Las dudas de la presidenta

Para frustración de aquellos funcionarios que dependen por completo de ella, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner sigue resistiéndose a formalizar su eventual candidatura a la reelección. Tanto la preocupación de los kirchneristas más entusiastas como la voluntad de Cristina de mantener abiertas sus opciones pueden comprenderse. Desde el punto de vista de los primeros, convendría empezar la campaña cuanto antes porque, insisten, serviría para disciplinar a las poco confiables huestes peronistas. Desde el de Cristina, en cambio, sería mejor esperar un rato más: sabe muy bien que el alto nivel de aprobación del que disfruta actualmente podría caer en los próximos meses al atenuarse el “efecto luto” que tantos beneficios políticos le ha proporcionado, lo que plantearía del riesgo de que la campaña, lejos de ser la marcha triunfal prevista por sus simpatizantes, fuera una lucha dura de desenlace imprevisible. Siempre y cuando no se produzcan más episodios como el que a fines del año pasado tuvo como epicentro el Parque Indoamericano de la Capital Federal, parecen realistas las previsiones de quienes vaticinan que Cristina aventajaría a sus rivales en la primera vuelta pero podría perder en el balotaje, escenario éste que, es innecesario decirlo, no le haría ninguna gracia. Así, pues, antes de comprometerse a buscar la reelección, la presidenta tendría que confiar en conseguir más del 40% de los votos en la primera vuelta sin que ningún adversario logre más del 30%. En las semanas que siguieron a la muerte de Néstor Kirchner, las encuestas hicieron pensar que le sería sumamente fácil triunfar por un margen abrumador. Aunque los sondeos más recientes siguen favoreciéndola, la situación podría modificarse si un candidato opositor como Mauricio Macri se las arreglara para erigirse en una alternativa convincente. Si sólo fuera cuestión de cálculos preelectorales, Cristina ya hubiera anunciado su intención de postularse para la reelección, pero hay muchos otros factores en juego. De renovar su mandato en las elecciones previstas para octubre, tendría que enfrentar un panorama socioeconómico bastante complicado, agitado por la inflación, la militancia sindical y la evidencia de que a pesar del crecimiento macroeconómico muchos millones de personas siguen hundidos en la pobreza extrema. Por lo demás, todos, incluyendo a los dirigentes peronistas, sabrían que no le sería dado permanecer en el poder más allá de diciembre del 2015, de suerte que no tardarían en estallar batallas prematuras por la sucesión entre los preocupados por su propio futuro. Dicha perspectiva no le perturbaría si fuera jefa de un movimiento político coherente, pero sucede que el kirchnerismo se parece a una empresa familiar que está dominada por una sola persona. Entre los integrantes del entorno inmediato de Cristina no hay nadie que pudiera considerarse un presidenciable. En cuanto a Scioli, el que en otras circunstancias sería su sucesor natural, parecería que a ojos de quienes rodean a la presidenta es un infiltrado “derechista” y por lo tanto un enemigo. Para Cristina, pues, la opción es entre limitarse a un solo período con la esperanza de terminarlo con un nivel elevado de popularidad acompañado por la convicción difundida de que de haberse postulado hubiera sido plebiscitado, por un lado, y por el otro, correr el riesgo de perder la elección o, en el caso de triunfar, de gobernar por cuatro años más en medio de una crisis económica provocada por una tasa de inflación inmanejable y con la mayoría de los legisladores decidida a forzarla a respetar los límites fijados por la Constitución. Si bien será consciente de que, una vez en el llano, le sería difícil mantener a raya a los interesados en obligarla a rendir cuentas ante la Justicia por el sinfín de casos de corrupción que se han producido en el transcurso de su gestión como presidenta, sería comprensible que decidiera conformarse con lo ya logrado. De todos modos, pronto sabremos la respuesta al interrogante que tiene en ascuas a todos los miembros del elenco político nacional. Mientras tanto, los aspirantes a sucederla en la Casa Rosada seguirán procurando crear alianzas con quienes comparten sus respectivas posturas frente a los grandes problemas del país a sabiendas de que en cualquier momento el panorama podría cambiar.


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