Más allá del shock del futuro: por qué América Latina aún va detrás de Asia

Por Alvin y Heidi Toffler (*)

Durante décadas, una pequeña banda de voces herejes, incluidos nosotros mismos, ha dicho que comenzaba a despertar una nueva economía en la cual el conocimiento desempeña un papel más importante que los recursos físicos.

Aunque la mayoría de los economistas convencionales que se burlaron en el pasado de esto han cambiado de idea, sus antiguas opiniones aún viven en las equivocadas políticas de desarrollo de algunas naciones.

Dos países actualmente ilustran de manera fascinante esta tesis. Los dos tienen una población más o menos igual. Ambos tienen un clima tórrido. Uno es el principal exportador de petróleo a Estados Unidos y tiene reservas por 63 mil millones de barriles. El otro tiene únicamente cuatro mil millones de barriles. Uno es musulmán, el otro católico.

Uno fue líder en la creación del cártel global del petróleo, conocido como OPEP. Ese país no es, como algunos podrían pensar, Arabia Saudita. Se trata de Venezuela. El otro, del lado opuesto del mundo, es Malasia. Y sus historias nos ayudan a comprender por qué Asia, aun después de la crisis, sigue estando en el centro de la economía global, y por qué no Latinoamérica.

PCs campesinas

Los líderes y gurús de la alta tecnología de Estados Unidos, Japón y otras partes se reunirán en las afueras de Kuala Lumpur para asesorar a Malasia y crear su propia versión del Valle del Silicio, el Supercorredor Multimedios de Malasia. A pesar del arresto y del juicio de quien fuera su segundo al mando, Anwar Ibrahim -persecución que nosotros denunciamos públicamente como políticamente motivada-, el primer ministro Mahathir Mohamad sigue siendo el único líder musulmán en el mundo cuya visión del siglo XXI reconoce la importancia de la tecnología para la información. Bajo su liderazgo Malasia ha pasado de la exportación de hule, estaño y madera a convertirse en uno de los exportadores más grandes del mundo de chips semiconductores, los bloques de construcción para la economía del conocimiento.

Malasia se vio alentada por la experiencia de su vecina Singapur, que, de ser un adormilado puerto, se ha convertido en una de las ciudades más completamente conectadas del mundo y tecnológicamente avanzadas, con un ingreso per cápita igual al de una gran parte de Europa.

China tiene mucho por andar, pero posee líderes que comprenden la importancia de la tecnología de la información. El año pasado en la provincia de Hebei, los campesinos compraron 100.000 computadoras. Otros campesinos productores de ajo utilizaron Internet para localizar un mercado -una cadena de restaurantes chinos en Alemania-. Recientemente, el gobierno de Pekín tomó medidas para reducir los precios de Internet a la mitad, ofreció a algunos usuarios una segunda línea telefónica sin costo y redujo el precio de las llamadas internacionales en un 20%.

Es la temprana aplicación de las computadoras y robots a la manufactura, además del compromiso del Japón por exportar productos de alta calidad, lo que yace detrás de su sorprendente ascenso al máximo nivel de las economías globales. Se retrasó (en comparación con los Estados Unidos) en la aplicación de las nuevas tecnologías para las finanzas y los servicios, pero ahora claramente trata de remediar esta carencia. De hecho, el disparo en las exportaciones del Japón generó enormes cantidades de capital, gran parte del cual los japoneses invirtieron en Malasia y en otras partes de la región, ayudando así a iniciar el ascenso de Asia en general. Pasemos hora al otro lado del mundo.

Carrera cuesta abajo

Hace 25 años la economía de Venezuela no estaba tan retrasada de la de Arabia Saudita o la de Nigeria en su dependencia del petróleo. El petróleo era por mucho su mayor exportación. Como aquellos países, Venezuela era gobernada por una pequeña y corrupta oligarquía. El gobierno dependía de los ingresos del petróleo para la mayoría de su presupuesto.

En 1973, año en que la OPEP impuso el embargo que hizo subir los precios mundiales del petróleo hasta la estratósfera, miles de millones de petrodólares comenzaron a llegar a Venezuela. A pesar de ello, Venezuela tenía una de las más bajas tasas de inflación en el mundo. Tenía una divisa muy fuerte y un ingreso per cápita cercano al de Italia o España.

Venezuela tuvo una oportunidad para disminuir su dependencia de un solo producto y tenía el dinero para desarrollar una economía avanzada. En lugar de ello, gran parte del petro-dinero fue para los bolsillos de la petrooligarquía y se despilfarraron en gran medida los fondos destinados a «modernizar» la economía.

Cuando visitamos Venezuela en 1979, los planificadores del Estado querían explotar minas en la jungla del Orinoco, construir un ferrocarril para transportar el mineral y construir una industria del acero. En una conferencia de Maracaibo, criticamos este plan como basado en la teoría del desarrollo económico ortodoxo de la Segunda Ola y urgimos a Venezuela a construir mejor una infraestructura electrónica. Sin hacerlo, ningún país puede desarrollar una avanzada economía de la Tercera Ola.

Aquella noche, en una suntuosa cena en la casa de un banquero, con el ministro de Finanzas y otros altos funcionarios y financieros a nuestro lado, fuimos invitados a visitar en helicóptero los campos petroleros cercanos. Queríamos hacerlo, pero ello significaba cambiar un boleto de avión, lo que requería una llamada telefónica a Caracas, la capital. Durante tres horas lo intentamos y, ni siquiera teniendo a la elite del país a nuestro lado, pudimos llamar a la capital del país desde su segunda ciudad más grande.

Siguiendo la teoría económica convencional de la Segunda Ola, los líderes y planificadores de Venezuela pensaron que el camino hacia el desarrollo estaba en tener recursos físicos adicionales exportables -mineral de hierro convertido en acero. No pudieron comprender la idea de que, al acercarse el siglo XXI, sería necesaria una estrategia del desarrollo de la Tercera Ola que se concentrara en el conocimiento y en la alta tecnología, no en el mineral de hierro y ni siquiera, para el caso, en el petróleo.

Actualmente Venezuela sigue dependiendo extraordinariamente del petróleo. Mientras que las exportaciones no petroleras de México se elevaron del 12% del total en 1980 al 67% en la actualidad, parte como resultado del Tratado de Libre Comercio en América del Norte, el petróleo de Venezuela sigue componiendo el 82% de sus exportaciones, habiendo disminuido apenas una fracción en el mismo período. Así, los vaivenes en los precios mundiales del petróleo tienen un efecto desproporcionado en la economía de Venezuela y en su gobierno, cuyo presupuesto también depende fuertemente de los ingresos por petróleo.

El resultado en la actualidad es la peor crisis que se tenga en la memoria. Al hundirse temporalmente la economía asiática, los precios mundiales del petróleo se desplomaron y los venezolanos pagaron por todos los años en que no pudieron diversificar su economía. Hoy, la tasa de inflación en el país se ha disparado, las tasas de intereses son de entre el 30 y el 40% y han desaparecido 1.600 empresas manufactureras en los cinco años últimos, con un costo de 170.000 empleos. El gobierno ha tenido que reducir sus gastos y enviar a miles de servidores civiles a la línea del desempleo, y la clase media está tan desesperada por tener trabajo que quienes antes fueron asesores administrativos están haciendo tareas domésticas para pagar la educación de sus hijos. Los pobres reciben golpes todavía más duros, y Venezuela comienza a ver pandillas de niños de la calle hambrientos y fuera de todo control.

No es extraño que el presidente de Venezuela fuera derrotado en las elecciones del pasado diciembre y reemplazado por un joven ex coronel, Hugo Chávez Frías, quien intentó un 'coup d'etat' en 1992 y pasó dos años en la cárcel. Chávez desprecia apasionadamente a los viejos políticos y al aroma de corrupción que les rodeaba. Ellos, a su vez, lo han pintado como un dictador potencial que se rodea de militares y emplea una retórica irresponsable y populista para enardecer al público.

Chávez ha amenazado con eliminar al Congreso, bastión de los viejos partidos. Ha establecido una asamblea para redactar una nueva constitución, aterrorizando a sus oponentes. Entre los rumores se sugiere que utiliza un Rolex regalo de Fidel Castro, que dinero de Castro le ayudó a ganar las elecciones y que se ha mandado a hacer un uniforme como el del generalísimo.

El hecho es que la avalancha que lo llevó al poder vino de un pueblo que quería desesperadamente el cambio.

Chávez tiene una verdadera oportunidad para dar la vuelta al país. Es, a pesar de las caricaturas de la prensa, altamente inteligente.

La noche antes de que me reuniera con él en el Palacio de Miraflores, habló en una conferencia de las más importantes empresas de la manufactura. Se esperaba que atacara a sus oponentes. En lugar de ello, demostró ser conciliador. Aunque dijo que el «neoliberalismo es el suicidio'', insistió en que Venezuela necesita crear su propio modelo económico y no imitar el de nadie más, sea ya el de Estados Unidos, o el de Cuba o, para el caso, el de España, una creciente influencia en el país.

«No nos favorece un modelo estadista… todavía menos un modelo socialista o comunista», dijo a su audiencia. Hay mucho por aprender, dijo, de Tony Blair en Bretaña. Pero «ésta no es una época para el fundamentalismo económico», continuó. En lugar de ello, «necesitamos nuevas ideas». Su discurso atrajo explosiones espontáneas de aplauso de los líderes empresariales, virtualmente todos aquellos que, hasta el último hombre y la última mujer, habían votado en su contra.

Desafortunadamente, como le dijimos al otro día en nuestra reunión, las pocas ideas que su ministro de Economía ha presentado hasta ahora podrían haber sido escritas por el ministro de Planificación en 1979. El nuevo equipo habla de la necesidad de micro-capital para ayudar a los pobres a convertirse en empresarios, lo cual tiene sentido, y planea crear un ministerio para ciencia y tecnología, y diversificarse de la adicción al petróleo. Pero, a diferencia de los casos de Malasia o de Singapur, hay poco aprecio por el papel revolucionario de la tecnología de la información en el mundo de hoy.

Mientras los políticos a la derecha o a la izquierda discuten sobre la liberalización, -neo, o de cualquier otra clase-, el ascenso de una economía moderna basada en Internet es mucho más importante. Hasta ahora, Venezuela no da señales de prepararse para los golpes del huracán del cambio que la economía del futuro ya está desatando actualmente. Tampoco Latinoamérica en general. Con algunas excepciones -especialmente Brasil, que ya tiene 2,3 millones de usuarios de Internet y un altamente desarrollado sistema bancario doméstico- el continente está más concentrado en la ideología que en la tecnología. Es comprensiblemente impulsado por las presiones inmediatas de la pobreza. Pero así estuvo el este de Asia y aún está en algunos sitios.

Los líderes de América Latina imaginan que la integración económica regional a través del Mercosur (que relaciona a Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay, con Chile y Boliva como miembros asociados) y un más holgado arreglo andino, será la diferencia entre el estancamiento y el desarrollo económico. Pero incluso como demuestra la experiencia europea, la integración económica sin una estrategia para la participación en la economía del conocimiento tiene pocas probabilidades de hacer avanzar económicamente al continente.

El mundo va en carrera hacia el comercio y las finanzas electrónicas, la constante innovación, las operaciones globales, la hipercompetencia, una economía con ligas cruzadas en la que todos tratan de subir por la escalera del valor agregado. Es un mundo en el cual las ideas, la información, las comunicaciones, la educación y las cuestiones del trabajo mental importan más que el músculo. Asia, que no tiene una resistencia ideológica, así lo comprende. Pero no Latinoamérica.

Como dijo el nuevo, inteligente y enérgico líder de Venezuela a su audiencia, Latinoamérica necesita nuevas ideas económicas y políticas. Si los líderes políticos y empresariales de este continente mostraran tanta imaginación como sus escritores y sus artistas, y comprendieran cuán revolucionaria es la emergente economía del conocimiento, Venezuela y sus vecinos al norte y al sur podrían deshacerse de sus apoyadas ideologías, de su romántica entrega al (ital) guerillismo (unital), para sumarse al futuro.

(*) (Alvin y Heidi Toffler, de Toffler Associates, son los futuristas más prominentes del mundo. Entre sus trabajos más conocidos se incluyen «Future Shock'', «The Third Wave'', «Powershift'' y «Creating a New Civilization'').

Los Angeles Times Syndicate


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