Los cóndores tienen aliados invisibles

Este año nacieron los primeros pichones de ejemplares liberados.

Martín Brunella

SIERRA PAILEMÁN (ASA).- Cuando los cóndores vuelen libres, descubriendo los secretos de una zona que hace 170 años era el paisaje cotidiano de sus ancestros, las manos de estos jóvenes les procurarán la comida que verán surgir sobre las sierras, y serán los que custodien esos primeros pasos en los que deberán articular instinto con supervivencia. Hasta cuando sean adultos y extiendan sus alas en la aridez de este paisaje, los integrantes del proyecto Cóndor seguirán siendo sus invisibles aliados, trabajando silenciosamente por la recuperación de la especie.

Es que tal como viene ocurriendo desde el 2003 de la mano del programa “El Retorno del Cóndor al Mar”, organizado por el zoológico de Buenos Aires y la Fundación Bioandina Argentina, septiembre es el mes en el que Sierra Pailemán se genera la gran expectativa para recibir a aquellos que llegan para compartir la suelta de nuevos ejemplares recuperados por los profesionales de la iniciativa, que coordina, entre otros, la jefa de conservación del zoo Vanesa Astore. Pero durante todo el año el trabajo minucioso de los técnicos que viven en el refugio ubicado en el campo de la familia Botana es el que articula que el “milagro” del retorno de estas aves a su habitad cumpla su verdadero cometido.

El trabajo sólo se inicia, o continúa, en realidad, cuando la ceremonia de liberación culmina. Consiste en el seguimiento del comportamiento de estas aves y la procura de alimento que ellos aún no están aptos para sistematizar debido a que están realizando sus primeras armas en un entorno que desconocen.

Hace pocos meses y para orgullo de todos los integrantes del proyecto por primera vez dos parejas de aves liberadas pusieron huevos cuyos pichones nacieron este año. Cayú es hijo de Peuma y de Malén y el otro, Namuncurá, hijo de Huichi y Pailimín, todos liberados en el marco del programa. “Cuando llegó el primero fue todo un acontecimiento, porque se convirtió en el primer pichón en estado silvestre después de 130 años. La expectativa fue creciendo desde que detectamos el primer huevo, por las marcas de materia fecal, que había en un sector rocoso de las sierras, algo que indica la insistencia de los cóndores en acceder al sitio. Con los binoculares detectamos el por qué de esa fijación con el lugar, pero había posibilidades de que esa puesta no estuviera fecundada, algo que luego quedó descartado y después de 61 días, comenzó el nacimiento del pichón, que demora un lapso en romper el cascarón” manifestó el guardaparque Mauricio Gabrielli, que desde el 2007 trabaja en el proyecto.

Es uno de los integrantes más antiguos del programa, que este año reúne a cuatro operadores que están permanentemente en el refugio montado en el campo de una tradicional familia de la zona.

Allí, en medio de sierras que muestran su cara más inhóspita durante el invierno y su plenitud del verano, con electricidad obtenida a través del combustible de un generador y sin gas natural, los jóvenes ven transcurrir los días dedicados a realizar un seguimiento de la actividad de las aves que paulatinamente contribuyeron a devolver a su escenario natural.

“Nuestra jornada empieza antes de que salga el sol, debido a que debemos posicionarnos para realizar las observaciones en un lugar en el que los cóndores no evidencien nuestra presencia” explicó Mauricio.

Con un equipo especial, detectan la frecuencia que emite el radio transmisor que se les colocó a las aves liberadas, una frecuencia que es captada por la antena receptora, que posee distintos canales asignados a cada ejemplar.

De esta forma, al hallar el posicionamiento, comienzan con las observaciones de los individuos descubiertos para llevar nota de su evolución, y dar cuenta de posibles inconvenientes de adaptación, o avances en su comportamiento, datos que luego se remiten al zoo porteño.

“Llevamos un registro diario, y es un orgullo expresar que esta información que estamos recabando es única, porque en el caso de los pichones nacidos en estado silvestre estamos siendo testigos preferenciales de su evolución” apuntó Fernando Sánchez, un biólogo de 36 años que abandonó su Colombia natal, en la que trabajaba en el zoológico de Cali, para iniciar en el año 2009 esta tarea que lo condujo sin escalas a estas sierras. Ahora se moviliza a diario, subiendo cotidianamente la carne y el agua que los cóndores descubren como si fuera una ofrenda, hasta que aprenden a desarrollar sus artes predatorias.


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