Otra plaza para preparar el ajuste


Ese tira y afloje entre el tablado y la lapicera, entre Cristina que advierte sobre el choque y el Presidente que recomienda tranquilizantes, suena cada vez más impostado


Con el acto del viernes, Cristina Kirchner concluyó una tríada de movimientos tácticos pensada para reacomodar a su espacio político tras dos derrotas electorales consecutivas. El primero fue la desestabilización del gabinete ministerial después de las PASO. El segundo, su mensaje tras la derrota del 14 de noviembre, donde abrió paso a la ejecución de un ajuste económico, anunciando su abstención. El tercero, la reciente prestidigitación en la Plaza de Mayo: el comienzo de una venta gradual del ajuste a su militancia.

Como la oposición le había dejado servida en bandeja una fractura expuesta, Cristina pudo sobreactuar con mayor naturalidad una versión atenuada de su propia disputa interna: con Alberto Fernández, desglosando escenas de matrimonio desavenido sobre un futuro inminente de ajuste económico, que ambos saben inevitable. Ese tira y afloje entre el tablado y la lapicera, entre Cristina que advierte sobre el choque y el Presidente que recomienda tranquilizantes, suena cada vez más impostado.

El acto estuvo en las antípodas de una celebración democrática. Pensado y gastado como una movilización del aparato oficialista, todo su contenido fue una nostalgia de la hegemonía que acarició el kirchnerismo en los años dorados del viento de cola exportador. Y de la que ensueña hoy, con muchos menos votos.

De todos los protagonistas de la plaza, el más destacado fue el que estuvo ausente y mandó una carta excusándose: el FMI. Lula Da Silva asistió como decoración de lawfare y promesa de triunfo ajeno. José Mujica se dormía cuando lo despertó con delicadeza la protagonista de aquella confesión indecible: “Esta vieja es peor que el tuerto”.

En cambio, al FMI lo sacudieron de frente mencionándolo como el golpista que volteó en democracia a dos gobiernos radicales. Y sin embargo llegó a la plaza con puntualidad, enviando desde Washington un menú de condiciones: bajar la inflación, reducir el déficit fiscal, promover la inversión extranjera directa, frenar la emisión monetaria. Sin eso no hay acuerdo.


De los argumentos que esgrimen los dirigentes opositores para justificar una diáspora, ninguno apunta a responder qué hará cada bloque al votar el ajuste en el Congreso.


Cristina sabe que camina hacia el ajuste: con o sin acuerdo con el Fondo. La plaza propia que tuvo que empujar con un subsidio al transporte y la anterior que armó la CGT para Fernández son dos fracciones con el mismo objetivo: encolumnar al Frente de Todos, en defensa del Gobierno, frente a un choque inevitable.

La oposición percibe que esa situación es irreversible y que el impacto le abrirá un espacio de crecimiento político. De todas las argumentaciones que esgrimen sus dirigentes para justificar una diáspora que crecía desde antes de la elección, ninguna apunta a responder la pregunta central: qué hará cada bloque al votar el ajuste en el Congreso.

Una punta de por dónde puede asomar el posicionamiento opositor fue provista por Luciano Laspina, diputado por el PRO. Señaló un dato clave: por primera vez un acuerdo con el FMI deberá ser aprobado por el Congreso y eso abre interrogantes.

El primero es que el Congreso no vota planes económicos, sino que sanciona leyes. Se ignora si el programa plurianual prometido por el Gobierno forma parte del acuerdo final con el FMI o de la negociación previa. Son cosas distintas. El segundo problema es que el Congreso no aprueba leyes fiscales plurianuales, sino presupuestos anuales.

Para Laspina, el Congreso no está constitucionalmente llamado a debatir ni las pautas inflacionarias, ni las metas plurianuales, ni el régimen cambiario que el oficialismo acuerde con el FMI y debería limitarse a autorizar o rechazar la operación de crédito que el Ejecutivo pida aprobar. Pero en ese caso, el oficialismo debería concurrir al Parlamento al menos con el acuerdo cerrado y firmado, con el consentimiento de los técnicos de línea del FMI.

Una verónica con sólidos argumentos técnicos se prepara para recibir el empujón de corresponsabilidad para el que el oficialismo junta envión, con su épica de hegemonía raída y sus facciones enfrentadas.


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