Los dilemas de Cristina
Puede que el vicepresidente y a veces presidente en ejercicio Amado Boudou no sea el político más corrupto del país, pero merced a su comportamiento desinhibido le ha tocado desempeñar el papel nada grato del “emblemático” de la etapa kirchnerista, el blanco de críticas despectivas no sólo de opositores sino también de quienes, en teoría, deberían ayudarlo en un momento muy difícil. Desde el punto de vista de los resueltos a asegurarnos que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner es irreemplazable, la falta de autoridad de Boudou habrá entrañado ciertas ventajas, pero, fuera del pequeño círculo áulico de la señora, muy pocos compartirán dicha opinión y de todos modos el sueño reelectoral se ha esfumado. Si bien Cristina es claramente irreemplazable en el orden kirchnerista, no podrá serlo en el nacional. La situación que se ha creado nos retrae a los años setenta del siglo pasado cuando Isabelita, la esposa de Juan Domingo Perón, figuraba como vicepresidenta y por lo tanto su sucesora en el caso de que no resultara capaz de completar su mandato, como efectivamente ocurrió. Por fortuna, en la actualidad la alternativa militar no existe, lo que ha de ser motivo de alivio, pero así y todo, al optar nuevamente por el caudillismo unipersonal, la fracción más poderosa de la dirigencia política se las arregló nuevamente para ensombrecer el futuro institucional del país. Aun cuando, como nos informan distintos voceros oficialistas, la presidenta se haya recuperado plenamente de sus dolencias, su propia voluntad de mostrarlo, combinada con las presiones de sus partidarios, aumentará el riesgo de una recaída. Todos los días Cristina tendrá que elegir entre privilegiar su salud y tratar de brindar la impresión de que no la han afectado sus problemas cardíacos o aquel hematoma craneal por el que fue operada de urgencia. No le será del todo fácil. Durante la ausencia por razones médicas de Cristina, se suponía que el poder había quedado en manos del secretario legal y técnico Carlos Zannini, un funcionario un tanto opaco que la ha acompañado desde sus días en Santa Cruz, y, según algunos, su hijo primogénito, Máximo Kirchner. Parecería que los dos procuraron impedir que Boudou apareciera mucho en público antes de las elecciones legislativas por entender que su presencia les costaría votos, pero que después le ordenaron festejar la derrota apabullante del oficialismo como si se tratara de un triunfo épico, tarea que, para desagrado del gobernador bonaerense Daniel Scioli y el intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde, cumplió con su desfachatez habitual. Por lo demás, se atribuye a Zannini la reanudación de la ofensiva judicial contra el vicepresidente con el propósito de borrarlo definitivamente de la línea sucesoria. ¿Contaría tal esfuerzo con el aval de Cristina? No parece demasiado probable; equivaldría a admitir que cometió un error garrafal al designarlo como su compañero de fórmula en el 2011. De ser la Argentina un país con instituciones adecuadas, en los más de dos años que según el calendario constitucional le quedan de su mandato la presidenta delegaría parte de su poder político a integrantes de su gobierno para desempeñar un rol mayormente protocolar. Sin embargo, nadie prevé que actúe así y, aunque quisiera intentarlo, el esquema no funcionaría debido a las deficiencias evidentes de sus subordinados. Ningún miembro del heterogéneo “equipo” económico sería capaz de tomar decisiones importantes sin pedir instrucciones a la jefa. Tampoco lo sería el canciller. Mientras guardaba “estricto reposo”, el gobierno se transformó en un hervidero al intensificarse las diversas internas, comenzando con la protagonizada por Boudou y sus adversarios. Habrá sido cuestión de rivalidades personales, aunque es posible que hayan incidido diferencias de opinión acerca de la mejor forma de manejar una economía que se ha salido de madre. Irónicamente parecería que, de los personajes que conforman el elenco oficial, Boudou es el más sensato cuando se trata de buscar “soluciones” para problemas como los planteados por la sangría de divisas, la hipotética inminencia del enésimo default y el escaso interés en arriesgarse en la Argentina de los inversores, pero con la excepción del ministro de Economía Hernán Lorenzino, pocos habrán prestado atención a sus consejos.
Fundado el 1º de mayo de 1912 por Fernando Emilio Rajneri Registro de la Propiedad Intelectual Nº 5.124.965 Director: Julio Rajneri Codirectora: Nélida Rajneri de Gamba Vicedirector: Aleardo F. Laría Rajneri Editor responsable: Ítalo Pisani Es una publicación propiedad de Editorial Río Negro SA – Domingo 10 de noviembre de 2013
Puede que el vicepresidente y a veces presidente en ejercicio Amado Boudou no sea el político más corrupto del país, pero merced a su comportamiento desinhibido le ha tocado desempeñar el papel nada grato del “emblemático” de la etapa kirchnerista, el blanco de críticas despectivas no sólo de opositores sino también de quienes, en teoría, deberían ayudarlo en un momento muy difícil. Desde el punto de vista de los resueltos a asegurarnos que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner es irreemplazable, la falta de autoridad de Boudou habrá entrañado ciertas ventajas, pero, fuera del pequeño círculo áulico de la señora, muy pocos compartirán dicha opinión y de todos modos el sueño reelectoral se ha esfumado. Si bien Cristina es claramente irreemplazable en el orden kirchnerista, no podrá serlo en el nacional. La situación que se ha creado nos retrae a los años setenta del siglo pasado cuando Isabelita, la esposa de Juan Domingo Perón, figuraba como vicepresidenta y por lo tanto su sucesora en el caso de que no resultara capaz de completar su mandato, como efectivamente ocurrió. Por fortuna, en la actualidad la alternativa militar no existe, lo que ha de ser motivo de alivio, pero así y todo, al optar nuevamente por el caudillismo unipersonal, la fracción más poderosa de la dirigencia política se las arregló nuevamente para ensombrecer el futuro institucional del país. Aun cuando, como nos informan distintos voceros oficialistas, la presidenta se haya recuperado plenamente de sus dolencias, su propia voluntad de mostrarlo, combinada con las presiones de sus partidarios, aumentará el riesgo de una recaída. Todos los días Cristina tendrá que elegir entre privilegiar su salud y tratar de brindar la impresión de que no la han afectado sus problemas cardíacos o aquel hematoma craneal por el que fue operada de urgencia. No le será del todo fácil. Durante la ausencia por razones médicas de Cristina, se suponía que el poder había quedado en manos del secretario legal y técnico Carlos Zannini, un funcionario un tanto opaco que la ha acompañado desde sus días en Santa Cruz, y, según algunos, su hijo primogénito, Máximo Kirchner. Parecería que los dos procuraron impedir que Boudou apareciera mucho en público antes de las elecciones legislativas por entender que su presencia les costaría votos, pero que después le ordenaron festejar la derrota apabullante del oficialismo como si se tratara de un triunfo épico, tarea que, para desagrado del gobernador bonaerense Daniel Scioli y el intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde, cumplió con su desfachatez habitual. Por lo demás, se atribuye a Zannini la reanudación de la ofensiva judicial contra el vicepresidente con el propósito de borrarlo definitivamente de la línea sucesoria. ¿Contaría tal esfuerzo con el aval de Cristina? No parece demasiado probable; equivaldría a admitir que cometió un error garrafal al designarlo como su compañero de fórmula en el 2011. De ser la Argentina un país con instituciones adecuadas, en los más de dos años que según el calendario constitucional le quedan de su mandato la presidenta delegaría parte de su poder político a integrantes de su gobierno para desempeñar un rol mayormente protocolar. Sin embargo, nadie prevé que actúe así y, aunque quisiera intentarlo, el esquema no funcionaría debido a las deficiencias evidentes de sus subordinados. Ningún miembro del heterogéneo “equipo” económico sería capaz de tomar decisiones importantes sin pedir instrucciones a la jefa. Tampoco lo sería el canciller. Mientras guardaba “estricto reposo”, el gobierno se transformó en un hervidero al intensificarse las diversas internas, comenzando con la protagonizada por Boudou y sus adversarios. Habrá sido cuestión de rivalidades personales, aunque es posible que hayan incidido diferencias de opinión acerca de la mejor forma de manejar una economía que se ha salido de madre. Irónicamente parecería que, de los personajes que conforman el elenco oficial, Boudou es el más sensato cuando se trata de buscar “soluciones” para problemas como los planteados por la sangría de divisas, la hipotética inminencia del enésimo default y el escaso interés en arriesgarse en la Argentina de los inversores, pero con la excepción del ministro de Economía Hernán Lorenzino, pocos habrán prestado atención a sus consejos.
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $2600 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios