Obama no viene

En vista de que el presidente norteamericano Barack Obama se ha propuesto pasar por el espacio aéreo argentino en marzo, el que según los encargados de organizar su primera gira latinoamericana no tenga la intención de hacer ni siquiera una brevísima escala en nuestro país es por cierto llamativo. Tanto aquí como en otras partes de la región políticos, diplomáticos y analistas están procurando explicar lo que toman por una omisión significante. A juicio de algunos, es evidencia de que en Estados Unidos los dirigentes demócratas comparten con sus adversarios republicanos la opinión de que el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no es muy confiable, de suerte que sería mejor guardarle distancia, mientras que otros han aprovechado la oportunidad para subrayar que a partir del derrumbe económico del 2001 y 2002 la Argentina ha perdido influencia en la región, razón por la que es lógico que Obama, luego de tocar tierra en El Salvador, se limite a visitar al Brasil y Chile. Al fin y al cabo, Brasil está erigiéndose en una potencia no meramente regional y Chile podría ser el primer país latinoamericano que resultara capaz de dejar atrás el subdesarrollo. Con el propósito de minimizar la importancia de la decisión del equipo de Obama de pasar por alto –literalmente– a la Argentina, el canciller Héctor Timerman parafraseó al primer ministro británico lord Palmerston, quien a mediados del siglo XIX afirmó que su país no tenía amigos permanentes sino intereses eternos, al afirmar que Estados Unidos, “más que amistades, tiene intereses”. Está en lo cierto Timerman, pero aunque sería reconfortante saber que la relación de nuestro gobierno con el estadounidense dista de ser tan mala como algunos quisieran hacer creer, no lo sería suponer que, por una cuestión de intereses concretos, a los norteamericanos les importa muy poco el impacto en nuestro país de su política exterior. Por lo demás, en los meses últimos Cristina ha adoptado una postura conciliadora hacia Estados Unidos y, como tantos otros mandatarios, no ocultó su voluntad de figurar entre los simpatizantes de Obama por lo que a su entender simbolizaba. Aunque hubiera preferido que Hillary Clinton triunfara en la interna demócrata, como secretaria de Estado su “amiga” está a cargo de la diplomacia de la superpotencia, de suerte que tales detalles no habrán incidido en la actitud del presidente Obama. De todas maneras, es positivo que el episodio haya desatado un debate en torno a nuestro lugar en América Latina y por lo tanto en el mundo. Demasiados miembros de la clase política nacional parecen haberse resignado a que la Argentina se conforme con ser el furgón de cola del tren brasileño, abandonando para siempre las aspiraciones acaso exageradas pero así y todo dignas de otros tiempos en que nadie cuestionaba la importancia relativa de nuestro país por ser, por un margen muy amplio, el más avanzado de la región. En aquellos tiempos, los mandatarios de las naciones más poderosas de Europa y, desde luego, de Estados Unidos, daban por descontado que la Argentina era un país clave, pero parecería que en la actualidad la consideran a lo sumo un “problema” debido a la imprevisibilidad de sus gobernantes y su incapacidad apenas comprensible para aprovechar plenamente sus muchas ventajas económicas comparativas. A pesar del crecimiento macroeconómico notable de los años últimos, la imagen así supuesta no se ha modificado, ya que la inflación, el intento pueril de manipular las estadísticas económicas y la corrupción rampante, entre otras cosas, siguen contribuyendo a brindar la impresión de que la Argentina ha dejado de ser un país serio y que por lo tanto a líderes como Obama no les convendría perder tiempo valioso visitándolo, aunque sólo fuera por algunas horas. Si la reacción ante la decisión de los responsables de la gira de Obama de no hacer escala en nuestro país sirve para recordarles a los funcionarios del gobierno actual, y a quienes esperan reemplazarlos después de las elecciones previstas para octubre, que “reinsertarse” en el mundo no será tan fácil como muchos habían imaginado, Washington nos habrá hecho un favor, lo que no sería el caso si el episodio sólo sirviera para alimentar los sentimientos antinorteamericanos de sectores cercanos al gobierno de Cristina.


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