Los mitos de los orígenes
Si bien ni la Pascua cristiana ni el Pesaj judío tienen implicaciones cosmogónicas, las fiestas religiosas motivan reflexiones acerca de nuestros orígenes y la universalidad y la persistencia de los mitos que, en las diversas culturas, se mantienen sobre esos orígenes. La mayoría de las tradiciones los atribuye a personajes sobrenaturales sobre cuyo origen, a su vez, no se suele indagar, que habrían formado al hombre con diversos motivos, a partir de materiales comunes o de diversos estadios prehumanos.
No hay pueblo que no tenga sus ideas acerca de su origen, y el nuestro no es una excepción: es la historia bíblica de Adán y Eva y su expulsión del Paraíso por ser demasiado curiosos y comer del fruto del conocimiento. Eso, que Dios les había prohibido expresamente (¿por qué les dio, entonces, la posibilidad de violar esa prohibición? ¿No es que el tentador por antonomasia es el demonio?), fue lo que los hizo enteramente humanos al exponerlos al sufrimiento.
La gran mayoría de las culturas actuales es machista, es decir, atribuye al hombre un papel de mayor relevancia que a la mujer. Según el Corán, una mujer es evaluada por la mitad de un hombre (Az. 4, 12) y en la parte más conocida del Génesis (Gn. 2, 16) Eva no es una creación independiente sino un producto escultórico hecho con una modesta costilla «para que el hombre no esté solo»: o sea que ocupa desde su misma creación un papel subalterno, como de entretenimiento. Es, además, la tentadora y la personificación del mal en la mitología medieval que aún predomina en muchos ámbitos, que sufren de una fobia patológica contra el sexo que recién estamos superando en Occidente en las últimas generaciones. Es poco conocido, sin embargo, que en el mismo Génesis aparece una primera creación del hombre en la cual no existe esa asimetría: Gn. 1, 27 dice: «hombre y mujer los creó». Es curioso también que, salvo Eva y la mujer de Noé (que se preocupa, sin embargo, de embarcar parejitas en su arca, incluso las mujeres de sus hijos), haya pocos personajes femeninos en el Génesis; incluso faltan los necesarios para asegurar la supervivencia de la especie. Los hijos de Adán y Eva fueron todos varones: Abel, el pastor asesinado; Caín, el agricultor asesino y Set, el tardío reemplazante que luego toma mujer no se sabe de dónde para multiplicar la especie hasta el infinito, según los deseos de los clérigos más reaccionarios de todos los credos.
El mito de la creación del hombre en las tres grandes religiones monoteístas es el mismo porque el cristianismo deriva del judaísmo, y el Islam remonta sus orígenes a Ismael, hijo del patriarca Abraham y de una esclava y, por lo tanto, hermanastro de Isaac, aquel que fue (casi) sacrificado por su padre. Y Dios siempre estuvo muy satisfecho con lo que había hecho. Estuvo a punto de ahogarnos en el diluvio, pero luego nos regaló un «nunca más». Muchas de sus creaturas humanas ahora pensamos que quizá no tenía tantas razones para ufanarse.
Otras culturas tienen otros mitos originarios. Los griegos, que forman la otra mitad de la estructura cultural de Occidente, no son claros en cuanto al origen de los humanos. Estaban más preocupados por las rencillas entre sus tres generaciones de titanes y dioses, que se peleaban,
fornicaban, tenían hijos con animales y a veces se comían a sus propios hijos. En algún momento inventaron a los humanos y después fornicaban también con ellos originando semidioses, como el legendario forzudo Hércules o el héroe Aquiles, o quimeras como el pobre Minotauro, el semivacuno condenado a comer donceles y vírgenes cuando tal vez hubiese preferido rumiar pasto.
Nuestros hermanos mapuches, en cambio, tienen una relación mucho más estrecha con la naturaleza que el dios occidental pone expresamente bajo el dominio del hombre y a su servicio (Gn. 1, 26). Los mapuches derivan de una pareja original, Ngenechen y su esposa, Ngenechen Kush. No tienen un claro dios creador ya que, al parecer, la identificación de Ngenechen con el dios creador único es más un invento evangelizador de los curas cristianos que una versión original, que sólo se puede reconstruir a partir de los recuerdos de los ancianos, necesariamente hibridizado por siglos de dominación no sólo física sino sobre todo ideológica cristiana. En cambio, rinden culto a los antepasados en términos más bien generales y se identifican como parte de la naturaleza.
Los ecologistas religiosos dicen que, si bien estamos netamente diferenciados de la naturaleza (Dios dedicó todo un día especial para crear a Adán), se nos dio la tarea de cuidarla, pero eso no está tan claro. Dios pone explícitamente a la naturaleza a nuestro servicio. En eso le hemos obedecido hasta el desastre; en aquello de «amarás a tu prójimo como a ti mismo» no lo hacemos tanto. Mejor dicho: resolvemos la orden divina de amarlo quitando a los que no queremos amar el carácter de prójimo; «el enemigo» no es ya mi hermano y quedo liberado de la necesidad de amarlo. Y si no lo veo, porque lo bombardeo desde lejos, se transforma en una abstracción: ni siquiera existe como realidad física y mucho menos, moral. Por otra parte, en muchos idiomas, el nombre de la tribu coincide con la palabra usada para «hombre» en general.
Mucho más complicada es la historia de la creación de los maya-quiché, plasmada en la obra poética «Popol Vuh», redescubierta en el siglo XVIII. He aquí una multitud de dioses y figuras míticas, algunos de los cuales un buen día deciden crear al hombre para que cuide de ellos. Se destacan dos: un Creador y un Formador. Aquí, el objetivo de nuestra creación por lo menos era más claro: somos una especie de sirvientes de los dioses mayas. Pero éstos fueron mucho más astutos que nuestro Dios, que nos hizo de tierra y para colmo, después del Diluvio, nos prometió no destruirnos más, por eso ahora tenemos que hacerlo solos.
Los seres supernaturales maya-quiché hicieron varios intentos frustrados antes de quedar satisfechos con su obra. Primero, intentaron como nuestro Dios hacernos de tierra. Pero les salimos muy mal, se nos caía la cabeza, no teníamos consistencia, nos desarmábamos, y los genios creadores destruyeron esa versión. Intentaron luego hacer hombres de madera, y esta vez les salieron seres bastante parecidos a nosotros, desobedientes, orgullosos, que ni siquiera hablaban con su Formador y su Creador y eran muy poco inclinados a servirles. Y el hombre de madera también fue destruido, incluso con ayuda de los animales que ya se habían acostumbrado a servirle de alimento. Aquí es donde los dioses mayas fueron más inteligentes que el nuestro. Recurrieron al maíz, blanco y amarillo, y encontraron que ésa era la materia prima ideal para hacer al hombre. Tuvieron la precaución de hacer cuatro ejemplares, dos masculinos y dos femeninos, con lo cual tal vez hayan evitado el incesto al costo de algunas infidelidades u otros líos familiares.
En cambio, no evitaron el problema del conocimiento. Los hombres de maíz eran demasiado inteligentes para lo que convenía a su Creador y su Formador, cosa que no pudieron tolerar. «¡Serán como nosotros!», se habrán dicho, tal como Jehová en su momento, ya que se supone que nos creó a su imagen y semejanza. Entonces, en vez de echar a los hombres de maíz del Paraíso, mellaron un poco su inteligencia. Ahí se quedaron contentos… y por eso somos muy inteligentes en algunas cosas y extremadamente estúpidos en tantas otras.
TOMAS BUCH (*)
Especial para «Río Negro»
(*) Tecnólogo generalista
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