Confusa aplicación de la palabra odio


Todos percibimos hoy la invasión de una palabra para nada inocente: odio.

Odio en demasiadas bocas y desde cualquier lugar está regándose como un pesado aluvión entremezclado en discursos, mensajes que entran a los hogares, a las mesas que reúnen a las familias, a los amigos.

No vamos a analizar quién está atrás de la manipulación de las palabras. Es una ardua, sutil e invisible tarea que nos lleva a discusiones sin fin. Sin fin y sin finalidad aprovechable.

Vayamos directamente al significado de odio, palabra filosa, hiriente, resentida, y que intuimos hoy es, como tantas otras, maquiavélicamente dirigida. Intentamos aquí aclararla contraponiéndola a su antítesis: amor.

Podemos reflexionar sobre este significado y, como la caridad debiera empezar por casa, lo justo y mejor sería auscultarnos para saber si tuvimos la suerte de que quienes nos dieron la vida, nuestros padres, derramaron amor con suficiente abundancia en nuestro destino, dándonos así la posibilidad de sentirlo y multiplicarlo.

Amor transmite la idea, de juntar, de unir, de propender a vivir en plenitud y paz. En el mutuo respeto.

El amor genera impulsos irresistibles que llevan a la elección- mala, buena- de aquel o aquella con quienes hemos de juntarnos. Las fuerzas creadas por la naturaleza son poderosísimas, aunque a veces muy inconscientes e instintivas, pero tan fuertes que pocos se resisten a su impulso.

El amor, el que comienza para bien, es unión, alegría, deleite máximo, pero para gozar su bien supremo, el ser humano, cada ser humano, debe haber sido preparado para la humanidad. Para el amor al semejante. Y esa es tarea de los padres, De padres maduros

Palabras, y si de palabras se trata, hablamos de la palabra amor, hoy para contrarrestar el poder de su contraria: el odio.

El que siente odio, el que puede acunar palabra semejante, es porque nunca fue regado por el amor, por el revitalizante y tibio sentimiento del amor que hace crecer la confianza y la autoestima, por la leche de una madre henchida de un sentimiento que se da miel en su leche, amorosamente, al hijo. Al decir de Erich Fromm.

Vivimos en tiempos de vértigo, de confusión, de extrema codicia. ¿Le estamos dando cabida al sentimiento del amor? ¿O todo es cálculo, medida, cantidad, acopio, bancarización ejercicio contable?

En un ambiente así, en una tierra tan pedregosa e infértil, es fácil que anide el odio, compañero del resentimiento, de los sentimientos oscuros que se emparentan y emparejan con los de dominación, hasta parecerse a los de la locura, tan deshumanizante.

¿Será por eso que en estos días hay tanta violencia, muertes, desentendimiento, tristeza? ¿Será por eso que se confunde amor y defensa de lo propio, como es la familia y el del país y su cuidado con odio?

Es necesario bregar por el esclarecimiento de las palabras, entre ellas de amor. El bien entendido, el maduro, el que cuida, protege, desea ver independizarse, crecer y superarse al ser que ama.

Con amor podremos arreglar nuestro mundo, desde el íntimo, el del hogar, el barrio, la ciudad, hasta sumar el verdadero amor al país.

El odio, el que se dice que muchos sienten hoy, debe analizarse y mejorarse en tantos que lo proyectan sabiendo que el odio sólo puede destruir sobre todo cuando se lo confunde con lo que es defensa de lo propio. La vida de un hijo. Defensa de la Patria.

Por otra parte, se habla de censurar el odio, de amordazarlo. ¿Acaso se desconoce que este sentimiento tan necesitado de expansión, encerrado en una mordaza, no sólo explotará en quienes no puedan expresarse, sino enfermará más a una sociedad que, al conjuro de palabras tan oscuras, ya se está enfermando?

* Educadora y escritora.


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