Los dólares de Cristina, segundo acto de la obra
La presidenta de la Nación pesificó tres millones de dólares de los más de 70 millones de pesos que tiene ahorrados. Todo un gesto.
cuando un gobierno no quiere enfrentar problemas
La presidenta intentó esta semana volver a movilizar sentimientos. Lo hizo en forma totalmente consciente. Como si el poder del 54% de los votos logrados en octubre pasado le otorgara autoridad para modificar las conductas racionales de toda una sociedad. Apeló en su discurso a lo emocional en procura de explicar que si la gente sigue tras el dólar como moneda de refugio el modelo nacional y popular impulsado por el gobierno se vería seriamente afectado. Acorralada por sus propias contradicciones se inmoló ante su incondicional público, que la sigue en cada una de las oratorias que se organizan en su búnker de la Casa Rosada, ofreciendo como tributo para la causa la pesificación de los más de tres millones de dólares que tiene colocados en un plazo fijo. Y, como forzado acto de fidelidad, obligó a todo su gabinete a tomar la misma conducta. La mayor parte sus ministros tenía dólares en su declaración jurada de Ganancias. Y muchos de ellos no imaginaban deshacerse de sus ahorros de esta manera tan compulsiva. Ni siquiera el pobre Aníbal Fernández pudo sortear su incómoda posición luego de explicar a los gritos que él con su plata “hace lo que quiere”. Craso error. Pero los pedidos de la presidenta no encontraron el eco patriótico esperado. Los depósitos en esta moneda continuaron su retiro masivo del sistema y los argentinos se mantuvieron a la zaga de cualquier dólar que anduviera dando vueltas para atesorarlo sin importar costos. La sociedad, en este sentido, siempre resultó ingrata para los políticos. Cuando la Argentina crecía con los números del Indec al 8% anual con carne para todos, energía para todos, fútbol para todos y dólar para todos y cuando los tiempos de la pasión podían mucho más que los de la razón, pocos eran los que ponían reparos al modelo. Hoy el gobierno siente que una importante proporción de aquel 54% que avaló su gestión en octubre le está dando la espalda a su noble pedido de sacrificio. Un error en el que incurren ciertos líderes al encontrarse, en forma intempestiva, con una realidad política y económica muy distinta de la que ellos estaban imaginando desde sus cómodos escritorios. Y éste es un problema que se potencia aún más cuando el autismo del relato oficial profundiza su distancia con el día a día que domina el país. Con el pedido a la población de pesificar la economía, el gobierno volvió a tropezar con la misma piedra. Hacia principios de año, la administración Kirchner inició una campaña oficial para que los sectores pudientes resignaran voluntariamente el “beneficio inmerecido” de los subsidios. Esta iniciativa tampoco tuvo el eco esperado. Tan sólo unos cientos de ciudadanos se alinearon a la invitación oficial, reforzada en su momento con una lista de funcionarios que fue encabezada, igual que ahora, por la presidenta. En este caso, como en el del dólar, el relato oficial no terminó de movilizar la razón de aquellos que se sienten afectados por los pedidos del gobierno. ¿Por qué no da los resultados esperados esta estrategia? La respuesta se debe buscar, fundamentalmente, en dos causas. • Por un lado, porque en la sociedad existe la percepción de que la economía no está funcionando bien. De que las medidas aisladas que toma el gobierno no van contra el principal problema que tiene el país: la inflación. La gente, frente a la mala praxis ejercida desde el Ejecutivo, toma conductas independientes –y en muchos casos fuera de toda lógica– y va detrás, entre otras cosas, del dólar para proteger sus ahorros. La ciudadanía es consciente de que el kirchnerismo insiste en dar batalla a las consecuencias y no atacar las causas que generan las distorsiones de la economía. • Está, por otro lado, la sensación de una creciente corrupción que contradice, cada vez más, el relato oficial. Hace sólo unos días el senador Aníbal Fernández, interrogado respecto de qué pensaba hacer con sus dólares, contestó a los miles de argentinos que lo escuchaban: “Tampoco soy un tarado que tengo que salir a venderlos, golpeándome el pecho con un falso patrioterismo y perdiendo guita. Yo no tengo por qué perder dinero”. Luego de estas brutales manifestaciones, la puesta en escena de la presidenta desprendiéndose de sus ahorros en dólares terminó siendo canibalizada por el “sincericidio” de su senador y exjefe de Gabinete. En definitiva, y utilizando la lógica del exfuncionario, ¿puede pensar el gobierno que todos los argentinos que tienen dólares entre sus ahorros son tarados?
Javier Lojo jlojo@rionegro.com.ar
cuando un gobierno no quiere enfrentar problemas
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