Lugares comunes

Por la luz que me alumbra

Sentarnos a ver televisión no es algo que podamos hacer sin estar predispuestos.

El problema es que si estamos en el día inadecuado y en el momento impropio, los lugares comunes que tienen todas las películas quedarán atascados en los filtros de nuestro ánimo.

Estos mecanismos inconscientes son aquellos que, por ejemplo, hablan en nuestra mente y resuenan cuando aparece el globo terráqueo en la pantalla: «Universal Pictures» nos susurran las sinapsis. «Tri-star pictures» dicen cuando aparece Pegaso.

«Rand Corporation»! exclaman excitadas nuestras neuronas más encanecidas cuando aparece un coloso golpeando un enorme gong.

Si ese día amanecemos perspicaces puede sernos útil para ver la película ya empezada. Si la protagonista viene del supermercado con una bolsa de la que sobresale media baguette, seguro que compró una botella de vino tinto italiano y va a preparar una cena para dos, come generalmente ensaladas y tiene perfil intelectual.

Si el tipo sale con un blister de 12 latas de cervezas, fija que vive solo en un departamento de Brooklyn y se dispone a ver la final entre los St. Louis Cardinals y los Cincinnati Reds.

Por supuesto si sale con una bolsita de papel agarrada por el cuello de la botella que esconde, viene de una decepción amorosa y su futuro es un oscuro callejón.

Es en esos días cuando nos damos cuenta de que para hacer de soldado alemán lo poco que hay que saber es caer teatralmente en el momento de recibir un balazo. El acto es una mezcla de impacto, ataque de epilepsia y cólicos renales.

Claro que si ese día estamos incrédulos no nos bancamos ver al tipo que pudo con dieciocho chinos karatecas en el muelle y cuando la enfermera le pone un algodón sobre la frente ensangrentada, recula y exclama ¡aaaay! Mucho menos que un tipo zafe de un par de esposas.

¿Cómo es la cosa, todo el mundo sabe cómo se abre una cerradura con un clip o tarjeta de crédito y yo soy el único inútil que no puede abrir la puertita de la cabina de gas?

Ahora si ese día amanecemos resentidos, es posible que en vez de ver tranquilamente elucubremos con rencor: ¡Si uno está en una reunión y queremos cantar terminamos en «Mañanas campestres» o «Uno» y chingándole cada dos estrofas.

En esta película se matan para hacernos creer que es gente común, como nosotros, pero de pronto… uno se pone a tararear, el otro mientras mueve la cabeza al ritmo dice ¡oh, mirá! y en un rincón de la habitación descubre un piano que nadie toca hace años pero sigue afinado.

El muy desgraciado se sienta y toca desenfrenado como si fuera Jerry Lee Lewis y las 25 personas restantes no sólo saben la letra sino la entonación y se colocan alrededor según sean alto, contralto, y barítono! ¡Pufff!… The End!… Clic.

Horacio Licera

hlicera@rionegro.com.ar


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