Cristina, entre la deserción y el ajuste


Alberto Fernández compareció en la Justicia para contradecirse en todo lo que siempre dijo sobre el connubio comercial entre la familia Kirchner y Lázaro Báez.


La generación política nacida al calor del consenso democrático de 1983 se apresta, en el ocaso de su protagonismo, a enfrentar una de las operaciones más difíciles de su historia. Debe intentar desactivar, en cuestión de horas, la situación explosiva que engendró con el mayor de sus fracasos: nunca pudo armonizar de manera sostenida la gobernabilidad democrática con la estabilidad económica.

La responsabilidad recae en un gobierno fragmentado y débil, al que el Fondo Monetario Internacional (y la geopolítica que lo sostiene) parece estarle ofreciendo una vía de salida que los principales dirigentes del oficialismo son incapaces de construir.

Kristalina Georgieva habla en los términos reflexivos que los gobernantes eluden. Intenta señalar que la Argentina ya está en el torbellino de una inflación descontrolada cuya profundidad sus gobernantes niegan; busca persuadir a la Casa Blanca de que es en vano pedirle a este gobierno corroído por dentro y deslegitimado en las urnas la capacidad de acción política para encarar reformas estructurales imprescindibles. En cambio, puede ser más eficiente acordar objetivos mínimos de contención fiscal y monetaria que eviten un estallido antes de la transición a 2023.

Su principal interlocutor es Martín Guzmán. El ministro entró con ínfulas de aleccionar al mundo sobre una receta mágica para solucionar los entuertos de las deudas soberanas. Tras deambular entre esa aspiración personal y las visitas en condición de cortesano para obtener el visado de Cristina Kirchner, ahora se allana al imperio de la realidad. Impulsa el mismo acuerdo liviano, transicional y de emergencia que ofrece Georgieva.


Alberto Fernández compareció en la Justicia para contradecirse en todo lo que siempre dijo sobre el connubio comercial entre la familia Kirchner y Lázaro Báez.


El valedor clave del ministro Guzmán es el presidente Alberto Fernández. La ayuda que le provee es más bien angosta. Su astroso periplo diplomático por Rusia y China tuvo que ser enmendado en la emergencia por el embajador argentino en Estados Unidos, Jorge Argüello. Fernández regresó también a las andadas en el frente interno. Por iniciativa propia encaró la comparecencia en juicio en una causa en la que Cristina lo embretó como testigo en los tiempos en que, revistando él en la oposición, lo repudiaba por razones apenas menos intrincadas que las actuales.

El testimonio de Alberto operó como una metáfora de los nudos fundacionales de la coalición gobernante. Compareció para contradecirse en todo lo que siempre dijo sobre el connubio comercial entre la familia Kirchner y Lázaro Báez. Intentó licuar la responsabilidad de la expresidenta en la doctrina de la no judiciabilidad de los actos políticos. Un testimonio riesgoso para él. Porque Cristina en esos tiempos de encono lo ofreció como testigo en su condición de exjefe de Gabinete. Suscriptor por antonomasia de decisiones administrativas. Judiciables.

Que a menos de dos años de concluir el gobierno el objetivo central de Cristina -su reivindicación en la Justicia- permanezca estancado en ese testimonio de Alberto que ella alguna vez pidió por venganza, es toda una fotografía del descalabro en el que entró el pacto fundacional que les permitió regresar al poder.

Pero en la transición, la judicial puede ser una complicación menos riesgosa para la vicepresidenta que la crisis de su gobierno. El tiempo de alentar en privado un acuerdo con el FMI y denostarlo en público para eludir sus costos se ha terminado. Su gobierno firmará lo que le entreguen porque desde su jefatura política jamás surgió una idea -ni viable, ni alternativa- para impulsar en la negociación. En la carpa de la emergencia se cuelan incluso los disparates más insólitos de algunos empleados puestos a destratar la administración: una empresa nacional de alimentos.

En 10 meses los gobernadores comenzarán a resolver si abandonan el barco desdoblando elecciones. Axel Kicillof lo evalúa, pero Cristina acaso necesite nuevos fueros. Apurada por el Presidente, debe decidir entre la deserción o el ajuste. El país asiste como convidado de piedra a los reproches de esa boda roja.


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Alberto Fernández compareció en la Justicia para contradecirse en todo lo que siempre dijo sobre el connubio comercial entre la familia Kirchner y Lázaro Báez.


La generación política nacida al calor del consenso democrático de 1983 se apresta, en el ocaso de su protagonismo, a enfrentar una de las operaciones más difíciles de su historia. Debe intentar desactivar, en cuestión de horas, la situación explosiva que engendró con el mayor de sus fracasos: nunca pudo armonizar de manera sostenida la gobernabilidad democrática con la estabilidad económica.

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