Los sentimientos que susurran

"El hotel del millón de dólares", un filme complejo de Wim Wenders.

La vida es un hotel. Y un hotel es a su vez un interminable rompecabezas. Lo dedujo hace unos años el brillante escritor francés George Perec en su libro «La vida, instrucciones de uso» (Anagrama) y ahora lo vuelve a decir Wim Wenders en «El hotel del millón de dólares».

En y entre las piezas de un pobre hotel se constituye la existencia, se define. Un grupo de marginados ve en el confuso suicidio de unos de los suyos la posibilidad de redimirse. Salir por fin del hastío que provoca la pobreza.

El chico, por mano propia o ajena, terminó saltando de su azotea. A partir de entonces la población del otrora glamoroso establecimiento comienza a descubrir la verdadera historia que une a sus compañeros de espacio. El joven era el hijo de un multimillonario que sólo busca una justificación menos comprometedora, para él, que un suicidio. El hombre de la limusina necesita un culpable. La misión de un frío detective del FBI es apuntar a alguien con el dedo. En el hotel hay varios sospechosos convincentes. Empezando por su mejor amigo y la bella loca de la cuadra.

Mel Gibson, el investigador, es la frontera que divide tres territorios poderosos: la ambición, locura y la mentira. Muy pronto da con el responsable, y lo indica. Pero también aprende, a pesar de su terquedad, que entre hombres y mujeres las cosas son siempre más intrincadas de lo que parecen.

Wenders hizo una película difícil de ver, a ratos odiosa. Esto molestó a muchos críticos. Abundan las actuaciones delirantes, obsesivas, los gestos histéricos, los silencios que denotan desesperación. Sobre ese material Wenders planta sus imágenes.

Son escenas íntimas, maravillosas y desoladoras. Del mismo modo en que podría definirse buena parte de su cine.

El director es capaz de conjurar la pasión en medio del desierto en «París, Texas» y hacer una delicada interpretación de la soledad en «Más allá de las nubes», dirigida por Michelangelo Antonioni, pero que tiene su impronta desde la producción.

«El Hotel del millón de dólares» presenta un conflicto -el suicidio-, pero Wenders le quita la típica tensión cinematográfica. Esta se ubica en otro lado, en una relación amorosa imposible, en la ambición de los amigos, en el glamour perdido, en el arte egoísta de un ladrón que va del infierno al paraíso y otra vez al infierno, en el amor paterno y en el misterio, encarnado por Mel Gibson.

El uso de la luz, los diálogos en susurros son un pecado para el cine contemporáneo dominante, donde las lámparas conforman un sol sin discusión, y los estruendos enmudecen cualquier voz.

El cine de Wenders no encuentra casillero. Tal vez por eso algunos videos han puesto el filme entre las novedades, cerca de las películas de suspenso y un poco más lejos de las de Oriente.

Claudio Andrade


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