Obama herido

Pocos presidentes norteamericanos disfrutaron a comienzos de su gestión de una imagen tanto nacional como internacional tan reluciente como la que tuvo Barack Obama cuando sucedió a George W. Bush. Para subrayar su fe en el progresista de origen étnico mixto, los noruegos le otorgaron el Premio Nobel de la Paz sin esperar a ver lo que haría como líder máximo de la superpotencia. Aunque ningún político hubiera podido mantenerse mucho tiempo a la altura de las expectativas generadas por Obama antes de que se instalara en la Casa Blanca, sólo sus adversarios más virulentos previeron que su desempeño resultaría tan decepcionante como ha sido últimamente. Parecería que ya es un “pato rengo”. A menos que se recupere pronto, las repercusiones se harán sentir no sólo en Estados Unidos sino también en el resto del mundo. Como la superpotencia reinante, le corresponde a Estados Unidos cumplir un papel policial que siempre es ingrato pero, en vista de las alternativas, necesario. El jueves pasado Obama se sintió constreñido a confesar en público que eran tantos los problemas enfrentados por la reforma ambiciosa del sistema de salud que había impulsado contra viento y marea que tendría que postergar su puesta en marcha por un año, como habían pedido los republicanos un mes antes cuando Estados Unidos estaba al borde de un default “técnico”. Es que, luego de prometer solemnemente una y otra vez que los conformes con sus planes de seguro actuales podrían conservarlos, millones de norteamericanos se han visto privados de su cobertura médica por empresas obligadas a respetar la nueva legislación. El golpe de gracia fue asestado por el expresidente Bill Clinton al aconsejarle “honrar el compromiso que asumió” en nombre del gobierno federal. Una consecuencia del embrollo ha sido la caída en picada del índice de aprobación de Obama; según las encuestas, la mayoría de los norteamericanos lo creen una persona deshonesta. Debilitado internamente, a Obama no le será nada fácil hacer frente a los dilemas angustiosos planteados por la política exterior. Acaso no importa demasiado que una revista lo haya desplazado de su lugar como “el hombre más poderoso del mundo”, ubicándolo detrás del presidente ruso Vladimir Putin que poco antes le había brindado un pretexto para desistir de concretar su amenaza de bombardear zonas de Siria en manos de partidarios del dictador Bashar al Assad que, dijo, había cruzado una “línea roja” al usar armas químicas contra presuntos rebeldes. En cambio, sí importa mucho la sensación difundida en el Oriente Medio de que Obama es un líder vacilante y nada confiable que, a fin de anotarse algunos supuestos éxitos diplomáticos, permitirá a los belicosos teócratas iraníes pertrecharse de un arsenal nuclear. No sólo los israelíes, que tienen motivos de sobra para temer a quienes esporádicamente se proclaman deseosos de borrarlos de la faz de la tierra, sino también casi todos los árabes sunnitas, entre ellos los sauditas, sus aliados del Golfo y los egipcios, se sienten tan alarmados por la perspectiva así abierta que podrían intentar eliminarla por sus propios medios. Si bien Francia ha bloqueado hasta ahora un eventual acuerdo con los iraníes por no querer prestarse a lo que el ministro de Asuntos Exteriores Lauren Fabius llamó un “juego de inocentones”, el que el gobierno norteamericano parezca resuelto a ceder virtualmente cualquier cosa a fin de ahorrarse dificultades en el corto plazo ha contribuido a hacer aún más peligrosa la situación en la región más explosiva del planeta. La incertidumbre ocasionada por la falta de firmeza de Washington y la sospecha de que, por motivos maquiavélicos, respalda a islamistas decididos a dinamitar el statu quo están obligando a sus aliados o exaliados en el Oriente Medio a buscar alternativas, razón por la que Egipto acaba de negociar un pacto militar con la Rusia de Putin, mientras que los sauditas están apoyando con miles de millones de dólares al régimen militar de Abdul Fatah al Sisi, luego de optar Obama por dejar de hacerlo a fin de castigarlo por haber derrocado el gobierno elegido del hermano musulmán Mohamed Morsi. El panorama sería menos confuso si existiera la impresión de que los norteamericanos están actuando según un plan coherente, pero parecería que no saben lo que les convendría hacer.


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