Saqueos y sospechas

La semana transcurrió en un clima de zozobra en varias ciudades del país y la región, por la ocurrencia de robos masivos y organizados a comercios, aparentemente realizados por grupos delictivos sin vínculos políticos, pero que terminaron siendo usados para enlodar a rivales en la campaña y activar un discurso de “mano dura” como única respuesta a una realidad compleja.

Los hecho comenzaron el sábado, cuando llamados al 911 y por redes sociales comenzaron a viralizar rumores sobre posibles saqueos, junto con cadenas de mensajes y grupos de WhatsApp que promovían juntarse en ciertos lugares para robar masivamente a comercios. La movida tomó por sorpresa a las fuerzas de seguridad y sobre todo a los gobiernos, durante un fin de semana largo en donde buena parte de la política aún intentaba procesar los sorpresivos resultados de las PASO y de la posterior devaluación y ola de remarcaciones de la semana anterior.

Esa noche comenzó una serie de robos en grupos a comercios en Mendoza, Neuquén, Córdoba y algunos puntos del conurbano, que durante el lunes se extendieron a Bariloche, en Río Negro y Rosario, en Santa Fe. En el AMBA, varios distritos se declararon en alerta por intentos de ataque a negocios y la circulación de videos, algunos falsos, que alimentaron el temor.

En nuestra región, el pico de tensión se dio entre el lunes y el miércoles, cuando en Bariloche la policía disolvió con gases y balas de goma un tumulto frente a un mayorista en medio de una nevada. En Neuquén, donde todo comenzó el sábado, un adolescente fue baleado por las espalda durante un intento de robo organizado a unos comercios del oeste, de los cuales aparentemente no participaba.

Como suele suceder, la política reaccionó tarde y mal ante un hecho inesperado que conmociona a la opinión pública. Primero se negaron los hechos, luego se minimizaron y finalmente se pasó a la utilización política de los robos, sembrando sospechas, avalando falsedades que sumaron confusión y acusando a rivales electorales, cuando la información disponible era aún escasa.

La mayor imprudencia vino de la portavoz de la Presidencia, Gabriela Cerrutti, que salió a denunciar un intento desestabilizador e imputar responsabilidades y fue desmentida por sus propios colegas en el Gabinete. Desde la oposición, también hubo quienes irresponsablemente señalaron que los hechos fueron generados por el propio oficialismo para crear un clima de caos y temor que lo favorezca. Como siempre, los servicios de inteligencia, esos sótanos de la democracia que nunca terminan de estar bajo control de nadie pero mantienen vínculos con todos, centraron las miradas.

Hasta ahora, las investigaciones apuntan a la acción de grupos sin pertenencia política clara, más ligados al delito que a otra cosa, según los testimonios de más de un centenar de detenidos y los análisis de celulares desde donde se realizaban convocatorias. En Córdoba se apuntó a grupos de jóvenes y adolescentes que ya habían protagonizado “robos piraña”. No sorprendería que imágenes de alto impacto, difundidas por redes sociales, puedan haber generado un “efecto imitación” en ciertos grupos, en un contexto social complejo, con altos índices de pobreza e indigencia y bajo el shock de una devaluación y abrupta suba de precios.

Nación respondió creando un comando unificado de fuerzas federales y provinciales para prevenir. En nuestra región, hay más de una veintena de detenidos y los gobiernos de Neuquén y Río Negro exigieron a la Justicia procesos exprés y condenas “ejemplares”, aunque los defensores advierten que en muchos casos las pruebas son mínimas, endebles y circunstanciales.

Resulta preocupante ver el alivio de parte de la dirigencia al constatar que los hechos no tengan detrás agitadores políticos o sociales, sino que sean jóvenes dispuestos a cualquier cosa porque carecen de una mínima contención familiar o social. Y que la única respuesta a una modalidad delictiva que podría consolidarse sea el oportunismo político o pasar de la ley de la selva a la mano dura indiscriminada, sin abordar la grave desintegración del tejido social que evidencia.


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