los apagones que acompañaron la primera ola de calor veraniego y la falta de nafta provocada por el paro de petroleros de Santa Cruz, el sistema energético no estará en condiciones de dar abasto si el crecimiento económico sigue por mucho tiempo más. Para que el país deje atrás el ciclo ya tradicional de períodos de boom que llegan a su fin en medio de una crisis descomunal que margina a otra franja de la población, con el resultado de que el boom siguiente beneficie a menos personas que el anterior, será preciso mejorar la eficacia de miles de empresas grandes y pequeñas, además de un sector público a un tiempo costoso y, por lo general, inoperante, lo que no ocurrirá hasta que todos se acostumbren a pensar más en el mediano plazo y en el largo. También será necesario hacer un esfuerzo mancomunado por revertir la decadencia del sistema educativo. A la Argentina no le será dado cerrar la brecha enorme que la separa de los países más prósperos a menos que una proporción decididamente mayor de sus habitantes alcance un nivel educativo comparable tanto con el de Europa y América del Norte como con el de China y otros países de Asia oriental. Puesto que en este ámbito fundamental hemos perdido terreno últimamente frente no sólo a los asiáticos sino también a nuestros vecinos latinoamericanos, cualquier movimiento político interesado en el futuro del país haría de la educación una prioridad, pero si bien los dirigentes de todos los partidos dicen entender esta verdad de Perogrullo, la realidad es que muy pocos parecen tomar el tema lo bastante en serio como para proponer medidas concretas encaminadas a producir mejoras auténticas.

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