La lucha contra el olvido

La mayoría de las personas quiere ser apreciada. No solo quieren ser apreciadas en vida -lo que no es poco- sino que quieren ser recordadas luego de la muerte. Platón dice que este deseo de inmortalidad en la memoria de los otros es el que lleva a la gente a tener hijos y a escribir libros. La escritura es una batalla en contra del olvido. Aunque la mayoría desea ser recordada tras su desaparición física, para Jean Genet lo único que importa es lo que nos pasa ahora, en el presente: “yo deseo -escribió Genet- que me reconozcan ahora; si quieren, después de muerto olvídenme; la posteridad solo le importa a la posteridad”.

La posteridad, sin embargo, ha tratado mejor a los grandes artistas que la época en la que estos vivieron. Si bien existen unos pocos ejemplos en contrario, casi todos los artistas que hoy valoramos como los grandes genios de la historia no fueron para nada estimados tan positivamente mientras aun respiraban. Un caso extremo es el Stendhal (seudónimo con el que firmó sus obras Henri Beyle). Stendhal escribió dos de las más maravillosas novelas de la historia, pero mientras él vivió no las conoció nadie: “Rojo y negro” y “La cartuja de Parma”.

Nació poco en 1783 en el seno de la pequeña burguesía provinciana de la Francia prerrevolucionaria. A los 16 años Stendhal marchó a Italia con Napoleón. “La cartuja de Parma” comienza con la campaña italiana de Napoleón. En el gabinete del emperador estaba un familiar de Stendhal (su primo mayor era el Ministro de Guerra de Francia) que lo convocó para que copiara la correspondencia secreta militar: querían que esa tarea la hiciera alguien de confianza.

El jovencito Henri Beyle comenzó su relación con la escritura copiando durante 10 horas cada día toda la correspondencia secreta entre el mando militar francés y el emperador. El joven Henri odiaba Francia. La encontraba solemne, preocupada por ser la gran potencia europea. Además, detestaba el frío de París. Al llegar a Italia se enamoró: todo era hermoso. ¡Los helados de Milán! ¡La ópera en la Scala! ¡Las belleza de las liberales mujeres italianas!

El último artículo que escribió Roland Barthes antes de morir estaba dedicado al amor de Stendhal por Italia y a cómo eso se transforma cuando escribe “La cartuja de Parma”. Ese artículo se titula: “Uno nunca logra hablar de lo que ama” porque lo que cuenta Stendhal en sus diarios (tratando de mostrar el amor que siente por Italia) es aburrido. Pero cuando usa ese material para “La cartuja” todo cambia: logra hacer feliz al lector.

Barthes muestra que la novela logra su perfección cuando Stendhal aprende a ser escritor: no hay decir lo real, sino que hay que inventar un mito. La Italia de “La cartuja” es un sueño. Es la fiesta de los jóvenes: el emperador tenía 29 años, los generales 24, los capitanes 18, los soldados 15.

“La cartuja de Parma» narra dos historias: en las primeras 100 páginas se cuenta la fiesta de la Revolución transformando Europa en el mundo del mañana, el país de los jóvenes, la fuerza que arrasa con todo lo antiguo, lo malvado, lo corrupto e imbécil. Es el triunfo de Napoleón. En las otras 700 páginas se narra lo que sobrevino cuando la Revolución fue derrocada y triunfan los reaccionarios. ¿Cómo vivir en un mundo sin esperanzas de cambio?

A partir de las aventuras de un antihéroe pasivo (Fabrizio del Dongo), Stendhal cuenta una de las más maravillosas historias de toda la literatura y crea algunos de los mejores personajes que jamás poblaron un libro. “La cartuja de Parma” es uno de los libros más bellos y sabios jamás escrito. Pero a nadie le interesó leerla mientras él vivió: todos sus escritos terminaron en un baúl, en el sótano de la biblioteca de Grenoble, donde estuvieron más de 50 años sin que nadie los leyera.

Hacía fines del siglo XIX un erudito que buscaba manuscritos medievales en bibliotecas de provincia encontró el baúl de Stendhal. Pidió permiso para abrirlo y estudiarlo. Quedó maravillado con lo descubrió. Años después de ese descubrimiento se lo comenzó a publicar y la generación de Proust y Goncourt lo admiraron: habían nacido sus lectores. Ahora había genios a la altura de Stendhal. Solo los genios reconocen a los otros genios. Como bien dijo Chesterton: “la mediocridad consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta”.

Stendhal escribió en 1830 que su literatura no podía ser apreciada por su época porque su estilo y sus intereses de escritor estaban muy adelantados a la mentalidad social del momento en que vivía. Él jamás imaginó que hoy, a 180 años de su muerte, se lo consideraría uno de los cien grandes nombres de toda la historia de la literatura.

Tenía razón Genet: «la posteridad solo le interesa a la posteridad”.


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