Abordajes de la política exterior argentina

Maximiliano Gregorio Cernadas*

(*) Diplomático de carrera, miembro del Club Político Argentino y de la Fundación Alem.

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Tras casi un siglo de parroquiales desvaríos y veleidades ideológicas, iniciadas con las extravagantes revoluciones del ’30 y del ‘43, no quedan dudas en la Argentina de que el mundo plural contiene la clave para su despegue y, como corolario, que la Política Exterior ofrece el instrumento idóneo para asumir dicho desafío, lo cual plantea el dilema metodológico de cómo situarse frente a tamaña empresa de concebir e implementar una estrategia internacional acorde a, malgré elle-même, una natural potencia.

De entre las diversas formas de abordaje de una Política Exterior como fenómeno integral, existen dos grandes categorías que alimentan una de las controversias más clásicas de las “ciencias del espíritu”, al bello decir de los alemanes, entre los que piensan la política y los que la hacen.

Los pensadores, a su vez, se ordenan y enfrentan entre los que atribuyen las explicaciones últimas del devenir de los acontecimientos a las estructuras, los que las asignan a las instituciones y, finalmente, los que visualizan a la agency como la intervención decisiva del gran “actor” individual.

El Vizconde de Tocqueville, genial prócer francés de la sociología y del liberalismo, él mismo a la vez pensador y político, distinguió entre el hombre de pensamiento que tiende a abstraer lo universal en desmedro de las peculiaridades individuales que atraen a los políticos, y censuró el desprecio mutuo que se profesan, zanjando la disputa mediante el consejo de no subestimar la reflexión concienzuda ni la experiencia aquilatada sino, por el contrario, aspirar a conjugarlas.

Con ese mismo espíritu de liberal inteligencia, la prudencia sugiere evitar el error de sobrevalorar algunas de aquellas categorías por sobre otras, y antes bien articular el aporte de cada una, pues es un hecho que tanto las estructuras, como las instituciones y las personalidades conspicuas han demostrado que todos esos factores ejercen una influencia diversa aunque concomitante sobre los fenómenos, ejerciendo cada uno su singular ascendiente, conforme a su naturaleza y oportunidad. En suma, cualquier Política Exterior que abrigue elevadas expectativas, deberá disponer de respuestas a los interrogantes que plantean las tres dimensiones esenciales de toda actividad política, como son la estructural, la institucional y la agency.

Las estructuras en las que debe desenvolverse la nueva Política Exterior Argentina constituyen no sólo un desafío mayúsculo sino, además, la dimensión más hostil para la toma de decisiones, pues buena parte de ellas no obedecen a la voluntad del ejecutor. Asimismo, cabe advertir que existen dos clases diversas de estructuras con las que dicha política debe necesaria y constantemente interactuar: las internacionales y las nacionales.

Siendo naturalmente las estructuras globales más vastas, sólidas y ajenas que las locales, se impone reconocer que la capacidad de influir sobre ellas es relativa o modesta, cuando no nula, de lo que se desprende que su abordaje debe ser particularmente sesudo, realista y prudente.

En cuanto a las estructuras internas, si bien suelen ser cerriles y refractarias, ofrecen resquicios mayores para alimentar la concepción y el despliegue de una política externa, en particular cuando existen una profunda voluntad gubernamental, y popular apoyo de transformación, como es el caso de la actual administración.

Lo esencial para el feliz desempeño de una política exterior transformadora vis a vis esta dimensión estructural interna, radica en proponerse establecer vínculos consistentes entre la política interna y la externa, pues la constancia, autenticidad y congruencia entre los valores e intereses nacionales y los que se proyectan internacionalmente, dotan a una política exterior de la sólida potencia adicional que provee la coherencia y, en última instancia, la previsibilidad y la confiabilidad, todas cualidades altamente apreciadas en los mercados internacionales.

Cuando se aborda la dimensión institucional se ingresa a un campo en el que ya puede disponerse de mayor injerencia y capacidad decisoria.

Por ejemplo, la vasta, experimentada y consistente estructura interna y externa del Servicio Exterior argentino -por cierto, siempre mejorable-, ofrece una herramienta y una plataforma inestimable desde la cual desplegar una política exterior conducente, sin necesidad de recurrir, como se abusó en el pasado, a las audaces alquimias burocráticas de repartir puestos entre amateurs, desgajar al comercio internacional de la política exterior, pretender conducirla mediante control remoto desde otras reparticiones de la administración o someterla a la tutela doctrinaria de facciosas fundaciones.

Más aún, aguzar la racionalidad funcional interna y su virtuosa articulación con otros ámbitos estatales (nacionales, provinciales y municipales) y privados, ofrece un campo de mutuos y pródigos feedbacks, al tiempo que constituye una aspiración y un ejercicio institucional prioritario de una política exterior eficaz.

En lo que respecta a la agency que interviene en la política exterior, desde las más altas jerarquías hasta los más modestos cargos, la exaltación y promoción de la experiencia, los conocimientos, el mérito, los vínculos internacionales fluidos y, sobre todo, de la iniciativa, constituyen requisitos sine qua non para concretar una política ambiciosa.

Por último aunque no menor, es fundamental que la conducción de la política exterior tenga peso específico propio, capaz de sumar un valor agregado personal a la política que provenga del Presidente y de los lineamentos que se imponga el Gobierno, pues la maraña burocrática argentina es un monstruo que se alimenta de la intrascendencia.

(*) El autor es diplomático de carrera con más de 40 años en el Servicio Exterior de la Nación


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