Corrida de Cipolletti: cuando la actividad física se transforma en la mística de una ciudad

Marcelo Antonio Angriman

*Abogado, Profesfor Nacional de Educación Física, docente universitario. angrimanmarcelo@gmail.com

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Sería bueno que los gobernantes tomen nota de que a través del deporte no solo se “aleja a un niño de la calle”; se lo incorpora a una comunidad.


Todo depende cómo lo proceses antes y cómo salgas enfocado. La preparación mental hoy es el 85% de todo. (…) Las redes nos juegan en contra, le prestamos más atención de lo que debemos (…) Gana el que más ganas tiene de ganar y menos miedo tiene de perder (… ) Es necesario el miedo, sin miedo no hay adrenalina, sino no estoy activa.”

Con estas palabras y una inusual naturalidad, Paula Belén Pareto dejó pinceladas de su policromática vida en el Centro Cultural de Cipolletti, dentro de las actividades de la Fiesta Nacional de la Actividad Física.

Que la primera mujer argentina en ganar una medalla de oro olímpica revele su costado más íntimo ante un público ávido de positividad es una experiencia enriquecedora.

Que además esa misma persona haya estudiado, se haya recibido de médica y acabado su residencia como traumatóloga mientras practicaba Judo en el más alto nivel, es inspirador.

“Todo depende de lo previo, no del momento. Si mi entrenador me pide haga 200 repeticiones las hago, hay que confiar en el otro (…) Solo fracasás cuando perdés y no das todo (…) Dormir es clave, por lo menos 7 horas diarias”.

Fueron otras de las respuestas que dejó la Peque con su proverbial espontaneidad ante un auditorio completo que la escuchó con atención y ante la consulta de cuáles eran sus claves sentenció: “que te guste lo que hacés, dar el 100% y tener un equipo”.

Estas máximas sin pretensiones de tal, construidas en tantos entrenamientos, viajes y competencias sirven no solo para quien lucha, sino para cualquier otro orden de la vida.

A su tiempo Sebastián Simonet, gladiador de la selección argentina de handball recientemente retirado, señaló en el Polideportivo Municipal de la Ciudad lo importante que fue para él formar parte de un deporte grupal; cómo la disciplina de un equipo contribuye a sentirse seguro y a progresar; que su motivación durante mucho tiempo fue la de ser el mejor jugador aún cuando no lo lograra; remarcar la importancia de la constancia, de ser exigidos por los técnicos (quienes deben marcar los errores, sin dejar de acompañar desde lo humano) y la trascendencia de una buena alimentación”.

Escuchar a atletas de esta talla, que tan bien han representado a nuestro país, no hace más que realzar el carácter formativo de la actividad física y en particular de su versión deportiva.

Algo de lo que Cipolletti se puede jactar, por tantas décadas que desde cada lugar de la ciudad, sin distinción de banderías políticas y a cualquier edad, sus habitantes tienen la posibilidad de acceder a variadas propuestas de movimiento.

Por ello, si consideramos que deportistas de elite son unos pocos y que la mayoría de quienes han practicado deporte serán padres de familia, trabajadores o ciudadanos de a pie, el valor educativo que adquiere el deporte a nivel personal, pero también comunitario, es trascendente.

Suscribo desde siempre, entonces, con lo dicho en el evento por el catalán Raúl Calvo Soler cuando en su convincente exposición concluyó que: “El deporte no forma deportistas sino personas… no basta con el reglamento de la disciplina y además de lo técnico y de lo físico, se debe avanzar en lo mental y en lo ético”.

Para que se comprenda bien, con personas bien formadas en el deporte por medio de entrenadores-educadores, no es posible que sucedan hechos tan cobardes y lamentables como el de Fernando Báez Sosa.

Cuando una comunidad ha sido cultivada en los valores del deporte – aun cuando el fútbol profesional cada vez esté más contaminado por el negocio – es menos factible que ocurran sucesos colectivos tan horripilantes, como los acaecidos el pasado fin de semana entre Querétaro y Atlas de México.

En tal sentido, bueno será que los gobernantes tomen nota que a través del deporte no solo se consigue “alejar a un niño de la calle” como se suele decir, sino incorporarlo a una comunidad, dentro de una cultura que lo va a signar por años.

Ver a un pueblo salir masivamente a la calle en paz, sea para participar de una caminata o trote recreativo o correr como atletas en la tradicional corrida, es un legado que se atesora en la educación no formal de cada habitante, pero que repercute en la sociedad de la que forma parte.

Con constancia de deportista, tras muchas décadas y tantos buenos educadores, Cipolletti abraza una mística: la de saber que la actividad física y deportiva puede transformar a una comunidad.

*Abogado. Profesor Nacional de Educación Física. Docente Universitario. angrimanmarcelo@gmail.com


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