Marcando diferencias
Por Carlos Torrengo
Con mueca de miedo en su rostro.
Así está la política argentina ante la crisis. Un miedo que de cotizar en bolsa transformaría nues-tro mercado bursátil en el más seductor del planeta.
El miedo está plantado en el gobierno nacional con raíces muy fuertes. Pero cosquillea en el resto de las referencias políticas.
En ese marco de miedo, la cuestión de la eficacia del gobierno en el manejo de la crisis es el eje organizador del debate público. Desde esta perspectiva se puede incurrir en una conclusión: el problema es la administración De la Rúa y nada más.
No es así. En la conducción del problema al gobierno hay que imputarle una infinidad de débitos.
Pero es la política en su todo, y tal como se expresa en este país, la que también carga con una inmensa responsabilidad en el tema. Es un sistema sin ningún activo real de creatividad e ideas que alimenten alternativas. Una política fundada en la rutina de formas y estilos de ejercer el poder, ingeniería que no cautiva a la gente. Por el contrario, se distancia de ella.
Y lo más grave: es una política de baja calidad de observación sobre sí misma. Carente de autocrítica. Gravemente inmadura a la hora de reflexionar sobre la consistencia de sus expectativas.
Un caso: ¿desde dónde se convencieron miles de frepasistas, de callada reminiscencias de lucha a todo o nada contra el capitalismo, que podrían gobernar de la mano de un partido de centro derecha y amante de la propiedad en sus más variadas formas como es el radicalismo?
Un desatino.
Ese es precisamente el término al que apeló el jueves el gobernador Pablo Verani para definir la conducta que -desde el discurso y en esta hora de «consenso de terminación» existente sobre la suerte del gobierno- tienen no pocos hombres con poder en el radicalismo.
En los últimos minutos de ese día, cansado de una sobremesa que se prolongaba sin sentido en Olivos, Verani se paró. Tomó a De la Rúa y a Raúl Alfonsín por los codos y los llevó a un rincón:
– Hay mucha gente que está esperando de ustedes un gesto en común. Es un desatino que se siga desorganizando el discurso del radicalismo sobre la crisis. Yo les pido un acto de unidad por encima de las diferencias. Nos estamos matando- les dijo.
Quizá Verani no logró mucho. En todo caso una distensión que será efímera si Alfonsín sigue reboleando discursos y paradigmas que tienen más de barricada previa a la toma del Palacio de Invierno, que de abono para ayudar al atormentado gobierno nacional.
Pero cualquiera sea el resultado, Verani fue sincero.
Y aquel reclamo tuvo un mérito: en esa larga mesa de roble estaba casi toda la cúpula del derruido poder oficialista, pero él fue el único en hablar sin tapujos durante la cena que estaba abierta la posibilidad de que -diferencias sobre la crisis mediante- el partido se estuviera inclinando peligrosamente hacia una relación donde para un radical no hay nada peor que otro radical.
Verani necesita que el partido no se diezme en el fragor que provocan aquellas diferencias. Le importa por razones de pertenencia. También porque una fractura debilitará al gobierno.
Pero también lo necesita entero para extraer del abanico de vínculos que mantiene con todos los planos del partido y del gobierno, alternativas a la crítica situación financiera de la provincia en el marco del ajuste que el gobierno nacional les reclama a las provincias.
En ese tablero del poder coincide con De la Rúa y Domingo Cavallo.
Y pone distancia del reboleo de amenazas de Alfonsín, las desaguisadas y demagógicas reflexiones de Elisa Carrió o del furioso verbo de Leopoldo Moreau.
Verani incluso cruza la vereda cuando vislumbra que puede caminar a la par del chaqueño Angel Rozas. No quiere que lo roce el verbo apocalíptico de ese gobernador de rudo funcionamiento cerebral.
En otros términos, en materia de discurso sobre la crisis, Verani es hoy una doncella leyendo a Góngora sentada en un bosque de abedules.
Pero Góngora no lo ayudará a ajustar las finanzas de la provincia.
Verani cierra los ojos y un rictus de tensión se refleja en su rostro cuando piensa que aquel objetivo lo puede llevar a tener que recortar sueldos.
– Pablo, no lo vamos a permitir- le dijo el jueves su amigo y socio en la consolidación de la gobernabilidad Juan Carlos Scalesi.
Para el líder de UPCN, hay que meter mano en otros puntos del Estado. «La Justicia tiene un promedio de sueldos de 3.000 pesos, la Legislatura de 2.000, la administración central de 860», le recordó al gobernador en aquella conversación.
Y Scalesi le dio un dato más sobre la situación financiera de sus seguidores: mensualmente UPCN otorga un millón de pesos en órdenes de compras que luego se descuentan por recibo. El 65% de esos créditos es para comestibles.
Un sistema del que participa no mucho menos del 80% de los 10.000 afiliados al gremio.
Siempre según Scalesi, debido a ése y otros descuentos, hay una masa de más de 3.500 agentes de la administración pública que recibe «muy pocos pesos en la mano».
– Mientras esto sucede, la UCR está construyendo 14 comités nuevos y recibe 40.000 dólares mensuales de aporte de militantes y funcionarios afiliados al partido. ¿Por qué el partido no frena esas inversiones, pone ladrillos en escuelas de la Línea Sur y con los 40.000 pesos paga parte de los salarios de sus diputados- reflexionaba el viernes una dirigente de la Unter.
Para Verani el ajuste requiere del esfuerzo de alguien más.
– Hay un poder que nos podría ayudar – dice en estas horas sin nombrarlo. Pero no resulta inferir de quién se trata: la Justicia, cuyos salarios se llevan el 95% del presupuesto.
¿Pero quién se atreve a avanzar en esa dirección y en ese terreno?, se preguntan en el Ejecutivo.
Lo hará la crisis.
Un proceso que mudará traumá-ticamente la vida de los argentinos durante un tiempo aún difícil de cuantificar.
Y lo hará más allá de cualquier resistencia.
Comentarios