Para sentir Cuba
Parte de las atracciones que la sensual isla ofrece a los turistas es la enseñanza de la salsa. Las clases no son grupales, así que cada alumno tiene su propio profesor.
Marcel es un macho. A la mujer la agarra por la muñeca, si bien suavemente. La otra mano la pone sobre su omóplato, y ¡vámonos! Corto, corto, largo. Corto, corto, largo. Después, deja de bailar, mira a la mujer y dice en un inglés deficiente: “Yo dirijo a la mujer. Y tú eres esa mujer, ¿has entendido?”. Luego siguen.
Quien quiere aprender a bailar salsa en Cuba tiene que seguir las reglas. La primera de estas dice que el que dirige es el hombre. La segunda regla: “Salsa no es un baile indecente”, dice el profesor de baile Tito en el primer día de clase. Es cierto que es un baile en pareja erótico, pero no se tocan más que las manos, los brazos y la parte de la espalda alrededor de los omóplatos de la mujer. Ella pone la mano en el brazo superior de la pareja. Y en tercer lugar: es un baile alegre, así que hay que estar animado.
En Cuba la salsa refleja el lado alegre de una vida cotidiana dura con muchas privaciones ocasionadas por la escasez propia de una economía socialista. La música es una válvula de escape, dicen en la isla. “Y el baile es una forma de expresión de la sociedad”, dice Gioaccina Cinquegrani, de la Oficina de Turismo de Cuba.
Por eso, no es de extrañar que casi siempre hay alguien bailando en algún lugar. Se los puede ver en la noche, los fines de semana, en La Habana, Trinidad o Santiago de Cuba: a los cubanos les gusta estar en la calle. Alguien pasa una botella de ron, otro enciende un equipo de música o toca el tambor y ya está bailando la primera pareja.
En La Habana, el profesor de baile Tito llama a los turistas a hacer ejercicios para menear la cadera y los hombros, que deben moverse de forma separada. “Los europeos no saben hacerlo y son tiesos”, dice Tito mientras que observa con una sonrisa burlona el torpe movimiento de unos hombros. Si trata de mover o sacudir una parte del cuerpo, el resto sigue inmediatamente, explica.
A Tito el sudor ya le corre por la frente después de pocos minutos de clase. Los turistas ya están empapados de sudor. El ventilador negro que cuelga del techo de cinco metros de alto apenas desplaza el aire en el salón de baile con sus paredes desconchadas y mesas de madera carcomidas. Aquí nada está arreglado para consentir a los cómodos turistas con dinero que acuden un par de días a este lugar para aprender a bailar salsa.
Después de su sonrisa burlona al observar a sus alumnos de caderas tiesas, Tito llama a los profesores. Aquí la enseñanza no es en grupo. Cada alumno tiene su propio profesor, avanza a su propio ritmo y también aprende otros pasos que sus compañeros. Aquí está bailando un grupito variopinto de extranjeros que reservaron las clases de baile como parte de su paquete vacacional. Después, van a su hotel con todo incluido en Varadero para el turismo de playa.
Por la noche llega el ensayo práctico con los profesores de baile. Sólo hay que pagarles la entrada a un evento y las bebidas, dice Tito. Esos eventos normalmente sólo se organizan para los turistas y se realizan generalmente en hoteles y clubes. Para entrar, los europeos pueden adelantarse a los cubanos, obligados a hacer cola. Tito no lleva a los turistas a sitios donde se desarrolla la auténtica vida nocturna cubana.
Bailes en la calle
Cuando los cubanos salen a divertirse, raras veces van a los clubes, dice Tito. Se contentan con pasearse en la plaza de algún pueblo o en La Habana a lo largo del malecón, y desde algún lugar siempre llega música y en cualquier esquina siempre hay alguien bailando.
Una de esas esquinas es el cruce de las calles Heredia y Padre Pico en Santiago de Cuba, donde todas las noches se puede escuchar música, aunque a veces también durante el día salen de alguna de las casas los sonidos de música alegre. Rafael Santiesteban da clases de baile de una hora en la azotea de una casa. Muchas veces los que asisten a esas clases son parejas de turistas alojadas en el único cuarto de huéspedes de la casa particular, de una sola planta. Más de una decena de ellas han dejado sus nombres o comentarios en una pared de la casa.
Los turistas están felices. Por la noche pueden dar un par de pasos de baile junto con los cubanos en los bares o casas de música. En los estrechos espacios entre las mesas y las sillas cada centímetro cuadrado se utiliza para bailar. La gente está tan apretada que apenas se puede bailar. Pero el espacio alcanza para dar el paso básico (corto, corto, largo), mover las caderas y sacudir los hombros. En estas condiciones, hasta los turistas que sólo han recibido dos horas de clase pueden participar.
DPA
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AP
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