Un fin de época


El Estado Presente se terminó. No es decisión de ningún partido ni una propuesta razonada por investigadores. Es la cruda realidad la que lo liquidó: no hay más plata para financiar nada.


No sabemos qué sucederá en las elecciones presidenciales de este año, pero sí sabemos que se está terminando una época cultural en la política argentina. Como en todos los anteriores cambios de época ahora también sucede que el que gobierna ya casi no dispone de herramientas (ni fácticas ni conceptuales) para sobrevivir dignamente. Los mayores de 50 recordarán los tristes días finales del gobierno de Alfonsín. Los aun mayores recordarán el final trágico y violento del gobierno de Isabel Perón. Lo mismo sucedió en los últimos meses del gobierno de De la Rúa, presidente que hizo el ridículo en cada aparición pública durante su semestre final. Sin llegar al extremo de las situaciones anteriores hoy el gobierno de Alberto Fernández ha perdido totalmente la confianza ciudadana. Todo nos suena absurdo, anacrónico y ridículo. Un fin de época.

No es que sentimos que el gobierno de Alberto Fernández se agotó y vendrá otro distinto a gobernar. La sensación es que se acabó el kirchnerismo (por más que Cristina hace lo imposible para despegarse y que no se recuerde que Alberto Fernández gobierna porque ella lo eligió y lo sostiene).

¿Será cierto que termina el kirchnerismo? La historia lo dirá. Pero recordemos que el kirchnerismo nació cuando Néstor Kirchner se preocupó por generar un relato político progresista en oposición al relato de los 90, caído en desgracia tras la crisis de 2001. A la modernización menemista, el kirchnerismo le opuso la idea del Estado Presente. Frente a la eficacia de los 90, Kirchner prometía “empatía”.

El Estado Presente significó, en pocas palabras, convertir al Estado en un Gran Padre que se hizo cargo de pagarle el transporte y la energía a los ciudadanos (en especial a los del AMBA, pero todo el país está subsidiado, de distintas maneras), mantener con planes sociales a millones de familias. Ese Estado Presente fabricó dinero sin respaldo para financiarse y volvió a generar inflación. Sacó agua de las piedras y ahora está seco. No se pueden pedir préstamos al exterior, tenemos la mayor sequía en décadas y ya no se pueden subir más los impuestos. Vivimos una situación que se parece a la que retrata de Pelay y Canaro, fruto de la crisis mundial del 30 del siglo pasado: “¿Dónde hay un mango, viejo Gómez? Los han limpiao con piedra pómez”.

Ese relato progresista (Estado Presente significó revivir la frase de Evita: “Donde hay una necesidad nace un derecho”, y comprometer al Estado a no solo reconocer ese derecho sino también a pagarlo) se agotó porque el Estado ya no tiene forma de seguir Presente: no es el acuerdo con el FMI el que obliga a recortar los gastos del Estado, sino la misma realidad. No hay más plata.

El recurso de imprimir sin respaldo también se agotó cuando la inflación llegó a 100% anual y en cada mes supera la marca anterior. Seguir ese camino lleva a la hiperinflación.

20 años de kirchnerismo


Estamos al borde del precipicio luego de 20 años (se cumplen el próximo 25 de mayo) de kirchnerismo. Como sucedió luego de la crisis de 2001, que llevó a la gente a ser muy injusta con las muchas cosas positivas que tuvo el menemismo (la modernización económica, la apertura al mundo, el ingreso de inversiones reales que generaron una infraestructura sólida), el kirchnerismo posiblemente tenga que soportar (ya está soportando) una despiadada crítica en bloque que tal vez sea injusta.

Pero así avanza la historia: a brochazos salvajes, sin sutilezas ni medias tintas.

Ahora acaba una época. El Estado Presente se terminó. No es una decisión de ningún partido político ni una propuesta razonada por investigadores en Ciencias Sociales. Es la cruda realidad la que terminó con el Estado Presente: no hay más plata para financiar nada.

Así como el relato kirchnerista fue de izquierda porque se oponía a una década “neoliberal”, identificada con la derecha, ahora el nuevo relato que está surgiendo es de derecha porque se enfrenta a 20 años de progresismo fracasado. La historia es pendular: va de un extremo al otro.

Si surgiera un estadista (hoy no hay ninguno en el horizonte) podría parar la bola en un punto intermedio, construir lo nuevo sin derribar todo, ser justo, pero es muy poco probable que eso suceda.

Vamos a una nueva época cultural, antagónica de la que estamos ya dejando atrás. En esta nueva época -que ya se anuncia, pero que aun no existe- todo lo que se hizo en estos 20 años será visto como lo malo. Solo será “bueno” lo que se le oponga totalmente a lo que estos 20 años construyeron.

El cambio de época cultural es tan poderoso que, incluso si ganara un candidato peronista apoyado por Cristina Kirchner, su gobierno sería completamente distinto con lo que se hizo durante el kirchnerismo.

El futuro está llegando. Otra era comienza.


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