Muchas pandemias, muchos mensajes

Facundo Cornejo*

En el primer año de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional del Comahue compartimos con las/os alumnas/os algunas ideas en relación al concepto de determinantes sociales de la salud y la inequidad en salud que genera la desigual distribución de bienes y de acceso a los servicios básicos (incluidos los servicios de asistencia sanitaria). Y de cómo las distintas y desiguales maneras de acceder a los bienes materiales y sociales condicionan gravemente nuestras maneras de vivir, soportar la  enfermedad y, en algunos casos, de morir.  


En la actual situación de pandemia esto se hace muy visible. Y no solamente se trata de cómo resistimos al virus si estamos mejor nutridos, abrigados y contenidos emocionalmente.


También se patentiza en la manera desigual en la que accedemos a los servicios de salud y también a información veraz y comprensible sobre las formas de prevenir la infección. Y, más concretamente, en cómo accedemos a las posibilidades reales de evitar la enfermedad en nuestras propias cotidianeidades.


No hay una pandemia. Hay muchas pandemias en distintos lugares. O, mejor, hay una misma pandemia que se expresa de distinta manera en los distintos grupos sociales.


Los buenos profesionales de la medicina van intentando adaptar su mensaje a sus pacientes y hacen grandes esfuerzos para transformar un mensaje académico y científico en algo entendible por los pacientes. De esta manera, vamos pasando del  mensaje general  (“vacúnese”, “salga a caminar”, “debe bajar de peso”,  “deje de fumar”,  “coma más frutas y verduras”) a un diálogo personal, una relación de ida y vuelta con otra persona. Relación en la cual intentamos que nuestro saber científico pueda colaborar en la elaboración de un mensaje compartido (no acabado sino en permanente construcción y reconstrucción) que ayude a las personas a modificar sus hábitos en algunos más saludables. Pero  siempre considerando las posibilidades concretas que tiene cada individuo de aceptar/adoptar esos  mensajes y esas mejoras en sus hábitos de salud. En otras palabras, lo que queremos trasmitir es siempre parecido, pero el mensaje es personalizado y se re-arma y caracteriza a la medida del interlocutor.


En nuestra coyuntura pandémica, desde las usinas oficiales de mensajes se han elaborado  recomendaciones generales, que nos hemos cansado de pregonar, y que seguramente han dado sus frutos: “lavate las manos”, “mantené la distancia social”, “usá tapabocas”.  Fue y es necesario. Sin embargo, la experiencia cotidiana de quienes entrevistamos a diario, pacientes contagiados de vovid-19, nos marca una necesidad imperiosa de reconstruir y reeditar esos mensajes –auxiliados por otras disciplinas de las ciencias sociales–, considerando un necesario diálogo con los distintos destinatarios pertenecientes a variados grupos sociales, etarios, educativos, laborales, etc.  (El 27 % de los infectados de la Ciudad de Neuquén tienen entre 15 y 30 años y, en su gran mayoría, se han infectado en situaciones evitables relacionadas al trabajo o en situaciones sociales más evitables aún).  


¿Cómo hacemos para que lo que sabemos es científicamente cierto pueda ser adoptado por las distintas individualidades en sus variadas cotidianeidades?



¿Es posible que un único mensaje general sea comprendido y adoptado por las distintas personas? ¿Cómo hacemos para que, lo que sabemos es científicamente cierto, pueda ser adoptado por las distintas individualidades en sus variadas cotidianeidades? Así como el  buen profesional de la salud rearma y reajusta su discurso académico –transformándolo en un diálogo comprensible y personalizado–, de la misma manera un buen mensaje comunitario basado en datos epidemiológicos veraces y con un fuerte conocimiento territorial debería estar segmentado y sectorizado de acuerdo a las distintas vivencias de cada grupo social, sus prácticas y patrones culturales, sus juicios previos.


Los buenos profesionales pisan el territorio cuando se animan a preguntar cómo y dónde vive su paciente. La buena comunicación cuando puede dialogar con las comunidades concretas, con sus miedos, sus creencias, sus vivencias y dificultades diarias. Cuando pueden –en nuestro caso concreto– resignificar la precepción del riesgo epidémico como fruto del dialogo con una comunidad/grupo social específicos.


Lo prolongado de esta situación excepcional en nuestras vidas nos obliga a repensar los modelos comunicativos, para que ningún sector social quede afuera de la posibilidad de adoptar los nuevos hábitos.  Culpabilizar a los que “no hacen caso” es un abordaje incompleto del problema. “Llegar con nuestra idea científica” a quienes hoy necesitan de ese conocimiento es uno de los desafíos de la época. Y para llegar hay que pisar el territorio. De lo contrario, seguiremos contando casos en cada reporte.


* Médico epidemiólogo. Salud Pública, Neuquén


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