Noemí Frenkel, una mujer terrible

Está basada en diarios y cartas de Silvina Ocampo y Alejandra Pizarnik.

Marta Bianchi y Noemí Frenkel, en la piel de las escritoras.

En la Sala El Aleph del Centro Cultural Recoleta –Junín 1930- se ve “Mujeres Terribles” con dramaturgia de Marisé Monteiro y Virginia Uriarte basada en textos, diarios y cartas de Silvina Ocampo y Alejandra Pizarnik, protagonizada por Marta Bianchi y Noemí Frenkel. La dirección general es de Lía Jelín. La acción se desarrolla entre 1967 y el 72, cuando ambas escritoras se frecuentaron tras ser presentadas en casa de la fotógrafa Sara Facio, a pocos días de haber aparecido una elogiosa crítica del libro “El pecado mortal” de Silvina firmada por Pizarnik en la Revista Sur. La singularidad de la propuesta reside en que los personajes hablan con sus propios cuentos, poemas, diálogos, cartas, entrevistas y diarios íntimos, que cosen y descosen la trama revelando el paralelismo entre el universo poético de cada una de ellas, la soledad, el mundo de la infancia, su relación casi física con las palabras. Noemí trabajó en quince películas, entre las que se destacan “Últimas imágenes del naufragio” (Eliseo Subiela, 89), protagónico que le valió el Premio Coral Mejor Actriz del Festival de La Habana y el Cóndor de Plata de la Asociación de Cronistas, “Escrito en el agua” (Marcos Loayza), “Potestad” (César D’Angiolillo), “Sobredosis” (Fernando Ayala) y “La sonámbula” (Fernando Spiner). Ha trabajado también en teatro, independiente y oficial, y en la tele, estuvo en “Nueve lunas”, “Dónde estás amor de mi vida”, “Tiempo final” y “Verdad Consecuencia”, entre otros ciclos. Actualmente interpreta a Greta en “Herederos de una venganza” por Canal 13. También es docente en escuelas de cine, productora y directora teatral. “Cuando Lía Jelín me entregó el libro, me atrapó muchísimo y comprendí, inmediatamente, que era un desafío tremendo por el personaje en sí, por Alejandra. Yo conocía algo de su obra, pero nunca fui una lectora adicta, y me conmovió meterme en su piel. Me produjo un gran honor y al mismo tiempo un temor enorme por el riesgo que implicaba. Me encantó el texto por su factura, por el modo en que está concebido, construido como un collage de materiales de Ocampo y Pizarnik, donde el nivel de las palabras es maravilloso, altísimo. Todo eso para transmitir su historia, su recorrido como ser humano. Alejandra fue un ser atormentado, su única manera de objetivar lo que le ocurría era ponerlo en palabras. Tenía una cuestión de no distancia con ese tormento, ese diálogo, coqueteo permanente con la muerte, con el dolor, con la angustia. En la construcción del personaje me sentí muy contenida por Lía que me dijo: vas a tener que meterte con los monstruos, con los fantasmas más temidos”, contó Noemí a “Río Negro” –Por Pizarnik y por nosotros… Me da escalofríos leer algunos pasajes, porque imagino el momento que la llevó a escribirlos. De desgarro, de despojo… –Ella descarnadamente aborda la soledad, la locura y la muerte. Y el amor… Por la vida, por el arte. No era un ser sólo entregado a la pulsión de la muerte, sino que siempre luchaba por estar viva. El clic que me ayuda a transitarla es ese tiempo en que el uso de las drogas va limando su capacidad de contrarrestar la pulsión de la muerte con ese lado vital, tan genial que ella tenía, tan amoroso. Quienes la conocieron decían que era un mujer llena de amor, muy tierna. Pero, al estar cada vez más tomada por sus adicciones, no le quedaba resto para pelear porque la muerte no la tomara y terminara por suicidarse (el 25 de setiembre del 72). Ella murió a los treinta y seis años, pero desde los diecinueve la rondaba tanto como al final de su vida. A mí, el exterior –entre comillas- del personaje, me lo da hacer el recorrido que la obra me invita a realizar, a través de la parte activa del personaje. ¿Qué hace, cómo se comporta, qué intenta en cada momento? Luego está el montaje de lo interno y yo siempre trato de reconocer en mí qué tengo en común para tocar esa fibra interior. Todos somos esencialmente lo mismo, aunque lo tenemos desarrollado en diferentes proporciones. La alquimia es única, pero los componentes son iguales. Entonces, trabajo para reconocer esos elementos, los que puedo registrar en mí como los que decodifico del personaje, para bucear dentro mío. De alguna manera lo invoco, siento que tiene una existencia y yo me abro para que me habite, lo hago entrar… Sería así la mística desde la que yo trabajo. Se relaciona con sentir, y más en este caso porque Alejandra efectivamente fue un ser humano de carne y hueso. Por eso, me sirvió muchísimo apelar a personas que la conocieron. Me ayudó escuchar su voz cadenciosa, de fumadora empedernida, para hallar un decir y meterme en un nivel energético de ella. Escuché muchas anécdotas de su vida, entendí cómo se movía, cómo sentía, cuáles eran sus rituales, qué cosas hacía, cómo se sentaba, movía las manos. Todo me dio material. –Volviendo al punto de partida, ¿por qué te habrá elegido Gelín? –Habría que preguntárselo a Lía… Sé que como actriz tengo alguna cualidad de intensidad… Alejandra es un personaje muy intenso y hay actores que tocan cuerdas más potentes que otros. Si lo pienso desde el lugar del director y tengo que buscar alguien que haga a Alejandra, que me transmita, que con su presencia irradie una intensidad y una profundidad… Creo que eso lo doy. Y por el modo de trabajar también. Lía elabora mucho desde el cuerpo con el actor y yo abordo el trabajo desde ahí. Supongo que hay una afinidad en ese sentido. Sea quien sea la actriz, se tiene que meter a construir desde cero. Hay un punto en que uno se debe despojar de todo lo que ya sabe, de lo que conoce, para abrirse y dejarse llevar por el personaje. Desde el primer mamarracho, en los primeros trazos, se empieza a armar un dibujo sobre el que después se va dando volumen, dimensión, profundidad. Así se va armando, en un ida y vuelta con el director, con el espacio en el que nos movemos y con lo que va pasando en la dinámica de trabajo con el compañero de escena. En este caso Marta Bianchi que me trae una Silvina Ocampo maravillosa que me estimula muchísimo… Procesos internos emocionales, personales, sueños, aportan. Cosas con las que uno se va encontrando en la vida. Mientras estaba en esto, tuve una lesión en la rodilla y ese dolor físico también me ayudó para construir a Alejandra. Esa fragilidad que me daba sentir que con esa rodilla me las tenía que ver. El actor trabaja con él mismo. Uno es un instrumento de transmisión, en realidad. Así que cuánto más resuene, más el personaje se va a vehiculizar.


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