Pedir disculpas

Soy de quienes piensan que una disculpa, como un vaso de agua, no se le niega a nadie. Pero viendo cómo a diario se viene abusando del pedido de disculpas, se me ocurre que pronto terminaremos arrastrados por la correntada. Y lo que abunda, en este caso, sí daña.

Se diría que, en la escala del arrepentimiento, la disculpa es más leve que el perdón, más bien de orden religioso porque se asocia a la remisión de los pecados, aunque pedir disculpas es también pedir indulgencia, un beneficio que se obtiene por mediación de la Iglesia y que consiste en la “remisión ante Dios de la pena temporal correspondiente a los pecados ya perdonados”, según el diccionario. Sin que sean equivalentes, las palabras disculpas y perdón comparten un mismo campo de significación en los que pastorean también palabras como culpa, faltas y omisiones.

A esta hora la diputada Elisa Carrió publicó un pedido de perdón al mozo de La Plata que, de buena memoria, contó que ella dejó sólo cinco pesos de propina. “Lo que dijo el mozo que le di los cinco pesos y monedas es cierto, por un café y dos tostados. Era la única plata que tenía, le mostré la billetera y le pedí perdón. Cuando vuelva a La Plata (o sea 200 km) le voy a llevar más”, tuiteó textualmente Carrió.

De hacerse un ranking de personas arrepentidas por su comportamiento verbal, la diputada va a la cabeza. El año pasado, cuando todavía se desconocía el paradero de Santiago Maldonado, ella arriesgó un “20 por ciento de que está en Chile”, y cuando finalmente fue encontrado en el río gélido, ahogado, comparó: “Es como Walt Disney”. Pero se arrepintió y pidió disculpas a la familia Maldonado.

“Mátenlo a Durán Barba, tienen mi aval”, dijo hace dos meses. Después pidió perdón “al teñido”. Y ni siquiera al presidente dejó indemne: “Desde chiquito viaja en aviones privados, así que no tiene idea de lo que significa ser decente, hacer política decentemente”. Luego se retractó y dijo que donde se escuchó “decente” debía escucharse “austero”.

El mismísimo jefe de la Iglesia católica tampoco teme retractarse. En enero enmendó su opinión –aquí sí– indulgente sobre miembros de la Iglesia en Chile denunciados por abuso sexual y pidió disculpas a las víctimas.

Si pide disculpas el papa, ¿qué queda para gente como Cacho Castaña, que pidió “mil disculpas” a destinatarios y destinatarias que no identificó para borrar la frase “Si la violación es inevitable, relajate y gozá”? ¿Qué queda para Esmeralda Mitre, que frivolizó un asunto tan penoso como las víctimas de los estados terroristas? Antes del correspondiente pedido de disculpas, de los desaparecidos argentinos dijo que “no fueron tantos” y negó que tampoco fueran tantas las víctimas del Holocausto.

A su hora, los simpáticos Cocineros Argentinos bajaron la cabeza y pidieron disculpas porque en el vértigo de las hornallas se les chispoteó “el hit del verano” dedicado a Macri y hasta el exitoso creador y director de Facebook, Mark Zuckerberg, presentó, ruborizado, formales disculpas ante el Senado de Estados Unidos por usar sin permiso y con fines comerciales los datos personales de millones de usuarios.

Con la velocidad de un clic en la computadora, se leen frases tristes, agraviantes, ridículas y muchas veces espantosas, que personas de notoriedad pública lanzan sin medida al aire; no pasa mucho tiempo para que esas palabras se conviertan en nada a pedido del emisor, que se disculpa públicamente y chau. Al exabrupto que sigue.

Pero está la palabrería anónima, grafitis, pintadas, carteles, leyendas apuradas en lugares públicos y, maravilla de maravilla, los mensajes institucionales que alguien redactó, con el humor de ese día, y se ven entonces textos así: “Es imposible para nosotros asear el toilette después de cada uso. Por favor piense usted en el próximo pasajero” (en una aerolínea) o éste, de cuidadosa redacción, en una biblioteca pública: “No se deja higiénico en rollo para evitar su sustracción”.

Desfachatado y típicamente machirulo, con indulgencia por la descuidada ortografía, fue favorito por años el mensaje que en 2011 colgó en un pasacalle de Jujuy un tal Cupelo: “Marce. Amor, perdón. Fue un herror (sic) acostarme con la gorda (Carmen R. U.) Volbé (sic) conmigo. Te amo”.

 


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