O»Neill se despide
Pocos integrantes de nuestra clase política lo confesarían, pero cuando en otras partes del mundo los «financistas» se chocan con los «productivos» la mayoría estaría al lado de los primeros, de ahí la satisfacción compartida por dirigentes locales y Wall Street por la renuncia forzada del secretario del Tesoro estadounidense, Paul O»Neill. Como industrial muy exitoso, O»Neill solía despreciar a los operadores financieros que eran más que capaces de arruinar con sus maniobras a empresas que de otro modo no tendrían demasiados problemas, actitud que lo hizo oponerse a los rescates internacionales destinados, suponía, a ahorrarles a los prestamistas la necesidad de sufrir las consecuencias de sus propios errores. Si bien en teoría tal punto de vista debería merecer la aprobación de los enemigos de la «patria financiera» local, el que haya contribuido a privarnos de aquellos «paquetes» de ayuda que nos hubieran permitido demorar el colapso lo convirtió en «enemigo» del país, mientras que su costumbre de hablar sin pelos en la lengua indignó sobremanera a muchos, aunque el presidente Eduardo Duhalde se abstuvo de contestarle porque, como admitió, el grueso de los argentinos coincidía en que los políticos eran tan corruptos como afirmaba al cuestionar la utilidad de dar préstamos que terminarían en «bancos suizos». Asimismo, a esta altura sería difícil negar que acertaba O»Neill cuando señaló que nuestra industria no producía nada que otros quisieran comprar.
Con todo, es factible que en el corto plazo por lo menos la renuncia nos resulte conveniente aunque sólo fuera porque su presunto sucesor John Snow, empresario de transporte y ex funcionario del gobierno de Gerald Ford, pudiera sentirse obligado a emprender una estrategia distinta hacia aquellos países que no han podido pagar sus deudas. Sin embargo, en el caso de que el gobierno estadounidense decidiera prestar más atención a los embrollos financieros que están desestabilizando todos los países del Cono Sur, le seguiría siendo sumamente difícil encontrar la forma de ayudar. La receta tradicional que consiste en prestarles más dinero sólo puede resultar beneficiosa en países en los que el gobierno esté en condiciones de aprovechar la oportunidad para llevar a cabo reformas para que pueda dejar de depender de la buena voluntad ajena. Con razón o sin ella, tanto Estados Unidos como el FMI creen que el próximo presidente del Brasil, Luiz Inácio «Lula» da Silva, sí sabrá gobernar con la inteligencia y realismo requeridos, pero no tienen motivos para suponer que nuestro país esté por elegir un gobierno confiable: a juzgar por las encuestas de opinión, es probable que el eventual sucesor de Duhalde resulte tan débil que también se dedique a «administrar la crisis» sin tratar de solucionarla.
Puede que las ideas de O»Neill estuvieran equivocadas y que su forma de expresarlas fuera urticante, pero esto no querría decir que si la persona que lo reemplace es más sabia y más simpática nuestros dirigentes tendrían motivos para sentirse reivindicados. El mero hecho de que la Argentina haya protagonizado un colapso tan espectacular luego de más de medio siglo en el que, algunos períodos de crecimiento rápido no obstante, la brecha que la separaba de los países avanzados se ensanchaba cada vez más, es evidencia suficiente de que la mayoría de los dirigentes políticos se ve consustanciada con ideologías que en términos económicos han resultado ser contraproducentes. Por lo tanto, la relación de nuestra clase gobernante con Estados Unidos, los demás integrantes del G-7 y el FMI seguiría siendo extremadamente difícil aunque el secretario del Tesoro norteamericano hiciera de la recuperación de la Argentina una prioridad absoluta y estuviera dispuesto a usar todo el poder y los recursos ingentes a su disposición para concretarla. Si sólo fuera cuestión del carácter de un funcionario de origen no político como O»Neill, celebrar su salida atribuyéndola a su hábito de manifestar frente a los medios de comunicación su escaso respeto por nuestras particularidades tendría algún sentido pero, por desgracia, la crisis se debe en gran medida a los errores propios de manera que «la solución», si es que hay una, tendrá forzosamente que incluir un cambio drástico de actitud por parte de los líderes políticos responsables.
Pocos integrantes de nuestra clase política lo confesarían, pero cuando en otras partes del mundo los "financistas" se chocan con los "productivos" la mayoría estaría al lado de los primeros, de ahí la satisfacción compartida por dirigentes locales y Wall Street por la renuncia forzada del secretario del Tesoro estadounidense, Paul O"Neill. Como industrial muy exitoso, O"Neill solía despreciar a los operadores financieros que eran más que capaces de arruinar con sus maniobras a empresas que de otro modo no tendrían demasiados problemas, actitud que lo hizo oponerse a los rescates internacionales destinados, suponía, a ahorrarles a los prestamistas la necesidad de sufrir las consecuencias de sus propios errores. Si bien en teoría tal punto de vista debería merecer la aprobación de los enemigos de la "patria financiera" local, el que haya contribuido a privarnos de aquellos "paquetes" de ayuda que nos hubieran permitido demorar el colapso lo convirtió en "enemigo" del país, mientras que su costumbre de hablar sin pelos en la lengua indignó sobremanera a muchos, aunque el presidente Eduardo Duhalde se abstuvo de contestarle porque, como admitió, el grueso de los argentinos coincidía en que los políticos eran tan corruptos como afirmaba al cuestionar la utilidad de dar préstamos que terminarían en "bancos suizos". Asimismo, a esta altura sería difícil negar que acertaba O"Neill cuando señaló que nuestra industria no producía nada que otros quisieran comprar.
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