El lado Platense de la vida
El fútbol sigue siendo un juego de equip. Bien ensamblado y compensado, puede dar mejores resultados que con individualidades dispersas.
¿Cómo será celebrar cuando nunca se festejó?, ¿Cómo será tener una estrella en una camiseta o mirar una tabla desde arriba?, ¿Cómo será saborear las mieles del éxito?
Son todas preguntas que rondaron por el barrio de Saavedra y Vicente López durante décadas enteras y que empezaron a disiparse cuando Facundo Tello, sentenció el 1 de junio de 2025, el final de 120 años de sequía.
Un pitazo que consagró por vez primera en su historia a Platense campeón. Un club acostumbrado a pelear por el descenso, que el 26 de Setiembre de 1971 fue desalojado su estadio de Cramer y Manuela Pedraza, para emigrar a Vicente López del otro lado de la General Paz.
La leyenda cuenta que Platense nació en 1905, cuando un grupo de amigos del barrio de Recoleta apostó sus ahorros al caballo Gay Simon, del stud “Platense”. La apuesta fue ganadora, y con el premio compraron un juego de camisetas, una pelota y un inflador. Adoptaron los colores marrón y blanco, los del jinete vencedor. Así, entre azar y pasión, nació una identidad.
En 1908 jugaban en terrenos cercanos al río, donde las sudestadas anegaban el campo y convertían el barro en protagonista. Allí, los jugadores se movían con soltura, casi con naturalidad. Fue entonces que el periodista Palacio Zino los bautizó como “calamares en su tinta”.
Lo cierto es que, con los retazos de otros equipos (Taborda, Mainero, Silva) y algunos jugadores propios, en 2025 Platense pudo armar un equipo con el que llegó a la cima.
Con un flaco presupuesto, sin estrellas y en el claro convencimiento que impuso la dupla Orsi-Gómez, de que la fortaleza se basaba en el conjunto y en su hambre, el marrón alcanzó su hora de gloria.
Lo viví de cerca. No solo porque alguna vez jugamos en las plazoletas de García del Río con una pelota oficial de Platense —rescatada por el tío de Pablo, caminando por Manuela Pedraza—, sino porque cada vez que paso por el Parque Saavedra veo a alguien con la camiseta marrón y blanca, como quien porta una herencia sagrada.
Recuerdo también a Gustavo Lupetti, el mejor promedio del curso del secundario, hincha de Platense de alma quien jamás renegó de su identidad, aún en los años más oscuros.
Porque ser de Platense es eso: una elección que va más allá del resultado. Una lealtad que no se negocia. Un amor que se transmite de generación en generación como un legado emocional, aún sin títulos que lo respalden, pues … hay que tener agallas para toda la vida ser de un equipo que nunca sale campeón.
Es que la filosofía calamar es la de la lealtad incondicional, una zona de resilientes y pacientes, que se ganan el pan con esfuerzo y que jamás traicionaran sus ideales.
Es por ello que se ven a tantas personas mayores del club, emocionarse con este logro. Abuelos de más de 80 años que aun con la piel arrugada sacan músculo junto a sus hijos y nietos, pero por sobre todo ante la fascinación, de lo que siempre esperaron que sucediera.
Una apuesta insensata en tiempos de poderosos que dominan al futbol con sus billeteras. Una demostración que el fútbol sigue siendo un juego de equipo, que bien ensamblado y compensado, puede dar mejores resultados que con individualidades dispersas.
Y eso es lo que demostró Platense dentro del campo de juego, fiel a su estilo, cada vez que convirtió un gol, se cerró bien atrás, dejando en el camino y en fila a Racing, River, San Lorenzo y en la final a Huracán. Sin grandilocuencias, pero de manera inapelable.
Es por eso que hoy la gente, en general, está contenta con este resultado.
De ver que la nieve toxica de verano de El Eternauta, sobre el Puente Saavedra, una noche casi de invierno, se convirtió en fuegos de artificio y color.
De que los autos apilados de la película, sobre Cabildo o Maipú mutaran en un corcel gigante, sobre el que ingresaron al barrio los héroes del “Madre de Ciudades”, flanqueados por los aplausos y las lágrimas de sus hinchas.
Alegría por ver que aquel cadete esforzado, un buen día llegó a CEO y que, dentro de una de las referencias de aquel primer curriculum, decía en tres palabras, algo que lo pintaría de cuerpo entero: “Soy de Platense”.
*Abogado. Prof. Nacional de Educación Física. Docente Universitario. angrimanmarcelo@gmail.com
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