Palabras y hechos

Las palabras de hombres tan poderosos como O`Neill y Wolfensohn pesan menos que la conducta de personajes locales menores.

Por enésima vez, dignatarios de la talla del secretario del Tesoro norteamericano Paul O»Neill y el presidente del Banco Mundial, James Wolfensohn, se han puesto a elogiar en términos un tanto extravagantes las proezas socioeconómicas que según ellos están por producirse en la Argentina. Mientras que el primero afirma que «las cosas con la Argentina van a estar bien», éste califica de » progresos impresionantes» los cambios – mejor dicho, los anuncios – más recientes. Por desgracia, sólo se trata de palabras de aliento por un lado y de promesas optimistas por el otro. Aunque nadie negaría que el esquema propuesto por el gobierno sí podría considerarse «impresionante» y todos compartirán la esperanza de que las cosas nos vayan bien, ni los funcionarios mencionados ni «los mercados» están del todo persuadidos de que por fin el país ha encontrado «la salida» que le permitiría iniciar un período de crecimiento sostenible. Si realmente lo estuvieran, el panorama que afronta la Argentina ya se hubiera transformado por completo porque los problemas angustiantes actuales se deben en buena medida a la convicción de que tarde o temprano caerá en bancarrota, temor o -en el caso de quienes han apostado grandes cantidades de dinero a una devaluación caótica- esperanza que, lejos de disiparse a raíz de los «progresos impresionantes», no ha dejado de intensificarse. En este partido despiadado, los que por motivos a su juicio principistas están en lucha contra «el plan» juegan en el equipo de los especuladores.

Bien que mal, las palabras de hombres tan poderosos como O»Neill y Wolfensohn pesan menos en la balanza que la conducta de una hueste de personajes locales menores, entre ellos ciertos sindicalistas y legisladores de inteligencia notoriamente limitada, que en su conjunto serían capaces de hundir cualquier «plan»concebible. Aunque parecería que en el curso de su viaje más reciente a Washington Domingo Cavallo ha logrado convencer a sus interlocutores de la coherencia del «canje de deuda» escasamente voluntario que ha propuesto a los acreedores, no le habrá sido dado asegurarles de que una proporción suficiente de los políticos nacionales estará dispuesta a arriesgarse respaldando medidas de la clase que en el pasado tantos han denunciado por «inhumanas» o, peor todavía, «neoliberales». Sin embargo, a menos que los dirigentes más influyentes acepten que es del interés del país que el «plan» funcione, no habrá forma de impedir que fracase. Puede que dicha eventualidad no preocupe en absoluto a los muchos que entienden que les es políticamente provechoso desbaratar los proyectos económicos oficiales, pero puesto que según parece en esta ocasión nadie dispone de un «plan B», los costos de un nuevo triunfo de parte de los habituados a oponerse a todo podrían ser sumamente elevados.

Aunque la aprobación de dirigentes clave del «Primer Mundo» es sin duda importante -de surgir muchas dificultades jurídicas en el camino del canje resultaría fundamental-, en última instancia el destino de la economía depende de la actitud que asuma una clase política nacional que está dominada por veteranos que no sólo propenden a atribuir los problemas del país a factores internacionales que no estamos en condiciones de manipular, sino que también suelen hablar como si encabezaran una suerte de cruzada contra el «rumbo» que ha tomado el planeta. Así las cosas, no les es demasiado fácil solidarizarse con un gobierno que, para tristeza de algunos integrantes, se ha visto obligado a respetar las reglas económicas imperantes porque, de lo contrario, el país no tendría ninguna posibilidad de contar con las inversiones que le son imprescindibles. Si bien los líderes más eminentes del Partido Justicialista y de la Unión Cívica Radical han manifestado su satisfacción por el hecho de que por estar el país en «default» se haya visto constreñido a intentar renegociar sus obligaciones con los acreedores internos y externos, aún no han tratado de movilizar a sus simpatizantes para que, por primera vez en muchísimos años, un «plan» económico disfrute del apoyo decidido de «los políticos». A menos que tengan preparada una alternativa de verdad, convendría que lo hicieran.


Por enésima vez, dignatarios de la talla del secretario del Tesoro norteamericano Paul O"Neill y el presidente del Banco Mundial, James Wolfensohn, se han puesto a elogiar en términos un tanto extravagantes las proezas socioeconómicas que según ellos están por producirse en la Argentina. Mientras que el primero afirma que "las cosas con la Argentina van a estar bien", éste califica de " progresos impresionantes" los cambios - mejor dicho, los anuncios - más recientes. Por desgracia, sólo se trata de palabras de aliento por un lado y de promesas optimistas por el otro. Aunque nadie negaría que el esquema propuesto por el gobierno sí podría considerarse "impresionante" y todos compartirán la esperanza de que las cosas nos vayan bien, ni los funcionarios mencionados ni "los mercados" están del todo persuadidos de que por fin el país ha encontrado "la salida" que le permitiría iniciar un período de crecimiento sostenible. Si realmente lo estuvieran, el panorama que afronta la Argentina ya se hubiera transformado por completo porque los problemas angustiantes actuales se deben en buena medida a la convicción de que tarde o temprano caerá en bancarrota, temor o -en el caso de quienes han apostado grandes cantidades de dinero a una devaluación caótica- esperanza que, lejos de disiparse a raíz de los "progresos impresionantes", no ha dejado de intensificarse. En este partido despiadado, los que por motivos a su juicio principistas están en lucha contra "el plan" juegan en el equipo de los especuladores.

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