Los estadounidenses y las armas
Johannes Schmitt-Tegge DPA
A cualquier principiante le bastan apenas cinco minutos para hacerse de un arma semiautomática. Tras rellenar nombre, domicilio y fecha de nacimiento en un formulario y mostrar el permiso de conducir, recibe sin más preguntas una reluciente AR15. Un tipo barbudo saca el mortífero aparato de su estuche y calcula el precio: 116,55 dólares. Por ese dinero, en Small Arms Range, de Maryland, se obtienen 100 cartuchos, una hora en el campo de tiro, gafas y protectores para los oídos. La instrucción es gratuita y voluntaria. Ningún otro país desarrollado del mundo permite a sus ciudadanos un acceso tan fácil a las armas como Estados Unidos, ni tampoco existe democracia occidental que tenga tan profundamente arraigada en la Constitución su posesión y uso. Aunque los estadounidenses suponen el 4,4% de la población mundial, según el sondeo Small Arms, del 2007, se calcula que poseen entre el 35 y el 50% de todas las armas del mundo. Con un ratio de 89 cada 100 habitantes, el país lidera también la estadística per cápita. Hay que volver atrás entre 300 y 400 años de historia para hallar los orígenes de esta fascinación por los dispositivos letales. Procesos de producción cada vez menos costosos, el boom económico y, sobre todo, la guerra civil (1861-1865) tuvieron como consecuencia la expansión de las armas por todo el país. Mientras los colonos se dirigían hacia el Pacífico, empresarios como Samuel Colt y Oliver Winchester en Connecticut y Horace Smith y Daniel Wesson en Massachusetts ayudaron a los laureados héroes del “salvaje oeste” con sus revólveres y fusiles con acción de palanca para su propio beneficio. Pero ¿explica eso por qué 89 personas mueren en promedio al día debido al uso de armas en el país? ¿Por qué niños pequeños pueden disparar no intencionadamente contra sus padres, hermanos o amigos? ¿Por qué en 30 de los 50 estados es legal que los menores posean dispositivos de este tipo? ¿Por qué los ciudadanos reciben adiestramiento y practican también en colegios, universidades, cines, centros comerciales y oficinas cómo comportarse cuando se activa el “code silver”, que en los hospitales alerta de una situación violenta? Por otro lado, está la Constitución. En la propaganda armamentística, ningún artículo se cita tanto como la segunda enmienda a la Constitución: “Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas no será infringido”, reza el famoso texto. Aunque los padres de la carta magna lo que pretendían con él era sofocar, con ayuda de milicias populares, posibles revueltas de esclavos y garantizar el orden, lo que sucedió por regla general fue que cada cual tomaba la justicia por su mano, tanto en la lucha de los esclavos liberados por sobrevivir como en el aumento de los grupos paramilitares en los estados del sur y en la desconfianza tan arraigada hasta hoy respecto de los regidores en Washington. Así, ¿quién se puede tomar a mal en el cuarto país con mayor superficie del mundo que alguien esconda una escopeta sobre la puerta o guarde una pistola bajo la almohada por si se diera el caso de que la policía tardara demasiado en llegar? “Un juego de niños”, responde la mujer del mostrador de la sede del lobby armamentístico NRA al ser preguntada por la dificultad de conseguir una pistola en Virginia. “No hace falta licencia, ni permiso ni nada”. Sólo se necesita tener un domicilio. En internet hay pistolas sencillas disponibles por unos 120 dólares que ponen de manifiesto la cotidianidad de una cultura que desconcierta y resulta aterradora en otras partes del mundo. “La gente llega del trabajo y propone ir a pegar tiros”, explica Michael, que trabaja en el café de Elite Shooting Sports en Virginia. A sus 16, aún es demasiado joven para tener su propia pistola, así que practica con su padre. “Tiene una Sig y una Glock, un par de AR y una escopeta… material bastante bueno”, cuenta. A ningún padre parece asustarle que los más pequeños tengan contacto con armas de fuego incluso años antes de conducir un vehículo por primera vez, consumir alcohol o mantener relaciones sexuales.
Johannes Schmitt-Tegge DPA
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