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Capital Federal y Federalismo

El poder económico y financiero del país tiene su sede central en la Capital Federal.

Una vez recuperada la democracia en 1983, el doctor Raúl Alfonsín intentó como Presidente de la República sacar la Capital Federal del puerto de Buenos Aires y para ello mandó un proyecto de ley a la Cámara de Diputados de la Nación en el que proponía trasladar al Distrito Federal de Viedma-Carmen de Patagones la sede del Gobierno Nacional.

Con gran convicción, el Dr. Alfonsín quiso reubicar la Capital Federal en el interior del país. Aun hoy resuena aquella famosa frase: “Crecer hacia el sur, hacia el mar y hacia el frío”, pero lamentablemente mezquindades políticas y la mano invisible del poder concentrado asentado en la gran metrópoli le pudieron torcer el brazo. Lo cierto es que seguimos estando ante un centralismo cada vez más fuerte y el proyecto de trasladar la capital al interior del país es hoy letra muerta. Como corolario de este intento de traslado hemos ido naturalizando que el traslado de la Capital era algo imposible y lo fuimos dejando en el olvido. A la luz de los hechos que vinieron sucediéndose desde entonces podemos entender lo difícil que resulta construir el país federal que establece en nuestra Constitución Nacional.

El nivel de privilegios, por un lado, y el crecimiento exacerbado del asistencialismo (pobreza), por el otro, que fueron desarrollándose históricamente en el AMBA -Área Metropolitana de Buenos Aires, región caracterizada como tal por las autoridades nacionales durante la reciente pandemia-, han sido y constituyen dos polos contrapuestos que se atraen y se retroalimentan entre sí. El ritmo de crecimiento de uno y de otro fue gigantesco en los últimos años, mientras no acontecía lo mismo en el interior del país. Estas asimetrías dentro del propio AMBA y entre el AMBA y las provincias muestran lo difícil que resulta poder alcanzar con este modelo centralista un desarrollo equilibrado y armónico en todo territorio del país.

La Ciudad Autónoma de Buenos Aires y su cercanía al lugar donde reside el Poder de la Nación ha sido y sigue siendo un imán de atracción para las estructuras gerenciales de la gran mayoría de las empresas más poderosas del país, tanto estatales como privadas. A tal punto ello es así, que podemos aseverar sin temor a equivocarnos que el poder económico y financiero del país tiene su sede central en la Capital Federal. Allí es donde se planifica, se decide y controla cómo debe funcionar el modelo productivo de la Argentina y cómo debe financiarse. Además, también allí reside el poder del Estado que decide cuál debe ser el régimen fiscal del país, cómo deben distribuirse los impuestos entre la Nación y las provincias, cómo se financia el aparato gubernamental, por citar solo algunas de las potestades nacionales, tan bien reflejadas en aquel dicho popular “Dios está en todas partes pero atiende en Buenos Aires”.

Si miramos dónde residen las centrales de las grandes empresas podemos visualizar, no solo desde dónde toman sus principales decisiones, sino desde dónde se mira y se ve al país en su conjunto. Tal vez un ejemplo emblemático en este sentido está dado por la empresa YPF, cuya sede central está en la Capital Federal, ahora con mayoría accionaria estatal. En oportunidad de su primera privatización (1991/1992) YPF tenía en aquel momento en su sede de Buenos Aires (Diagonal Norte al 700) donde funcionaba su directorio algo más de 7.000 empleados a pesar de que allí no se extraía ni un metro cúbico de gas, ni un solo barril de petróleo y no se producía un solo litro de combustible. Mientras tanto, en la cuenca neuquina, en donde sí se extraía una parte importante del gas y del petróleo del país, su planta de personal no alcanzaba a 4.000 empleados entre administrativos y operarios.

Otro ejemplo muy claro que permite comprender cómo funciona el poder centralista del país lo podemos apreciar en cómo se otorgaron y cómo se siguen otorgando en el AMBA los subsidios energéticos y los subsidios al transporte. Con valores de subsidios discriminatorios que se conceden a quienes habitan en el AMBA, muy superiores a los que se aplican y se otorgan en el interior del país. Son datos de la realidad que explican también por qué crece tanto la población, las necesidades presupuestarias y el poder político.

Otro efecto negativo generado por el esplendor del puerto de Buenos Aires fue la inmigración interna que se ha venido dando debido a la necesidad de muchos habitantes del interior de conseguir un empleo y de progresar en la vida. Con muy pocas excepciones, la gran mayoría de las provincias no pudieron industrializar en origen sus recursos primarios, ni diversificar sus economías para crear puestos de trabajo genuinos y contener así a su población. Este sistema político centralista, no solo expulsó población del interior hacia la capital del país y su conurbano, sino que además justificó equivocadamente la creación de gigantescos aparatos estatales en todas las provincias, constituyendo en muchas de ellas sus principales fuentes de trabajo.

Cuánta vigencia sigue teniendo el pensamiento de Alberdi tras más de 200 años al señalar que el país federal necesitaba imprescindiblemente constituir su capital en el interior del país.

Alberdi, al visitar los Estados Unidos, pudo ver con cierta admiración el lugar en el que ubicaron geográficamente a la Capital de ese país. Advirtió que su localización estaba lejos de los grandes puertos de aquel entonces como Nueva York y Boston que no solo concentraban el ingreso y egreso del comercio internacional de aquel entonces, sino además en esas ciudades residía buena parte del poder económico del país.

En Argentina no pasó lo mismo. No obstante esta realidad histórica está claro que no son nuestros hermanos porteños los responsables del centralismo por el hecho de vivir en la Capital Federal, de igual manera está claro que es muy tonto enojarnos con la hermosa Ciudad de Buenos Aires, una de las metrópolis más linda del mundo. Lo que hay que entender y terminar de asumir es que seguimos padeciendo un sistema político centralista que hace que el federalismo sea solo letra muerta en nuestra Constitución Nacional.

Necesitamos una Argentina Federal en serio y en este sentido la dirigencia del país, muy especialmente la del interior, debe asumir el desafío de terminar con este federalismo discursivo que tanto nos atrasa. Necesitamos imperiosamente consensuar un programa de medidas y acciones que nos permita descentralizar potestades y funciones que pueden ser desempeñadas por las provincias con mucha mayor eficiencia. En síntesis, necesitamos utilizar los gigantescos recursos que tiene el Estado Nacional en un modelo de desarrollo integral del país.

Por Daniel Baum, Exdiputado neuquino, exdiputado y exsenador nacional y exconvencional constituyente nacional.


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