«¿Les gusta el barroco, che?»

El viernes se presentó Miguel Angel Estrella en el Aula Magna de la Universidad del Comahue. Fue un concierto íntimo, atrapado por las anécdotas, el barroco, Chopin y Beethoven.

No hay arte sin historia. Alguien por allí escribió incluso que el arte es la manifestación de una carencia y no de un estado de satisfacción. Si hay placer sobran las palabras. De manera que una pieza musical bien puede venir a cubrir esos espacios que deja el dolor.

Miguel Angel Estrella tiene la rara virtud de hacernos recordar de dónde proviene aquello que nos conmueve. Una tarde, Chopin fue su antídoto frente a la noticia de la muerte de una amiga y actriz. En el programa que interpretó el viernes por la noche, en el Aula Magna de la Universidad del Comahue, figuraba como «Ocho piezas de exilio».

«¿Les gusta el barroco, che?», preguntó a poco de empezar el recital para después tocar, impecablemente, seis piezas del barroco francés. Fue un regalo, una oportunidad de acercarse a la elegante fragilidad de esa música. Un viaje.

Estrella es un pianista dueño de una inhallable musicalidad, así como de una excelente digitación. Su vocación por el barroco francés está relacionada con su capacidad para expresar los detalles de los detalles y llegar a lo más profundo de la nota. Ese breve espacio de fuerza-tiempo que figura desnuda en una partitura mental. Esa marca que pide ser transformada, y entonces llega él y lo hace. Nos acordamos de esa confesión de Chet Baker, cuando definía su sonido en términos de llegada y partida. Entre el susurro y la justeza.

Una anécdota estremecedora antecedió a la Gran Sonata Patética de Beethoven. No viene al caso contarla, además es imposible hacerlo tan bien como el maestro. Pero involucra a un niño, a Rodrigo y a Beethoven. Un chico de la villa que describió, sin saber nada de música clásica, las emociones que se desprenden de esta obra de Beethoven. Su problema, su lucha y su resolución.

Jonatan encontró en la música una chance que hasta ese momento no le habían dado los discursos sociales.

Luego vinieron los aplausos. Sostenidos, intensos, ansiosos por continuar con el ritual. «Ya saben cómo es. Entro, salgo», dijo este hombre humilde que ha recorrido el mundo entre el exilio y su causa en favor de la ONG Música Esperanza de la que es parte.

Adelantemos el final. Volvió a Chopin, fue un bello pasaje, «un nocturno» del que nadie pudo salir indemne. Pero antes, en el primer bis, interpretó una milonga del Tata Cedrón, inspirada por un texto de Julio Cortázar, «Canción sin verano».

Una composición exquisita, que demuestra la vitalidad del tango, de ese género que fue atravesado por Piazzolla pero que ni remotamente encontró allí un punto final.

Estrella lo ejecutó con belleza. Dejó el alma, describió en cada giro el exilio, la nostalgia, nos llevó al paseo por Buenos Aires, París y la Patagonia.

Luego nos quedamos solos. Afuera la noche ardía de tan negra y hacía frío.

Claudio Andrade

candrade@rionegro.com.ar


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