Las secuelas, la gran incógnita del coronavirus

Con el avance de la pandemia tenemos el foco puesto en la mortalidad, pero muchas veces dejamos de lado a quienes sobrevivieron al covid pero aún no se recuperaron del todo. ¿Habrá consecuencias a largo plazo para quienes hayan sufrido esta enfermedad?

Durante los primeros meses de la pandemia del coronavirus, Estados Unidos se convirtió en un país de ermitaños y epidemiólogos aficionados. Los primeros se prepararon para lo peor; los segundos, desesperados, trataron de evaluar el peligro del que nos escondíamos. Entre los cursos sobre cómo preparar masa madre y las reuniones de Zoom, se redactaron y defendieron tesis doctorales en Twitter que trataban de precisar la “tasa de mortalidad por infección”: el porcentaje de personas infectadas, incluidos los pacientes sin diagnóstico, que morían por COVID-19.


Durante los primeros días, las estimaciones más positivas oscilaban entre 3% y 0.1%. Sin embargo, a medida que surgía información, se redujeron las estimaciones razonables y ahora parecen estar en el rango de 0.5 a 1%.

Pero los datos han dejado algo claro: nos estamos centrando demasiado en las tasas de mortalidad y no lo suficiente en las personas que no mueren pero que tampoco se recuperan del todo.

Abundan los informes no oficiales de estas personas. Al menos siete atletas universitarios de élite desarrollaron miocarditis, una inflamación del músculo cardiaco que puede tener graves consecuencias, incluyendo la muerte súbita. Un médico austriaco que atiende a buzos informó que, al parecer, seis pacientes, con infecciones leves de COVID-19 tienen daño pulmonar considerable y permanente. Surgieron comunidades de sobrevivientes en redes sociales que, meses después de infectarse, siguen sufriendo todo tipo de síntomas que van desde la fatiga crónica y la confusión o dificultad para pensar, hasta dolor torácico y fiebres recurrentes.

En este contexto, los datos surgen poco fuera de las anécdotas, y, aunque son preliminares, también son “preocupantes”, asegura Clyde Yancy, jefe de cardiología de la Facultad de Medicina Feinberg de la Universidad de Northwestern. Un estudio reciente que se realizó en Alemania dio seguimiento a un grupo de 100 pacientes recuperados, en el que dos tercios de los participantes no presentaron síntomas como para ser hospitalizados. 78 pacientes mostraron afectación cardiaca, y las resonancias indicaron que 60 tenían una inflamación cardíaca continua aunque habían pasado al menos dos meses desde su diagnóstico.

Una médica venezolana que logró recuperarse del Covid en Cipolletti y retomó su trabajo. Como ella, varios volvieron al ritmo habitual.


Si estos resultados fueran representativos, cambiarían por completo la manera en que concebimos el COVID-19: no como una enfermedad que provoca la muerte en un porcentaje minúsculo de pacientes, en su mayoría geriátricos u obesos, hipertensos o diabéticos, sino como un padecimiento que ataca el corazón de la mayoría de los infectados aunque no enfermen de gravedad. Y tal vez también afecte los pulmones, riñones o el cerebro.

Es urgente realizar estudios grandes y exhaustivos que, por suerte, ya están en fase de desarrollo: uno de los más ambiciosos dará seguimiento a 10,000 pacientes británicos. Pero toma tiempo organizarlos, y tal como la epidemióloga genética Louise Wain, investigadora que participa en el estudio británico, me confesó con tristeza: “Hace un año nadie nos advirtió que tendríamos una pandemia”. Ella espera que el paciente número 1,000 confirme su participación, lo que es bastante rápido, pero no lo suficiente para los responsables que decidirán si es momento de salir de reclusión.

En los últimos meses nos hemos centrado en las tasas de mortalidad, que han ofrecido lo que parece un poco de esperanza. Sin datos concretos, ha sido fácil descartar los informes de complicaciones a largo plazo como simples anécdotas, histeria o exageraciones de los medios de comunicación. Pero en esta etapa, la ausencia de datos no garantiza que los efectos no sean reales.

Aunque los riesgos sean más altos de lo que pensábamos, debemos hacer concesiones: hay que aprender de los errores y educar a los niños, con o sin pandemia. Sin importar el análisis personal entre el costo-beneficio, deberíamos ser más moderados y tener en cuenta las posibles complicaciones a largo plazo. Por lo menos, dice Yancy: “Cuando uno piensa en todas estas ramificaciones… hay que usar tapabocas”.


Todavía es temprano para estar seguros



Aún cuando hay cierta tendencia por parte de los recuperados a mostrar algunos inconvenientes, es demasiado pronto para confirmar el pronóstico a largo plazo.

En el caso de otros virus que infectan el corazón, la mayoría de los casos de miocarditis aguda y sintomática se resuelven sin complicaciones clínicas a largo plazo. Aunque Leslie Cooper, cardiólogo de la Clínica Mayo, estima que entre 20 y 30% de los pacientes que sufren miocarditis aguda de etiología viral terminan con algún tipo de cardiopatía a largo plazo, incluyendo dolor torácico recurrente o disnea, que puede ser generalizada y debilitante. Cuando pregunté si el riesgo de discapacidad a largo plazo por COVID-19 podría ser incluso mayor que el riesgo de muerte, Cooper contestó: “Sí, absolutamente”.


Esos pacientes son, en promedio, mucho más jóvenes que los fallecidos; la edad media en el estudio alemán fue de 49 años. Estos pacientes tienen muchos años de vida en riesgo, ya sea por una discapacidad o muerte prematura.

Además, hay hallazgos inquietantes entre los pacientes mucho más jóvenes. Un estudio realizado a 186 pacientes pediátricos con MIS-C, el síndrome inflamatorio (por fortuna poco frecuente) que puede presentarse junto con el COVID-19 en niños, mostró que 15 desarrollaron aneurismas en las arterias coronarias.

Pero no se puede generalizar a partir de estudios tan pequeños, sobre todo porque el COVID-19 se está convirtiendo muy rápido en la enfermedad más estudiada en la historia de la humanidad. Si por lo general se usan resonancias magnéticas cardiacas en pacientes con otras virosis, ¿cómo se verían sus corazones dentro de unos meses?

En este contexto, será muy importante comenzar a realizar estudios más grandes y abarcativos, de forma que podamos empezar a predecir si estamos lidiando con una enfermedad que podría ser mortal en algunos casos o si podría ser un problema crónico para la mayoría.

Por Megan McArdle (The Washington Post)

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