Amanecer

en clave de y

MARÍA EMILIA SALTO bebasalto@hotmail.com

Si están ajenas de sustancia las cosas / y si esta numerosa Buenos Aires / no es más que un sueño / que erigen en compartida magia las almas, / hay un instante / en que peligra desaforadamente su ser / y es el instante estremecido del alba, / cuando son pocos los que sueñan el mundo… / ¡Hora en el que el sueño pertinaz de la vida / corre peligro de quebranto, / hora en que le sería fácil a Dios / matar del todo su obra! (Jorge Luis Borges, “Amanecer”) *** El reloj puede indicar que faltan aún tres horas para el reencuentro cotidiano con el día. Sin embargo, los ojos están abiertos y me invade una lucidez total, un tic tac biológico que dice “ya es suficiente”. Tal acontecimiento puede ser una tragedia en las largas noches invernales. Ahora, puedo empezar a dar vueltas… o salir a transitar esta ciudad en el límite entre el neón y el sol. Porque las primeras luces están ocurriendo, y el cielo enrejado por la enredadera es un tapiz azul Francia precioso, salgo a caminar estas calles que también se están despertando; que se desprenden, lánguidamente, de los habitantes de la noche. Y en el silencio apenas quebrado por el piar de cientos de pájaros –sonido que apenas un rato después será imposible, afrentado por motores y sirenas–, en ese balsámico, frágil paréntesis que un despertar tempranero me ha deparado, doy, paso a paso, sin haberlo buscado, encontrándolo y encontrándome, con el pleno centro, el cruce de las diagonales ya centenarias. Y allí sucede una bajamar de gente joven, que en grupos o en parejas, tomados de la mano o golpeándose amistosamente entre risas, baila su retirada, conforme avanza la mañana y amenaza la hora invasiva de muchedumbres. Sombras, contraluz de cuerpos frescos deslizándose sin conflicto con semáforos o ríos de vehículos, hacia una penumbra propia, ajena a la luna y las estrellas. *** Extraña hora, que vivo con placer y cierto temor de esa verdad borgeana, porque entre los primeros rayos de sol que se deslizan por las altas torres y los gallardos árboles, la ciudad riela, está sostenida en un temblor entre la vida de la noche y la que ya llega. Y no es fantástico intuir que en esta hora mágica, algo está a punto de desaparecer para siempre, y gentes de la noche y gentes del día, éstos conquistando el territorio que aquéllos dejan, todos, yo que invado este momento que no es mi cotidiano estar, todo, todo, se disolverá, y el presente que respaldan tanto edificio y tanto monumento, sólo será una amable conjetura. Y apenas apoyada en algún tronco añoso, con un frescor verde que ronda los sentidos ahítos de combustible y asfalto, mientras la ciudad titila, flameada por la primera luz que se desliza entre muros, puedo casi percibir que en verdad, todo será un sueño, y los verdaderos habitantes de la noche y el día están prestos a reclamar su territorio: mesetas arrasadas que se yerguen de nuevo, matorrales que hieren la piel, maras y liebres y algún caballo con jinete de vincha y pelo al viento, o de arenado uniforme y rifle presto, esperando que ese paréntesis entre la noche extraña y el día hostil se disuelva, y ellos deparen la verdadera realidad. *** Pero de nuevo el mundo se ha salvado. / La luz discurre inventando sucios colores / y con algún remordimiento / de mi complicidad en el resurgimiento del día / solicito mi casa, / atónica y glacial en la luz blanca… (Jorge Luis Borges, “Amanecer”)


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