Listas espejo: los costos ocultos de la política de la confusión

María Page*


Es muy poco probable que los votantes puedan distinguir en el mar de propuestas. Y a eso apuestan justamente estas maniobras: a la desinformación y la desigualdad.


En las elecciones municipales de Neuquén compitieron siete candidatos a intendente y 23 listas para el Concejo Deliberante. En la máquina de votar, los vecinos de esa ciudad encontraron 26 combinaciones distintas de candidatos entre las que debieron elegir. Es que, como en muchas provincias, un vacío legal permite las listas espejo. Es decir, el mismo candidato puede competir por más de un partido o alianza. Así, Mariano Gaido, el candidato a intendente del gobierno provincial, se presentó por 15 agrupaciones diferentes. En cada caso, lo acompañó una lista de candidatos a concejales distinta. Así apareció 15 veces en la pantalla de la máquina. Marcelo Bermúdez, el candidato del actual intendente, figuró seis veces: se inscribió con seis agrupaciones distintas. Lo apoyaban tres listas diferentes de concejales, una de las cuáles se oficializó para cuatro partidos diferentes. Los restantes competidores (por el FIT, el Partido Demócrata Cristiano, Juntos por Neuquén, Frente de Todos y MAS) tuvieron una lista para cada cargo: sus símbolos y candidatos se mezclaron entre un mar de sellos con los rostros de Gaido y Bermúdez.

En Plottier, pasó algo similar. Con 33.000 electores inscritos, hubo nueve candidatos a intendente por 29 agrupaciones distintas. Ocho de esas agrupaciones candidatearon a la ganadora, Gloria Ruiz, con ocho listas de concejales diferentes. Otros cuatro candidatos también se inscribieron con más de una lista.

Los candidatos cuyos rostros aparecen multiplicados ocupan más superficie en la pantalla y, por pura estadística, tienen más probabilidades de ser escogidos.

¿Cuál es la lógica detrás de esta enrevesada forma de construir las opciones electorales? El candidato a intendente busca sumar apoyos por dentro y fuera de su partido de origen sin tener que negociar la conformación de una alianza y una única lista de concejales. Las listas esperan ser arrastradas por el candidato a intendente, es decir aumentar sus probabilidades de recibir votos por aparecer con él en la pantalla. Además, aprovechan para contarse las costillas (saber cuántos votos aportó cada cabeza de lista). De paso, ese arrastre permite a los partidos sin vida orgánica ni caudal electoral propio buscar los votos necesarios para mantener la personería. De hecho, en Neuquén 15 de las 23 listas de concejales no obtuvieron suficientes votos para entrar al reparto de las nueve bancas en juego. En Plottier, donde se renovaron 13 escaños, 18 de las 29 listas quedaron fuera del reparto.

Los votantes, confundidos, tienen que dirimir la interna el día de la elección general y optar entre un mar de rostros y nombres de fantasía. Es muy poco probable que los votantes puedan distinguir entre las propuestas de las distintas listas que apoyan al mismo candidato a intendente. Por eso, en estas condiciones a la hora de votar puede pesar más la desinformación que la elección genuina del votante.

Y a eso apuestan justamente estas maniobras: a la desinformación y la desigualdad. Los candidatos cuyos rostros aparecen multiplicados ocupan más superficie en la pantalla y, por pura estadística, tienen más probabilidades de ser escogidos. También los candidatos con más posibilidades son más apetecibles para las agrupaciones y, por eso, tienen más probabilidades de sumar listas espejo. Los hechos lo confirman. Gaido fue el candidato con más listas espejo y la lista de concejales encabezada por José Luis Artaza compitió con cuatro agrupaciones diferentes y fue la que reunió más votos.

También, en detrimento de la equidad, tal dispersión de la oferta legislativa pone en jaque la efectividad de cualquier regla de cupo o paridad: cuando los cargos se reparten entre tantas agrupaciones las posibilidades de que una mujer resulte electa disminuyen exponencialmente porque las agrupaciones no suelen ponerlas primeras.

Para sumar a la confusión general, en estos municipios, las cartas orgánicas permiten que los candidatos a intendente que no resulten electos opten por entrar como primeros concejales de sus respectivas agrupaciones, lo que genera un corrimiento en la lista legislativa. En Plottier uno de los candidatos reclamó esa opción pero la justicia se la denegó porque consideró que la lista que entró no era propia sino sólo una adhesión. Como es difícil de justificar, la política de la confusión suele terminar en una instancia judicial.

La dispersión de la oferta legislativa pone en jaque la efectividad de cualquier regla de cupo o paridad: cuando los cargos se reparten entre tantas agrupaciones las posibilidades de que una mujer resulte electa disminuyen exponencialmente

Todo este folclore no es gratis. Para el ciudadano, un voto informado es prácticamente imposible porque las etiquetas partidarias no dan ninguna información ni sobre lo que esos candidatos harán si llegan al gobierno. Si las listas que acompañan a cada candidato a intendente tienen el mismo programa, ¿por qué no forman una sola lista? Si tienen propuestas distintas, ¿por qué comparten el candidato a intendente? Es incluso difícil saber quién es oficialista y quién es opositor. Las elecciones como mecanismo de rendición de cuentas se desvirtúan.

Para los partidos es devastador. Estas maniobras de apoyos múltiples colectan hacia arriba en la misma medida en que fragmentan hacia abajo. El consumo de energía política para tejer esos acuerdos es fenomenal. Sumar de todas partes atenta directamente contra la identidad y la cohesión de las agrupaciones. Antes y después de la elección, los dirigentes intermedios encuentran que valen más afuera que dentro de los partidos. Esta fragmentación condiciona también la gobernabilidad poselectoral. Las listas de concejales saben exactamente cuántos votos aportaron y no tardarán en hacerlos valer.

*Politóloga, investigadora asociada del programa de Instituciones Políticas en Cippec


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