Elegir lo menos malo: el dilema de Orestes


¿Cuando nos encontramos ante el dilema de tener que elegir entre dos males hay algo que nos ayude a escapar? ¿Es posible superarlo?


Ser argentino es creerse excepcional, pero hasta en esto nos parecemos a medio mundo. Es raro encontrar una cultura que no crea que lo suyo no es excepcional. Y aunque pensemos que gran parte de nuestros problemas solo los tenemos nosotros lo cierto es que, con estilos distintos y características culturales que tienen historias diferenciadas, casi todo el planeta está viviendo los mismos problemas y haciendo más o menos las mismas cosas que nos pasan a nosotros. Estoy viendo una mala serie norteamericana (la 3ª y 4ª temporadas de “New Amsterdam”, basada muy libremente en hechos reales del más antiguo hospital público de Nueva York) y lo hago solo para ver que allí vivieron la Pandemia de manera muy similar a nosotros: con los mismos encierros, falta de certezas y depresiones. En un episodio vemos a un familiar de alguien que murió sin que le permitieran despedirse. Esa persona enloqueció y quiere destruir el hospital (sí, sucede en Nueva York). Los mismos hechos, las mismas sinrazones.

Los griegos sabían bien que todos los humanos reaccionamos de manera parecida ante hechos similares. Hacia el año 500 antes de nuestra Era los atenienses inventaron la tragedia y expusieron en ellas este sentimiento constitutivo de lo humano: lo trágico. Una de las primeras tragedias de Esquilo se centra en la figura de Orestes, el hijo del gran Agamenon, el rey que dirigió a todos los griegos en la Guerra de Troya. Esa tragedia, representada por primera vez hace más de veinticinco siglos nos sigue interpelando: parece escrita para el hombre del siglo XXI.

Orestes vuelve a Argos, su ciudad natal, convocado por su hermana, Electra. En Argos reina su primo Egisto, secundado por la madre de ambos, Clitemnestra. Hace varios años, Egisto y Clitemnestra mataron a Agamenón, el padre de Orestes y Electra. La hermana lo convocó a Orestes para que vengue la muerte del padre. Orestes se resiste. No es el temor lo que lo hace dudar, sino el sacrilegio: debería matar a su madre. Orestes sabe que Electra tiene razón: la Ley griega de entonces no solo autorizaba sino que exigía que la familia vengara al familiar asesinado, en especial les exigía a los hijos vengar la muerte de los padres.

El dilema de Orestes es que la ley también le prohibe matar a un familiar, en especial a uno de los padres. Y el asesino de su padre fue su madre. Al matar al asesino de su padre, Orestes cometería el sacrilegio de matar a su propia madre. Pero si no la mata deja impune el asesinato de su padre y eso también es intolerable, para su conciencia y para la paz social tal como se la entendía en ese entonces.

Finalmente Orestes opta por el que considera “el mal menor” vengar la muerte de su padre y castigar a los asesinos aunque eso signifique asesinar a su madre. La tragedia es compleja (si no no sería tragedia) y tiene varias otras dimensiones que no vamos a analizar acá. Solo nos quedaremos con esa acción crucial que se ha llamado, desde entonces, “la paradoja -o el dilema- de Orestes”: elegir entre dos males.

No hay situación “buena” en esta tragedia: opte por cualquier acción (cumplir el castigo, no cumplirlo), Orestes siempre realiza un mal. Solo puede elegir qué mal realizar. Él elige el que considera el mal menor: hacer justicia con los asesinos de su padre aunque en el mismo hecho cometa otra injusticia atroz al matar a su madre.

Desde entonces los pensadores han tomado este dilema de Orestes y lo han analizado de formas distintas. En el siglo XXI -y más aun tras los descalabros que vive el planeta luego de la Pandemia- se lo ha vuelto a poner en escena. En todas partes (no solo en la Argentina) se estima que los votantes se sienten -aunque desconozcan el antecedente griego- como Orestes: deben elegir entre dos males, sabiendo que apenas se decidan por uno, comprenderán que han contribuido a hacer un daño horrible. Así votamos hoy. Acá, en Chile, en EEUU o en Italia.

¿Cuando nos encontramos ante el dilema de tener que elegir entre dos males hay algo que nos ayude a escapar? ¿Es posible superarlo? Dos mil quinientos años desde que Esquilo puso en escena el dilema de Orestes y aun nadie le encontró solución: cuando se elige entre dos males, siempre se elige un mal, aunque se lo crea “menor”. Y ese mal tendrá consecuencias funestas que solo la razón podrá mitigar.

Nos creemos excepcionales, pero somos similares a los demás. Sentimos el mismo desconcierto que sienten los otros ante dramas que son muy similares. Desgraciadamente esta semejanza esencial no nos hace más sabios ni mejores. Quizá porque la creencia en que somos excepcionales nos priva de sentirnos solidarios con el dolor de los demás.


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