Macri, ante un dilema clásico del ambientalismo

Empezó con un tuit y después con otro y no paró hasta que se dio cuenta de que otros temas (la fuga de los condenados por el triple crimen era la noticia del día) estaban opacando su diatriba y su disgusto. Pero Cristina Kirchner, allá en la Patagonia, quería dejar asentada en la red social su posición acerca de un tema crucial: la construcción de dos represas hidroeléctricas sobre el río Santa Cruz que el kirchnerismo promovió y adjudicó estando en el poder y que ahora el gobierno de Mauricio Macri estudia detener. No es poca cosa. Si eso sucediera –hay dos cautelares en la Corte Suprema pidiendo el cese de obras– sería una nueva estocada en la compleja tarea de desmontar al kirchnerismo de todos los niveles del Estado encarada por Cambiemos desde diciembre. Sería más grave aún: las represas parecen haber sido pensadas, más que como un plan para obtener energía, como proyecto para generarle trabajo inmediato a la mano de obra desocupada creciente en Santa Cruz. Eso dicen los entendidos: que aquellas dos faraónicas obras –bautizadas Néstor Kirchner y Jorge Cepernic– no serían el producto de un deseo de soberanía energética, sino el resultado de una motivación de perpetuidad en el poder –en el mejor de los casos– o de una pulsión por los negociados –en el peor–. Pero lo que abunda es la información objetiva. Cristina le reclamaba a Macri vía Twitter que diera explicaciones por las palabras que él mismo había pronunciado en un reunión con ambientalistas en Casa de Gobierno. A mediados de diciembre, el presidente recibió a la viuda del ecologista Douglas Tompkins, fallecido recientemente mientras practicaba kayak en el sur, y a Sofía Heinonen, la titular de CLT, ONG fundada por Tompkins en Chile y la Argentina. Las dos mujeres se comprometieron ante Macri a trabajar en la donación de 150.000 hectáreas para crear un parque nacional en Corrientes. El mandatario –acompañado por el ministro de Medio Ambiente Sergio Bergman y el vicepresidente de Parque Nacionales Emiliano Ezcurra, entre otros– les preguntó por las urgencias ambientales del país. Le mencionaron la necesidad de una ley para detener la extinción de especies y de otra que regulara el uso de los suelos. Pero Macri quería escuchar otra cosa. Y preguntó: “¿Qué piensan de las represas del sur?”. Heinonen respondió que le parecían una aberración y un daño innecesario contra el medioambiente; que había formas más eficaces, limpias y baratas de obtener energía y que no podía permitirse que esa obra avanzara. Dijo Macri: “Sí, hicimos un estudio y vimos que hay 19 formas más óptimas de conseguir energía: vamos a intentar pararlas”. En la Patagonia lejana, mientras tanto, está todo listo (se están armando los obradores) para el inicio de la construcción de las dos represas adjudicadas en el 2013 a un consorcio encabezado por Electroingeniería, la china Gezhouba Group Corporation e Hidrocuyo. El proyecto estipula dinamitar laderas y derramar millones de toneladas de hormigón para hacer dos represas hidroeléctricas gigantes que inundarán un área del tamaño de Buenos Aires. Aún no está garantizado que la energía producida algún día por esa megaobra pueda salir de Santa Cruz y abastecer a la poblaciones del norte del país. El valor de la construcción fue incluido en el presupuesto 2016 por más de $ 43.000 millones, casi el doble del costo por el que fue licitado. Los estudios de impacto ambiental fueron aprobados el 8 de diciembre, en una audiencia pública que no contó con expositores críticos y en la que todos estuvieron llamativamente de acuerdo con que nada de esto atentaría contra la naturaleza. Pasó por un tubo, sin debate. Según testigos, hubo fuertes presiones de la Uocra para que nadie detuviera el proceso de aprobación. Dos días después, Cristina dejó el poder. Ahora, lo ya dicho. Enterada de aquellas palabras a la viuda de Tompkins, Cristina saltó a pedir explicaciones. También lo hicieron los voceros de Electroingeniería (dijeron que incumplir un compromiso con China pondría en juego cualquier ayuda futura). Pero Cristina –y Alicia Kirchner, por elevación– teme lo peor. Tiene razones. Una Santa Cruz ya quebrada financieramente sería mucho más parecida a la desolación con esa obra paralizada. Alrededor de Macri, en tanto, casi no existen discrepancias: cualquier funcionario consultado responde en la misma dirección. “Macri no quiere esas represas. Macri ya lo dijo: quiere energías sustentables, eólica en el sur, solar en el norte”, asegura un diputado del Pro, que viene de gestionar una oficina de Medio Ambiente en la Ciudad. “Pero debe ser cauto, porque el frente de las fuentes de trabajo no es un tema menor, esa es la cuestión”. Sobre esa variable trabajan ahora los ambientalistas que integran el nuevo gobierno, el equipo de notables que rodea al ministro Bergman. Muchos de ellos hasta poco antes de llegar al poder militaron como activistas en contra de esas mismas represas. Pero ahora están de otro lado del mostrador. Deben administrar la presión de grupos ecologistas que piden que se frenen las obras ya y la variable sindical que amenaza con más que protestas si el trabajo prometido se desintegra. Es un dilema clásico del activismo medioambiental. Consiste en tratar de discernir cómo cuidar la naturaleza sin atentar contra el progreso, como proteger los recursos naturales sin obturar el desarrollo humano. Pavada de desafío.

Opiniones

Gonzalo Sánchez – @gonzasanchez (Especial para “Río Negro”)


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